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La Esperanza brilla en mitad de la noche oscura

Esperanza es aceite para la lámpara de nuestro ser

Esperanza es aceite para la lámpara de nuestro serNéstor Mora N.

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El pasado domingo disfrutamos de un maravilloso Evangelio: Jn 21,1-19. San Juan nos habla simbólicamente con una profunda maestría. Relata lo que vivió, resaltando el lenguaje místico que nos permite entender que Dios no nos olvida. La Esperanza brilla en la noche cerrada, pero actualmente no somos capaces de darnos cuenta de ello. Preferimos cerrar los ojos a lo trascendente. Ya lo dice el Señor: "Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn 8:12). ¿Vemos al Luz de Dios? Andamos cegados por las luces de neón que la sociedad nos vende como fundamentales para nuestra vida.

Era de noche y los discípulos, guiados por Pedro, intentan pescar. Pedro guía, pero eso no hace que la pesca aparezca. Entonces, aparece el Señor al amanecer y les dice que echen la red de nuevo. Los discípulos se sorprenden. ¿Cómo es posible que ahora la red esté repleta? La respuesta es que la Voluntad de Dios mueve el universo. Nuestra diminuta voluntad humana, necesita unirse a la Voluntad de Dios para que "todo sea posible". Pero ese "todo" no es lo que nosotros queremos, sino lo que Dios ama. ¿Qué espera el Señor de nosotros? Que abramos nuestro ser a Él. "Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré, cenaré con él y él conmigo". (Ap 3, 20). ¿Escuchamos que Cristo llama?

El Señor pregunta dos veces a Pedro si lo ama. Pedro responde dos veces que el Señor sabe que lo quiere. La tercera vez pregunta a Pedro si lo quiere, y Pedro se desespera. En cualquier caso, tres veces le ordena que "apaciente" sus ovejas. Apacentar significa dar pasto, pero no se trata del pasto vegetal. Se trata de dar pasto espiritual, instruir y enseñar, a todo el que requiera y necesite del Señor. ¿Apacentar? ¿Pero qué es lo que debe ofrecer Pedro? No es sencillo de explicar, porque no vemos más allá de nosotros mismos. "Si os he dicho cosas terrenales, y no creéis, ¿Cómo creeréis si os dijere las celestiales? " (Jn 3, 12)

Para terminar el relato evangélico, el Señor indica a Pedro que debe ser humilde. El tiempo de la humildad llega cuando nos damos cuenta que nuestras fuerzas humanas no dan para más. Hay un relato que habla de nuevo de Pedro, pero esta vez en Roma. Pedro intenta escapar de las persecuciones de los Cristianos, pero el Señor se le aparece. Entonces Pedro le pregunta ¿Dónde vas, Señor? ¿Quo vadis, Domine? Cristo le contesta: «Voy hacia Roma para ser crucificado de nuevo». Pedro, avergonzado, regresó a Roma, donde sería crucificado boca abajo.

¿Cuántas veces hemos visto a Cristo delante de nosotros? ¿Cuántas veces ha llamado a nuestra puerta? ¿Cuántas veces ha tendido Su Mano para que no nos ahogáramos en la sociedad líquida que nos rodea? ¿Qué respuesta hemos dado nosotros? Posiblemente la respuesta que Pedro dio en la noche antes de la crucifixión, cuando le preguntaron si conocía al Señor: "No lo conozco".

En estos momento de elección de un nuevo pontífice, podemos mirar a Cristo o quedarnos con el revuelo social llena los medios. Podemos apostar por un cardenal u otro, mientras Cristo nos mira con pesar. Al terminar el Evangelio, el Señor dice algo muy sencillo a Pedro: "Sígueme". ¿Cómo seguir a Cristo? Tomando la cruz personal, negándonos a nosotros mismos e intentando que nuestras pisadas coincidan con las del Señor.

Sea quien sea el cardenal electo como Papa, Cristo sigue siendo el mismo. El Evangelio no cambia. Tampoco la Tradición legada por los Apóstoles. Sea cual sea la estética y la dinámica social que nos rodea y la que se ajusta a nuestro carisma personal, se trata de seguir a Cristo humildemente. ¿Por qué?

"Te aseguro que cuando eras joven, tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras". (Jn 21, 18)

Tengamos tranquilidad, paz y roguemos para que no nos falte esperanza. Hoy en día, la esperanza es un don más valioso que el oro y la plata. Quiera el Señor concedernos esta esperanza y que Él sea la Luz que aleje las tinieblas que nos rodean.

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