Jean Buridan: precursor del concepto de inercia en la Edad Media

Universidad de París en el siglo XIV
Aunque Oxford fue la universidad medieval que más empujó hacia la revolución científica, también hay otras que merecen especial mención. Una de ellas es la de París, donde recaló por unos años Roger Bacon, precisamente proveniente de Oxford, y donde podemos hallar a San Alberto Magno, patrono de las ciencias en virtud de la variedad de temas que abordó en sus tratados. Santo Tomás de Aquino, aunque se centró en el ámbito de la filosofía, también propició una conexión entre las ciencias y la fe cristiana.
Hoy hablaremos de un personaje menos conocido: Jean Buridan (ca. 1300 – ca. 1358), un filósofo y sacerdote francés que también enseñó en la Universidad de París, donde llegó a ejercer como rector. Es uno de los pensadores más destacados de la escolástica tardía y precursor de muchas ideas que influirían en el nacimiento de la ciencia moderna. Compartió con Guillermo de Ockham la orientación nominalista, una doctrina filosófica que sostiene que los nombres que damos a las cosas no corresponden a entidades reales fuera de la mente.
La Iglesia católica no vio con buenos ojos el nominalismo, en parte porque se percibía como un riesgo para la idea de una moral universal basada en la ley natural. Por ello prefirió la visión de Santo Tomás de Aquino, el realismo moderado, según el cual los universales existen, pero no como entidades separadas, sino en las cosas mismas y abstraídos por la mente humana para formar conceptos generales. Con todo, ni Ockham ni Buridan pretendieron nunca dañar a la Iglesia. Además, Buridan fue evolucionando hacia una postura más moderada, a veces clasificada como terminismo, centrada en cómo los términos lingüísticos representan las cosas del mundo y cómo se estructuran los razonamientos válidos.
El nominalismo también parece chocar con el espíritu de los calculatores de Oxford, clérigos ingleses que buscaron y hallaron leyes físicas universales. Esa actitud de formular principios generales ha sido clave en el desarrollo de la ciencia. Sin embargo, resulta llamativo que el progreso científico se nutriera también de pensadores nominalistas, pues en la práctica la ciencia moderna terminó combinando elementos de ambas corrientes: la búsqueda de leyes universales y la atención nominalista a los casos concretos.
El principal aporte de Buridan fue la teoría del ímpetu (impetus), contrario a la idea sostenida por Aristóteles de que un objeto se mueve mientras algo lo empuja. Buridan propuso, por el contrario, que un objeto en movimiento recibe un “ímpetu”, una especie de fuerza interna que lo mantiene en movimiento hasta que algo (como la resistencia del aire o el peso) lo detiene. Esta idea anticipa el concepto de inercia, que será base de la primera ley de Newton.
La teoría del impetus no fue una idea completamente nueva. Ya había sido formulada por algunos pensadores árabes y por el cristiano Juan Filópono. Pero tiene un gran mérito haberla recuperado y desarrollado con argumentos sólidos. En ciencia no solo basta con descubrir algo: a veces es necesario fundamentarlo y consolidarlo. Eso fue lo que hizo Jean Buridan, que incluso se atrevió a describir el ímpetu como una cualidad variable cuya fuerza viene determinada por la velocidad y la cantidad de materia en el sujeto. De esta manera, la aceleración de un cuerpo en caída podría entenderse en términos de su acumulación gradual de unidades de ímpetu.
El principal discípulo de Buridan fue Nicolás Oresme. También Galileo Galilei, aunque no lo conoció directamente, tuvo muy en cuenta su pensamiento en lo que se refiere a la inercia.