Religión en Libertad

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No hace mucho leí que un neurólogo atribuía a la oración -de cualquier secta o religión o filosofía- un poder curativo. Ponía el énfasis en "rezar sin angustia" porque hacerlo así invalidaba los resultados. 

Naturalmente, lo que el médico invalidó es la oración por excelencia: aquella de Jesús en Getsemaní, sepultado en el terror y herido por la ansiedad hasta sudar gotas de sangre. Ni siquiera tenía fuerzas más que para repetir un sollozo a su papaíto pidiéndole que lo salvara de aquel abismo rebosante de dolor.

Sirva este ejemplo para introducir mis obsesiones, viejas compañeras de camino, tiernamente apreciadas por un servidor.

1. Desconfiar de todo excepto del amor del buen Dios

El neurólogo citado puede obrar de buena fe y creer sin más en lo que dice. Pero es casualidad que su dictamen iguale por lo bajo a todas las religiones. Porque solo creo en Dios, no me creo nada. La obsesión conspirativa me persigue: a veces acierto y a veces no acierto. Es muy molesto desconfiar de todo por sistema, pero por más que luche soy vencido; lo cual me indica claramente que Dios quiere que así sea, y me parece muy bien y me quedo todo lo tranquilo que permite el temperamento que el Señor me ha regalado en su infinita bondad.

2. La psicología y la llamada "autoayuda" me producen un profundo rechazo. Incluso si reparten consejos cristianos o católicos (en esto los protestantes y los sectarios son muy pesados).

Para empezar sirve de algún consuelo confiar en que todo lo que nos pasa es lo que nos conviene porque Dios sabe infinitamente más. Aceptarlo sin salir corriendo a por una copa de más, una pastilla de más o una pantalla de más, es un pequeño paso. Pero si no pueden, alabado sea Dios. ¿Pensamientos obsesivos, recurrentes, enloquecedores? Espinitas de La Corona de Jesucristo. Dejen que pinchen, no se quiten La Corona de los aguijones de la locura. Se irán solitos, o no. Sufran hoy, o ahora, y díganles: "Me estáis haciendo semejante a Jesús". Suelen huir, prueben... ¿Distracciones, imaginación vagando por mundos quiméricos durante la oración, el estudio, el trabajo, la Misa, la mismísima Eucaristía recibida? No pasa nada, no saldrán nunca de Dios, que habita en todos los mundos posibles, imaginarios y reales, porque "en El somos, nos movemos y existimos", dijo San Pablo en una de sus apresuradas cartas. Vuelvan, si se les concede, o sigan distraídos si a Dios place que holguen, como escribió la gran Teresa.

3. La lucha, el esfuerzo, la aceptación del dolor, las penas y el sufrimiento. Yo recomendaría practicarlo con mucha calma: Jacob se lo tomó a pecho y acabó cojo. El beato Raimundo Lulio también se lo tomó a la tremenda y acabó denunciado por su mujer por abandono del hogar conyugal, desatención de los deberes matrimoniales y del sustento de la familia. Abandonar a sus hijos no le impidió a este fenómeno de la vida espiritual escribir un tratado sobre la educación de la prole. San Francisco de Asís, otro loco que tal bailaba, tuvo la sensatez de no tener hijos. Y San Bernardo metió a toda su familia en un monasterio. Quiero significar que la lucha y el combate son llamadas, vocaciones, que no se dirigen a todo el mundo. Hagan lo que puedan hacer, o no hagan nada y déjense llevar: amar y tomar el sol, como decía el monje. O suban en el ascensor de la Gracia y recuerden al buen Dios que Él nos hizo de barro y que en su justicia considere nuestra pobre naturaleza -San Teresita dixit.

4. Los escrúpulos, la rigidez, el moralismo, las ideologías. Para empezar, estas últimas son muy aburridas y exigen una disciplina a cambio de nada que solo los pobres incautos y los lobos más sanguinarios pueden aceptar. Son una consecuencia monstruosa del moralismo. Y este es una consecuencia igualmente monstruosa de negar el sentimiento humano y, con él, el propio cuerpo, la bondad de todo lo creado, los goces y la belleza, etcétera. Es decir: negar la encarnación. Primero es la carne, el cuerpo, el ser como somos, y luego viene la Fe y todo lo demás. 

