Religión en Libertad

Diálogo intergeneracional: la clave para una Iglesia viva

Cómo mantener la conexión con los jóvenes y promover la fe en la era digital

Los sacerdotes Silva, Domenech y Bronchalo (Red de Redes) tendrán un coloquio sobre

Los sacerdotes Silva, Domenech y Bronchalo (Red de Redes) tendrán un coloquio sobre "diálogo intergeneracional" en el 27º Congreso Católicos y Vida Pública

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Hoy a las 17:45, el sacerdote Jesús Silva Castignani, autor del blog "Estamos en Sus Manos" (ReL), participará en un coloquio, moderado por Carla Restoy, con los sacerdotes Patxi Bronchalo y Antonio María Domenech (con los que forma Red de Redes) en el Aula Magna del Campus de Moncloa del CEU en Madrid, con ocasión del 27º Congreso Católicos y Vida Pública ("Tú, Esperanza"). 

En esta entrevista, hablamos con los tres sobre sus reflexiones y propuestas para el diálogo intergeneracional en la Iglesia, tema del coloquio en dicho Congreso.

Comenzamos con Jesús Silva...

El sacerdote Jesús Silva Castignani (Bloguero de ReL) participará esta tarde en el 27º Congreso Católicos y Vida Pública.

El sacerdote Jesús Silva Castignani (Bloguero de ReL) participará esta tarde en el 27º Congreso Católicos y Vida Pública.

-¿Cómo puede la Iglesia aprovechar la IA y las redes sociales para llegar a los jóvenes digitales?

-Lo primero que hay que entender es que la inteligencia artificial y las redes sociales no son simplemente herramientas: son el nuevo lenguaje del mundo. Son el entorno vital donde se mueven los jovenes, donde piensan, se comunican, sienten y hasta construyen su identidad. Y por eso la Iglesia no puede mirar eso con desconfianza, como si fuera un territorio enemigo, sino con discernimiento y esperanza.

Porque lo digital no es contrario a lo espiritual, aunque puede vaciarlo si se usa mal. Lo que tenemos que hacer es habitar ese espacio desde una mirada cristiana, aportando luz, sentido y humanidad.

Yo siempre digo que las redes son como una gran plaza publica del siglo XXI. Alli la gente no solo opina: se busca. Los jovenes buscan referentes, buscan comunidad, buscan autenticidad. Y cuando encuentran una palabra que resuena con su corazón, se abren. Por eso, la Iglesia tiene que estar ahi, no para hacer propaganda, sino para hacer presente el amor de Dios en medio del ruido.

En mis propias redes lo veo constantemente: mensajes de chicos que llevaban años alejados de la fe y que, tras ver un video de un minuto, se confiesan o vuelven a misa. ¿Por qué? Porque sienten que alguien les habla en su idioma, que hay una mirada compasiva detrás de la pantalla, no un juicio.

La inteligencia artificial, por su parte, puede ayudarnos a entender mejor los lenguajes culturales, los intereses, los ritmos y las emociones de esta generación. Nos puede ofrecer datos, patrones, incluso anticipar tendencias para comunicar con más eficacia. Pero el centro nunca puede ser el algoritmo, sino la persona. La IA no evangeliza sola. Evangeliza un corazón que ha sido tocado por Cristo y que, con creatividad, usa todos los medios posibles para anunciarlo.

Hay que estar en las redes, pero sin dejarse absorber por ellas. No se trata de competir por la atención, sino de ofrecer profundidad en medio de la superficialidad. La clave es que la tecnología esté al servicio del Evangelio, no al revés. Y ahí es donde los mayores también pueden entrar en diálogo con los jóvenes: no desde la nostalgia, sino desde la experiencia. Los mayores pueden aportar sabiduría y criterio, y los jóvenes la frescura y la innovación. La fe siempre se transmite en un encuentro entre generaciones, y el mundo digital puede ser el lugar donde ese encuentro vuelva a suceder.

-¿Cómo puede la educación transmitir valores relevantes a los jóvenes de hoy?

-La educación es una de las tareas más sagradas que existen, porque no consiste solo en transmitir conocimientos, sino en formar personas. Educar es ayudar a alguien a descubrir quién es y cuál es su misión en el mundo. Y eso, desde la fe, significa acompañar a los jóvenes a encontrarse con el sentido profundo de su vida.

