Religión en Libertad
No morir no nos hace dioses, morir es la puerta de entrada para verle.

No morir no nos hace dioses, morir es la puerta de entrada para verle.JFMartin / Unsplash

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Están de moda los gurús del bienestar y los entrenadores que lo confunden con la felicidad. Nos venden que vivir más años con salud es una panacea. Hay médicos que -¿será un buen negocio?- nos hablan de tener hijos a los 80 años y de vivir hasta los 160 sin mayor preocupación que la de evitar que una cornisa mal restaurada o un dron oriental nos envíen con la cabeza abierta a la nada budista.

Al personal le gustan los charlatanes, hoy clasificados como tipos o tipas que ejercen alguna influencia desde sedes virtuales. Modas dicen, eso tan mediocre que debe desaparecer cada semestre y renacer al siguiente. La moda, pues, de la inmortalidad sería la verdadera moda católica y no la de Rosalía quien, para llegar donde está, ha tenido que gesticular mucho "666" en sus vídeos y en las redes grado 33, que son todas. Los católicos siempre jugamos en campo contrario. Y es bueno que así sea. Denunciarlo es una perfecta estupidez. Que un católico denuncie es tanto un oxímoron como una impertinente redundancia.

Porque, seamos serios, ya somos inmortales. Los viejos patriarcas contaban sus vidas por centenares de años. Y lo único que no somos, o no acabamos de ser todavía, es dioses.

Ser Dios tiene un claro manual de instrucciones, inasequible e inalcanzable, imposible para cualquier ser humano.

Se lo cuento: ser Dios consiste en amar a los enemigos, empezando por el que les ha estafado o denigrado y seguiendo por Pedro Sánchez. Amar al enemigo es que Netanyahu ame a Hamas y viceversa. Y que mi abuelo hubiese perdonado a sus torturadores comunistas. Amar al enemigo es amar a tu mujer infiel y a su amante. Al terrorista que asesinó a tu padre y al obrero que abusa de la baja por depresión. También es hablar bien de quien nos insulta y callar cuando se nos acusa injustamente. Dar sin que te den las gracias. Perdonar todo y más. No envidiar, no mentir. Sufrir y, para nota, desear sufrir. Redimir con ello. Y morir. Morir es vivir.

Es fácil explicar cómo ser Dios y comprobar que no tiene nada que ver con ese almacén de datos vomitados a ritmo algorítmico que llaman IA, esa torpe parodia del noble rebuzno.

Morir da miedo a quienes no desean ver al buen Dios; a quienes, como dice Walser, "son tan débiles que carecen de fuerza en el alma para reconocer su debilidad"; morir acompañará siempre al hombre, fiel compañera la muerte, porque sin ella no hay Salvación. Qué mal gusto, además, pretender esquivar la más alta ocasión que verán nuestras vidas.

En fin, aquí lo dejo. Creo que lo intuía Blake: estamos aquí para acostumbrarnos al brillo del Amor y nos ponemos gafas oscuras.

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