Religión en Libertad

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Cristo y la Iglesia se unen al ofrecer el sacramento eucarístico. Hay una doble dirección; Cristo se entrega esponsalmente a su Iglesia, dando su Cuerpo y su Sangre, dándose Él y la Iglesia se ofrece a su Señor y se incorpora a su vida y a su redención. Doble dirección, un movimiento de Cristo a la Iglesia y de la Iglesia hacia Cristo.

Además, en la Eucaristía se produce la unidad de la misma Iglesia por lo cual la Iglesia vive de la Eucaristía, procede de la Eucaristía, halla su vida en la Eucaristía. Como muchos granos de trigo han sido necesarios para elaborar el pan eucarístico, han sido amasados, se ha empleado agua para la masa (el bautismo) y se ha cocido con fuego (el Espíritu en la Crismación), formando un solo y único Pan, así cada vez que celebramos la Eucaristía todos confluimos en un solo Cuerpo, el de Cristo. El misterio de la unidad de la Iglesia se hace real y patente en el sacramento de la Eucaristía. Lo expresa bien la plegaria eucarística:


La unidad de la Iglesia se produce por la Eucaristía, en la Comunión con el Señor.

Al adorar a Cristo en la Eucaristía, nos introducimos en esta Comunión eclesial. La espiritualidad de la adoración educa el corazón del adorador para vivir eclesialmente. Se está ante Cristo en la custodia, pero se sabe que así se está fortaleciendo la unidad de la Iglesia, sacándonos de nuestro egoísmo para crecer en la caridad de la Iglesia, en su vida de unidad. Contemplar la Hostia consagrada ayuda a recordar que en esa Hostia están aglutinados tantísimos granos de trigo que somos cada uno de los miembros de la Iglesia, y que la unidad de la Iglesia no proviene de estrategia ni fuerza humana, sino del Señor mismo. Por eso, al adorar, se pide por la Iglesia, se ensancha el corazón adorante convirtiéndolo en un corazón eclesial y se ora sostenido y sosteniendo la Comunión de los santos.

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