Yo, como capellán de un colegio, lo veo a diario: los jóvenes están llenos de inquietudes, de preguntas, de búsquedas. Pero a veces lo que les damos son respuestas prefabricadas, moralismos, o discursos que no tocan su realidad. No se trata de imponerles valores, sino de proponerles una vida que tenga sabor a plenitud.

El papel de la educación cristiana es precisamente ese: mostrar que los valores del Evangelio no son normas del pasado, sino caminos hacia una vida más libre y más feliz. Pero para que eso sea creíble, los educadores tenemos que ser testigos, no solo transmisores. Los jóvenes detectan enseguida la incoherencia. Si ven autenticidad, escuchan. Si ven fe viva, se contagian.

Los valores y las tradiciones cristianas siguen siendo profundamente relevantes, pero hay que traducirlos. No podemos limitarnos a repetir las fórmulas de siempre, porque el lenguaje del mundo ha cambiado. Por ejemplo, cuando hablamos de castidad, libertad, entrega o perdon, hay que hacerlo con un lenguaje existencial, psicológico, realista. Que vean cómo eso se aplica a su vida, a sus relaciones, a sus emociones.

Y algo muy importante: la educación no puede quedarse en la transmisión de ideas; tiene que generar comunidad. Los jovenes aprenden más por contagio que por instrucción. Por eso es esencial crear espacios donde puedan experimentar el amor, el perdón, la responsabilidad, el servicio. La fe se transmite más por contacto que por discurso.

La familia, la escuela y la parroquia tienen que ir de la mano. No pueden funcionar como compartimentos estancos. Y los adultos tenemos que recuperar la conciencia de ser modelos. No perfectos, pero coherentes. Porque el joven de hoy no necesita ídolos, sino referentes. Necesita alguien que le muestre que es posible vivir de otro modo en medio de esta sociedad tan líquida.

Educar en valores es educar en humanidad, y eso es profundamente evangelizador.

-¿Cómo equilibrar tradición e innovación en la Iglesia?

-La tensión entre tradición e innovación es buena. Es una tensión creativa que nos mantiene vivos. La tradición no es inmovilismo; es memoria viva. Es lo que nos conecta con Cristo, con los apóstoles, con la Iglesia de todos los tiempos. Pero esa tradición, si no se encarna en cada época, se convierte en arqueologia espiritual. Y el Evangelio no es un fósil, es fuego vivo.

El problema viene cuando algunos identifican la tradición con las formas externas, y otros identifican la innovación con romperlo todo. Ni una cosa ni la otra. La verdadera fidelidad consiste en transmitir lo esencial de manera nueva. Jesús mismo lo hizo: no cambió la Ley, pero la llevó a plenitud. Los apóstoles hicieron lo mismo: adaptaron el lenguaje, pero conservaron el nucleo.

Cuando escribí mis libros sobre la sexualidad, la afectividad o la identidad, traté precisamente de eso: decir la verdad de siempre en el lenguaje de hoy. Porque la moral cristiana no es una lista de prohibiciones, es una propuesta de amor que plenifica. Si el joven entiende eso, entonces no siente que la Iglesia le reprime, sino que le libera.

Innovar no significa diluir la verdad, sino hacerla más comprensible. Y preservar la tradición no significa encerrarse, sino mantener viva la raiz para que el arbol siga creciendo.

La Iglesia tiene que aprender a leer los signos de los tiempos sin dejarse arrastrar por ellos. Tenemos que escuchar el sufrimiento, las preguntas, los desafíos culturales, y responder desde el Evangelio. Hoy la crisis no es de fe, sino de lenguaje. El mensaje es el mismo, pero necesitamos nuevas palabras, nuevas imágenes, nuevos canales.

También es importante distinguir entre lo esencial y lo accidental. La liturgia, la doctrina, la moral, todo eso tiene un núcleo inmutable, pero la manera de expresarlo, de acompañarlo, de comunicarlo, puede y debe renovarse. Como decia Benedicto XVI, la fe tiene que ser razonable y atractiva, pero sobre todo tiene que ser bella. La belleza evangeliza más que muchos argumentos.

