La Cruz del Apostolado; un mapa para llegar a la meta.
Introducción:
Los símbolos, gracias al sentido de la vista, proyectan y comunican una idea que se envía al cerebro, el cual, a través del aprendizaje adquirido, logra construir y establecer su significado. Por ejemplo, si vemos en la calle un pequeño letrero, con una diagonal roja, sobre una flecha que apunta hacia la izquierda, significa que está prohibido girar en esa dirección. El lenguaje simbólico ha sido parte esencial del arte y, por lo mismo, de las diferentes culturas del mundo.
La Iglesia, a través de la liturgia, se vale del lenguaje simbólico, para poder explicar a las personas, el significado de los aspectos más importantes de la fe. Lo anterior, no tiene nada que ver con la idolatría, porque no se rinde culto al símbolo, sino a lo que representa, es decir, a lo que evoca. La Cruz del Apostolado, como una visión que tuvo la beata Concepción Cabrera de Armida en el año de 1894 en la Iglesia de la Compañía de Jesús ubicada en San Luis Potosí, México, no vale por lo que es, sino por el mensaje que contiene en cada uno de los elementos que la conforman.

Origen de la imagen:
Dejemos que sea la beata Concepción Cabrera de Armida, de aquí en adelante, “Conchita”, quien nos narre cómo se fue construyendo, dentro de su profunda experiencia de Dios, la imagen de la Cruz del Apostolado, cuya riqueza simbólica la ha convertido en un mapa que conduce a la meta de la salvación, es decir, al encuentro con Jesucristo Sacerdote y Víctima, a partir del amor, la pureza y el sacrificio, conectando el Evangelio con la vida diaria (familia, amigos, "hobbies", novia, escuela, trabajo, etc.) de cada persona:
“Sólo pasaron unos días después del monograma, cuando una mañana, (Nota: a fines del mes, y creo que fue tarde la primera vez) ¡feliz e inolvidable mañana! estando haciendo mi oración en la Iglesia de la Compañía, repentinamente vi, no sé cómo, una Paloma en medio de un gran fuego como de rayos de luz, pero de luz casi blanca, clarísima y brillante, muy superior a la incandescente, y en el centro de ella, a la Palomita, blanca también, blanquísima, como con las alas extendidas. No vi más, pero esto me hizo una impresión muy honda, aunque sin saber qué significaría aquello.
Cuando se lo comuniqué a mi Director, sólo me dijo: esperemos. Y no se hizo por cierto esperar mucho la solución.
Pocos días después, repentinamente también, voy viendo la misma Palomita, pero debajo de ella, en el fondo de aquella inmensa luz, una cruz grande, muy grande, con un Corazón en el centro, donde los brazos parten. Parecía que flotaba en un crepúsculo de nubes, como con fuego dentro. Debajo de la Cruz partían rayos de luz, los cuales no se confundían ni con la luz blanca de la Palomita ni con el fuego de las nubes. Eran tres tonos de luz ¡qué primor y qué encanto!”[1].
No debe causarnos ningún conflicto la profunda sensibilidad mística de Conchita, pues no es la primera persona a la que le sucede algo así, ya que en la historia del cristianismo contamos con muchos casos parecidos tales como Santa Teresa de Ávila o Santa Catalina de Siena (ambas doctoras de la Iglesia). Desde luego que lo más importante no es la cuestión de las imágenes o las voces, sino la apertura de una madre de familia que, desde su vida normal, se dejó llevar por Cristo a partir de una cruz llena de luz y relacionada con su propia experiencia de fe. Lo anterior, sin olvidar que Conchita no caminó en solitario, pues contó con muy buenos directores espirituales (acompañantes), quienes la ayudaron para que no se confundiera.

Partes en las que se divide la cruz:
Llegados a este punto, nos corresponde profundizar, a modo de reflexión, en el mensaje que contiene cada uno de los elementos que integran la imagen de la Cruz del Apostolado; es decir, las partes en las que se divide para una mayor comprensión teológica y pastoral. Nos referimos a la paloma blanca, la cruz grande, el Sagrado Corazón de Jesús, la lanza, la corona de espinas, la cruz pequeña, la luz y las nubes.
La paloma blanca:
Simboliza al Espíritu Santo, quien, con sus alas extendidas, además de presidir y sostener la imagen, nos muestra a un Dios que recibe a todos, pues nadie debe sentirse excluido de la Iglesia.
