La santidad de los consagrados (Palabras sobre la santidad - XVII)
Los religiosos y, en general, los consagrados, en la inmensa variedad de formas eclesiales manifestada en Órdenes, Congregaciones, Institutos, Sociedades de vida apostólica, extraen las consecuencias del bautismo para seguir a Cristo pobre, casto y obediente.
Ellos son un signo del cielo, del Reino de Dios, con un estilo de vida semejante a Cristo e insertándose, según la propia vocación, en modos concretos o carismas, según la variedad de la vida religiosa: la contemplación, la asistencia a ancianos o enfermos, el mundo de la pobreza, la enseñanza, la predicación, etc... La santidad es un camino básico para todos los consagrados. Siguiendo a Cristo, ya que el seguimiento define la vida religiosa, se santifican en la medida en que viven sus votos religiosos y se entregan fielmente a su propio carisma:
Quienes se han consagrado a Dios en pobreza, castidad y obediencia, asumen un peculiar modo de vida en la Iglesia como camino de santidad y perfección evangélica. Así se santifican ellos y santifican a su vez a la Iglesia, siendo por la santidad de vida -no por los discursos, las denuncias o el disenso- un anuncio profético que a todos invita a la entrega al Señor. La vida de los religiosos y consagrados es un desafío. No se acomodan al mundo ni se adaptan a la secularización del mundo, sino que permanecen firmes como baluarte señalando a Cristo sin concesiones. No se mundanizan, sino que renuevan todas las cosas por la radicalidad del seguimiento, su consagración y su amor incondicional a la Iglesia (su sentir eclesial, su sentido de Iglesia grabado en las almas). No desafían a la Iglesia con la palabrería del pensamiento secularizado, sino que su desafío es el mundo que está de vuelta de todo, su desafío es dar una respuesta certera a quien de verdad busca a Dios y un seguimiento radical. El reto que asumen es permanecer fieles a la Iglesia sin atender los cantos de sirena de la cultura secularizada o incluso de la secularización interna de la Iglesia. Ellos, los consagrados, son un baluarte firme. Así viven la santidad a la que están llamados. Los religiosos y consagrados se santifican cuando son fieles a su propia naturaleza de consagrados sin concesiones ni falsas adaptaciones.
Por la vida de fidelidad de cada consagrado, su seguimiento de Cristo en pobreza, obediencia y castidad, sus horas de oración, la fraternidad que expresa y difunde viviendo en comunidad, cada uno de ellos es una llamada a la santidad para quien los trate. Cada religioso, viviendo así, espolea la conciencia de todo bautizado, sacerdote o fiel, para que se interrogue sobre su propio anhelo de santidad. Religiosos así, comprometidos en la santidad, son la mejor voz profética y la más clara llamada a la santidad para todos.