En el fondo, lo que necesitamos es una Iglesia fiel y creativa a la vez. Fiel a la verdad que nos salva, y creativa para llegar a los corazones que hoy viven dispersos. Cristo sigue siendo el mismo, pero el mundo ha cambiado, y nuestro modo de mostrarlo también debe cambiar. Ese equilibrio es un arte espiritual, y quizás sea uno de los mayores desafíos del siglo XXI.

Seguimos con Antonio Mª Domenech...

Antonio María Domenech, popular sacerdote youtuber, conocido en Red de Redes intervendrá también esta tarde en el Congreso Católicos y Vida Pública.

Antonio María Domenech, popular sacerdote youtuber, conocido en Red de Redes intervendrá también esta tarde en el Congreso Católicos y Vida Pública.

-¿Cómo mantener la conexión con los jóvenes en zonas rurales?

-El relevo inter-generacional creo que debe apoyarse en dos columnas fundamentales de nuestra Fe: El Amor y la dedicación a Jesús Eucaristía, a través de la asistencia a la Misa dominical y diaria, si fuera posible. Así como a las prácticas de Adoración Eucarística al alcance según la condición de cada uno. Y, en segundo lugar, las prácticas de devoción profunda a María Santísima, como el rezo del Santo Rosario y el diálogo en forma de conversación con quien es nuestra Madre del Cielo.

A partir de aquí, podríamos potenciar en los jóvenes, con el ejemplo de vida y la coherencia las virtudes de la responsabilidad, la constancia y el afán de superación, no solamente a nivel profesional y académico, que también, sino espiritualmente. Creo que no es lógico caminar al ritmo del “me apetece o no me apetece”, o al decir “sí, quiero”, y después no aparecer ni colaborar porque ha aparecido otra actividad.

Pienso que la multiplicación de actividades descoordinadas para que cada realidad tenga “sus” momentos y lugares puede ser bueno, a efectos de variedad y oferta, pero negativo en lo referente a compromiso.

La Esperanza no implica dejar de ver las dificultades y tratar de mejorar tanto personal como socialmente las carencias de una generación que no suele estar dispuesta a vencer dificultades o a superar obstáculos. Quizás sea el reto más difícil que los mayores de hoy enseñen a la siguiente generación. Tantas personas, actualmente, ante una dificultad se contentan con el “no puedo”, también a nivel espiritual. Es cierto que puede parecer difícil, pero debo añadir que pedirle ayuda a Cristo, ir al Sagrario a encomendar cualquier tarea da más resultados de lo que unos padres, un párroco o incluso un obispo, puedan llegar a imaginar.

-¿Cómo apoyar a las familias en la transmisión de valores?

-En las zonas rurales, tras lo vivido en los ambientes de la Sociedad Misionera de Cristo Rey, donde he tenido la ocasión de evangelizar, creo que destacaría la importancia de los varones, de los padres de familia. Las actividades que más fruto han dado, que más han arraigado en las familias de amigos y conocidos, e incluso de los pueblos, son aquellas en las que se han integrado los hombres, construyendo para TODA la familia, un lugar de vida espiritual, como Retiros familiares, campamentos en familia, y todas aquellas que no se ven obligadas a separar hombres, por un lado, mujeres por otro, y niños y jóvenes también. Puede parecer una evangelización “resultona”, o eficaz; pero a la larga, al no haber potenciado lo que supone la unidad en la familia, acaba siendo estéril o, por la inconstancia de nuestro tiempo, establecida a todos los niveles de la sociedad, creando vacíos existenciales o multiplicidad de actividades que arrancaron y quedaron a mitad de camino.

-¿Cómo promover la solidaridad intergeneracional en zonas rurales, inspirados en los mártires de la Guerra Civil?

-Creo que la época martirial de nuestra España tenía dos diferencias fundamentales a nivel rural. La primera que los pueblos tenían juventud y más población. Asumir a nivel personal y también diocesano, que los pueblos se vacían, cuando no se llenan de personas de otras religiones es una tarea pendiente, a mi modo de ver, en nuestra tierra. Esto, que podría verse como un inconveniente, viene acompañado de algo importante: la facilidad de las comunicaciones. En los años treinta no podían viajar a la ciudad semanalmente pero ahora sí; y lo hacen para otras cosas.

