Religión en Libertad

¿Y si llegar lejos no era el plan?

Cerca. Qué palabra tan sencilla y tan olvidada. Estar cerca de Dios no es retroceder; es volver al centro

Un padre y una hija en el bosque, foto de Morgan David de Lossy para Unsplash

Un padre y una hija en el bosque, foto de Morgan David de Lossy para Unsplash

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Hay frases que repetimos como si fueran axiomas universales, pequeñas consignas modernas que damos por hechas sin preguntarnos si realmente nos pertenecen. “Quiero llegar lejos”, decimos. “Qué lejos has llegado”, nos dicen. Y todos asentimos, como si avanzar hacia lo lejano fuese siempre el triunfo, como si el mérito estuviera inevitablemente ahí: en alejarse, en superarse, en conquistar espacios cada vez más distantes del punto de partida. Pero ayer, en un instante de lucidez que no busqué, me descubrí pensando —quizá por primera vez con absoluta sinceridad— que lo que yo quiero no es llegar lejos. Quiero llegar cerca. Y el pensamiento me estremeció como un terremoto silencioso, porque entendí que a veces el camino del “éxito” te estira tanto que terminas lejos de todos, incluso lejos de ti.

Me dio miedo esa idea. Llegar lejos, sí… ¿pero lejos de qué? ¿Lejos de quién? Lejos de mi familia, lejos de mis amigos, lejos de mi historia, lejos del rostro de aquellos que amo. 

Qué ironía tan triste: que el mundo aplauda que crucemos océanos mientras dejamos desiertos afectivos detrás; que nos celebre porque subimos montañas que nadie nos pidió subir, mientras perdemos la costumbre de sentarnos a la mesa con quienes nos enseñaron a caminar. 

Qué extraño y trágico que la distancia geográfica se nos venda como progreso aunque arranque raíces que necesitamos para no marchitarnos por dentro.

Y entonces lo entendí. Lejos puede ser un lugar espléndido para quien tiene alas, pero devastador para quien tiene heridas. Lejos puede ser una conquista para quien va ligero, pero una condena para quien carga culpas, cansancios y nostalgias que no admite. Lejos puede ser incluso un espejismo, un truco perfecto para no mirarnos al espejo, para no enfrentarnos a lo que somos cuando nadie nos aplaude. A veces uno va lejos simplemente para no tener que volver cerca. Y ese pensamiento duele… porque revela un cansancio profundo que no se arregla con mapas nuevos ni ciudades distintas.

He entrado en un tiempo extraño, íntimo, necesario. Un tiempo de quedarme conmigo, aunque a veces me incomode. Un tiempo de silencio en el que me doy cuenta de que quiero volver. 

Volver cerca de mí —porque me he extrañado demasiado—, volver cerca de mi familia, volver cerca de las conversaciones que no necesitan filtros. Volver cerca de lo que no se compra. Volver a ese rincón donde no se exige rendimiento, sino presencia. Volver, sobre todo, cerca de Dios, que nunca se alejó, aunque yo haya caminado kilómetros de distracciones para sentirme “importante”.

Cerca. Qué palabra tan sencilla y tan olvidada. Estar cerca de Dios no es retroceder; es volver al centro. Es dejar de medir la vida en metas y comenzar a medirla en sentido. Es recordar que el corazón no se nutre de paisajes distintos, sino de una Presencia que permanece. 

Es aceptar que la vida más honda no es la que se vive corriendo, sino la que se vive acompañada. Que no se trata de avanzar kilómetros, sino de profundizar raíces. Y que el alma, cuando se sabe amada, no quiere huir: quiere habitar.

Quizá este tiempo sea justamente para eso: para regresar. Para permitirme llegar cerca. Para admitir que he confundido altura con profundidad, distancia con crecimiento, velocidad con plenitud. Para abrazar lo que siempre estuvo ahí esperándome, como si supiera que tarde o temprano me cansaría de viajar lejos de lo verdadero.

Y hoy lo digo sin miedo, con la calma de quien empieza a entender algo esencial: no quiero llegar lejos. Quiero llegar cerca. Cerca de lo que importa. Cerca de quienes me sostienen. Cerca de lo que me hace auténtica. Cerca del Dios que no cambia. 

Si llegar cerca es volver, que así sea. Porque tal vez —solo tal vez— el camino más largo de todos sea ese: el que te lleva de regreso a ti misma

El que te devuelve, paso a paso, al corazón de Dios. El que te enseña que la meta que buscabas estaba justo donde empezaste: en lo más cercano, en lo más sencillo, en lo más verdadero.

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