Si no fuera así el plan divino, Jesucristo se hubiese quedado en el Cielo, nos hubiese hablado desde lo alto o, como pretenden los mahometanos y los masones, se hubiera desentendido de nosotros: ese Dios omnipotente y lejano de los minaretes y las logias. Y el de los maniqueos. Y el de todos los católicos que se han dedicado durante siglos a denigrar el cuerpo, como si Dios no hubiera dicho "hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza"; y como si no hubiese exclamado, con infantil asombro, que "todo cuanto había hecho era muy bueno". 

El Kempis es un cenizo, los jansenistas lo son todavía más, y los militaristas del catolicismo son unos pesados. Todo lo cual se resume en el famoso "sentir no es consentir". El tal sentir debe pasarse por el filtro de la razón y entonces se elige: el bien o el mal. Sentir, desear es la clave del discernimiento y de la libertad.

La tentación es tan importante que Jesús la añadió en Su Oración.

Y no añadió "no caeré en la tentación", sino "no nos dejes, Dios nuestro, caer en ella". O sea, haz que elijamos bien, el Bien, por favor. Si no lo haces, será porque no toca. Y tan felices. Si caemos, mejor: corramos a pedir perdón, que es la mayor alegría que le podemos dar al buen Dios, a nuestro papaíto muy querido.

5. La obligación de sonreír, de ser felices, de transmitir alegría. Me dedico al marketing y les digo que tal cosa vende, sí, pero es falaz e irreal. No, miren: si están tristes, estén tristes. Si están enfadados, qué le vamos a hacer, ¡tantos santos tuvieron un carácter insoportable! Nadie se enfada por gusto, tal vez los sádicos, de modo que es una cruz, incómoda como todas. Pero una cruz, que si lo es de verdad, se lleva mal o muy mal, se lleva a rastras y cayendo, como Nuestro Señor. Solo a un aragonés, y de Huesca, se le ocurriría decir que hay que llevarla a peso. ¡Más cristiano que el propio Cristo, el mañico! La cruz, pequeña o grande, llega y cuando llega uno hace lo que puede. Y como puede muy poco, acude a él un Simón de Cirene y lo levanta. Y quien no tiene al de Cirene se queda bajo la cruz del cáncer, el duelo, la droga o el dolor crónico y el rencor, qué sé yo... "Pero no despreciemos jamás al que no puede dejar de beber. Porque es más fácil salir del infierno", como clamó el beato Matt Talbot, alcohólico, obrero e irlandés -los baturros del norte.

Les contaré una historia real, para terminar, que es un ejemplo práctico. Un buen sacerdote de 95 años estuvo muchos años en una parroquia rural. La maestra del pueblo y él se tenían mutua simpatía. Cuando llegó el Covid, uno de los dos llamó al otro por teléfono. Durante la conversación, ella, nonagenaria y soltera, muy triste, le dijo a su amigo, el cura del pueblo, que estaba muy sola: no le quedaba ni un solo familiar vivo, "ni mis sobrinos" añadió. Nadie. Había cuidado de todos, y los había enterrado a todos. En la residencia, apenas comía, apenas dormía. El sacerdote me miró, se ruborizó y con ojos llorosos me susurró: "Entonces le dije que la quería mucho y que siempre la había querido. Y ella... Ella... También me quería mucho, desde aquellos tiempos, me dijo... Ella..." Uno o dos días después, la maestra murió. Y el buen cura rezó por ella y no pudo verla, porque también está en una residencia. Temible obsesión durante 50 ó 60 años. ¿Lucha? No lo sé, el buen Dios lo sabe. Pero no creo que la lucha sirva para algo en este caso. La lucha no sirve para bajar de la Cruz. 

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