Quizás la única manera posible de enseñar el sentido de “comunidad” que mantuvo en alto la bandera de la Fe hasta el extremo de dar la vida o, al menos, la única que veo yo, es perder el miedo a desplazarnos y que las autoridades eclesiásticas y los mismos sacerdotes veamos con buenos ojos que jóvenes de otras parroquias acudan a vivir la Fe allí donde Dios les llame, sabiendo que la juventud, va más rápido que nosotros en sus decisiones y tampoco gusta de la excesiva programación.

Aprovechar cada ocasión, en lugar de poner trabas, facilitar en lo posible, y siempre con la oración, las iniciativas que el Espíritu Santo suscita en nuestro aquí y ahora, aunque sean personas de otros pueblos, de otras diócesis, fomenta la universalidad de la Iglesia y nos aparta del individualismo absurdo que más es freno que alabanza al único Rey.

El reto de la evangelización en el relevo generacional no impida que las personas mayores transmitan su entereza y constancia, y que la experiencia del clero mayor de nuestras zonas rurales, así como el de las ciudades, ayude a los más jóvenes a llevar la buena noticia a todos los rincones del mundo. Las redes sociales también son una realidad a tener en cuenta, y mucho bien puede hacerse a través de cualquier medio.

Siempre con María Virgen, allá donde Dios disponga según su santa voluntad. La valentía de los mártires de hace casi cien años puede llegar a la circunstancia de cada uno, simplemente cuando llegue el momento necesario, pero es verdad que, en general, no se improvisa. Debemos seguir enseñando a los jóvenes a “dar la cara” por Cristo, mientras no se nos pida “dar la vida”. Y esto comienza desde las más altas esferas en sus enseñanzas y estilo de vida, hasta los monaguillos de cada parroquia. Es una tarea de cada uno, porque Iglesia somos todos.

Y terminamos esta entrevista, a tres voces, con Patxi Bronchalo...

Patxi Bronchalo también participará del

Patxi Bronchalo también participará del "Diálogo Intergeneracional" esta tarde en el Congreso Católicos y Vida Pública...

-¿Cómo crear espacios de diálogo intergeneracional en parroquias?

-Sacerdotes y laicos solo pueden generar un verdadero diálogo intergeneracional cuando se quitan el miedo a escucharse de verdad y renuncian a la tentación de pensar que su propia generación tiene todas las respuestas. En mis años de sacerdote he descubierto he visto que el encuentro nace cuando ponemos a jóvenes, adultos y mayores en misión, en marcha, no en mesas redondas eternas y reuniones hablando de planes pastorales que luego no se concretan en trabajo. Cuando trabajan juntos anunciando el Evangelio y ayudando a los que más sufren descubren que la fe necesita tanto la pasión juvenil como la sabiduría madura.

-¿Qué lecciones podemos aprender de los santos y mártires?

-Los santos y los mártires nos enseñan que la fe no es una teoría ni una emoción pasajera, sino una decisión concreta de vivir para Cristo cueste lo que cueste. En “Santos o nada” intento mostrar precisamente eso: que la santidad no es para héroes excepcionales, sino para hombres y mujeres de carne y hueso que se creen el Evangelio y se atreven a poner la vida entera con Jesús. Quien mira a los santos entiende que no se puede vivir la fe a medias: o Cristo lo es todo, o termina siendo nada.

-¿Cómo abordar los desafíos de la juventud de manera efectiva?

-La Iglesia solo podrá afrontar de verdad los desafíos de la juventud si se acerca a los jóvenes sin miedo, sin paternalismo y sin complejos, ofreciéndoles no rebajas, sino el Evangelio entero. Los adolescentes buscan autenticidad, y la encuentran cuando sacerdotes y laicos se les presentan con una vida coherente, capaz de escuchar sin suavizar la verdad y de acompañar sin renunciar a la belleza de la vocación cristiana. Mi experiencia con ellos, también en redes, me confirma que los jóvenes no huyen de Dios sino de las caricaturas de Dios. Cuando ven radicalidad de la buena en la fe, amor concreto, una liturgia vivida de verdad, entonces se abren, se les suscitan preguntas y se ponen en marcha.

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