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ESPERANZA. Dibujo creado por Gonzalo Benítez. 3º ESO

ESPERANZA. Dibujo creado por Gonzalo Benítez. 3º ESOalumno casviboadilla

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En la mitología griega, la curiosidad de Pandora le llevó a abrir la famosa caja para ver qué había dentro y escaparon de su interior todos los males del mundo. Cuando quiso cerrarla, solo consiguió atrapar en el fondo, el espíritu de la esperanza, el único bien que los dioses habían escondido en ella. Así surgió la expresión “La esperanza es lo último que se pierde”.

¿Pero, según esta historia mítica, la esperanza es, de verdad, un bien? ¿Por qué encerrarla entre tanto mal? ¿No sería más bien, el mal más grande? Esto es lo que pensaban algunos filósofos como Nietzsche, Schopenhauer o Albert Camus con su inexorable mito de Sísifo. Los existencialistas de la segunda parte del s. XX cuyas reminiscencias todavía sobrevuelan el pensamiento actual, conectan con esta idea con facilidad, ya que el absurdo de la vida y de la condición humana después de las atrocidades de la segunda guerra mundial, invitan a tener poca esperanza sobre el futuro del ser humano. Tener esperanza es como una condena. Hoy en día los medios de comunicación y la cultura nos bombardean que notas pesimistas y apocalípticas. El fin del mundo está a la vuelta de la esquina. La vulnerabilidad de la vida está amenazada desde los desastres naturales hasta los infiernos que desatan los egos humanos. La vida se ha convertido en un sobrevivir… y da gracias. Desde el sálvese quien pueda hasta el ande yo caliente, ríase la gente. El individualismo y el materialismo no ayudan a recuperar la confianza, más bien invitan al egoísmo y el aislamiento. El miedo bloquea el alma. La confianza está herida de muerte. Y por ello, la esperanza.

¿Entonces, tener esperanza es verdaderamente un mal? ¿No será mejor no esperar nada del futuro? ¿No saldrá más rentable ser pragmático y vivir el Carpe diem?

Esperanza no es la palabra adecuada para designar lo que quieren expresar. Lo que es verdaderamente rechazable es la evasión, el optimismo ciego, el sentimiento ilusorio o el idealismo absurdo, conceptos todos ellos que nos sacan de la realidad. De la mano de ellos cabalgan otros de índole contraria pero que difuminan también el sentido verdadero de la esperanza, como la resignación, el conformismo y la predestinación. Posiblemente, la esperanza según algunos, está encorsetada entre la huida de la realidad acuñada por Marx con su famoso dicho, "La religión es el opio del pueblo" y la pasividad que nos sugiere el quietismo herético de Miguel de Molinos del s. XVII.

Pero nada de esto es la esperanza cristiana.

La esperanza se apoya en la verdad de Cristo, que se nos revela, nos salva, y nos envía su espíritu para vencer la tentación, comprender la vida y sanar nuestra historia personal. Cuando Cristo aparece en el horizonte humano como la verdad, se recupera la confianza y el sosiego. No se huye de la vida y de la verdad sino que esa vida de cada uno se analiza con valentía, se afronta con decisión y se espera con anhelo. No hay nadie más realista que un cristiano centrado. Lleva la verdad de su condición de pecador en sus manos. No oculta lo que es. No vive de apariencia. Vive de la esperanza de que esa condición no es el fin. Es solo el punto realista desde el que partir para buscar el perdón, la belleza y la verdad.

La esperanza cristina es un motor para la acción. Lejos de asumir la realidad con resignación predestinada, se arroja hacia adelante, soñando con un futuro que no nos pertenece pero que está en las manos bondadosas de Dios. Es un colaborar con la Gracia del espíritu. Es trabajar con y en el espíritu de Dios. No es una esperanza ridículamente optimista ni una esperanza resignadamente pasiva, muy al contrario, es una esperanza motora, que no mira el resultado sino que se apoya en el divino compañero de viaje para recorrer el camino que nos lleva al futuro eterno. No es la meta, es el camino. No es llegar, es caminar a su lado.

La falta de grandes y altruistas ideales de nuestro tiempo es un atentado contra la esperanza. Cuando la meta de la vida es tener cosas, ser famoso o estar cómodo, hemos cerrado la puerta a la esperanza y la evolución. Un cristiano no es un conformista, un resignado o un alienado. Es un ser en anhelante. Una criatura en busca de su creador. Un hijo que confía en su padre.

La esperanza cristiana no nos promete comodidades, no nos evita sufrimientos, no nos invita a un triste sesteo, sino que nos empuja arriba y hacia adelante. A más y mejor. A pasar por la vida confiando en Dios que siempre sorprende. Abiertos al futuro, que sea o no de nuestro gusto, siempre estará impregnado de Dios, de su marca divina. El miedo se expulsa con el amor. El amor a Dios engendra confianza. La confianza en Dios produce osadía. Y la osadía cristiana concibe el futuro.

El dicho cuenta que mientras hay vida, hay esperanza. Yo pienso que es al revés: Mientras haya esperanza, hay vida. Cuando la esperanza falla, aparece la desmotivación, la inacción y el fin.

“Más aún; nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra la paciencia, la paciencia, virtud probada; la virtud probada, esperanza y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rom 5, 3-5)

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