La cruz grande:
El ser humano, como destinatario de la salvación, se encuentra perfectamente representado en la cruz más grande. La persona, atraída por el corazón que permanece en el centro, deja de pertenecerse a sí misma, para convertirse en un(a) discípulo(a) del Dios de las sorpresas. Se vuelve una cruz viva del apostolado, porque lejos de medirse, aprende a entregarse totalmente a la voluntad de Dios. Como parte de su humanidad, siente el peso de las resistencias, pues no es nada fácil obedecer; sin embargo, descubre que en las orientaciones de Jesús está el camino o la llave de la verdadera felicidad.
El Sagrado Corazón de Jesús:
En principio, la cruz, aleja y hasta cierto punto asusta. El corazón, símbolo de la presencia de Jesús, la convierte en un camino mucho más ligero, capaz de ser recorrido con mayor detenimiento y optimismo. Lo anterior, sin dejarse llevar por el miedo o la desesperación. El amor ilumina y transforma el sentido del dolor. La cruz, por si sola, es algo así como un callejón sin salida, pero cuando se ofrece y, a su vez, queda unida a Cristo, se convierte en una experiencia marcada por el consuelo y la esperanza de un nuevo comienzo.
La lanza:
Significa contemplar el corazón abierto de Jesús. Siempre dispuesto a recibir a las personas tal y como son en realidad. Sin prejuicios o miradas incómodas. Él no le cierra las puertas a nadie. Al contrario, como ya dijimos, se mantiene disponible a las necesidades de cada persona. Jesús, traspasado por la lanza del soldado romano, le recuerda al mundo su apertura y comprensión. No es un Dios triste, enojado o alejado, sino un amigo que ha querido quedarse para siempre con nosotros.
La corona de espinas:
Se refiere, de manera especial, a los pecados de los sacerdotes y de quienes forman parte de la vida consagrada. Es una denuncia constante a los crímenes que se han cometido, violando la dignidad de la persona humana. Las espinas que rodean el Sagrado Corazón de Jesús, oprimiéndolo, son el recuerdo de tantas víctimas que fueron traicionadas. Personas que sufrieron las consecuencias de una serie de actos impunes y destructivos. Las espinas, en sí mismas, nos invitan a orar y, desde ahí, trabajar por la santidad de los sacerdotes y de los miembros de la vida consagrada.
La cruz pequeña:
El sacrificio de Cristo, representado en la cruz más pequeña, ha sido a lo largo de la historia un hecho que nunca ha coincidido con los criterios y prioridades del mundo. La mayoría de las personas esperaban a un mesías que transformara la realidad del pueblo de Israel, asumiendo un papel importante en la política gubernamental; sin embargo, los planes de Jesús apuntaron hacia otra dirección. Pudiendo haberse librado de la cruz, no quiso ahorrarse ningún esfuerzo, sino que se dio hasta las últimas consecuencias. Llegó a la entrega total, pues se donó a sí mismo, convirtiéndose en el Sumo y Eterno Sacerdote.
La luz y las nubes:
La luz y las nubes representan a Dios Padre, quien rodea y, al mismo tiempo, abraza la cruz. El creador del cosmos, reconoce a su único Hijo, invitándonos a escuchar su voz en medio del contexto histórico que nos está tocando vivir.
Conclusión:
1. La Cruz del Apostolado, no vale por lo que es, sino por lo que significa, pues además de ser una expresión trinitaria, nos invita a reproducirla, en nosotros mismos, a través del amor (aprender a querer con orden y equilibrio), la pureza (trabajar por tener buenas intenciones) y el sacrificio (esforzarnos por construir nuestra vida y ayudar a los demás en la medida de nuestras posibilidades).
2. Es un mapa o croquis de la vida espiritual, pues al igual que Jesús, tenemos que recorrer los laberintos de nuestra misión, dejándonos conducir por el Espíritu Santo, al que podemos escuchar a través de las personas y de las circunstancias que nos rodean. Lo anterior, sin perder la alegría y el optimismo, porque la Cruz del Apostolado, a partir de la luz que la ilumina, no es una imagen obsesionada con el dolor, sino un mensaje que nos recuerda que las dificultades pueden ser nuevas oportunidades.
3. No es una espiritualidad rara, pues implica vivirla, con entrega e ilusión, a lo largo y ancho de nuestra vida, es decir, en donde quiera que nos encontremos, partiendo de la propia vocación.
[1] Autobiografía CCA 2, 36-38.