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Merton College de Oxford

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Durante la Edad Media, la Universidad de Oxford fue uno de los lugares más innovadores en lo que se refiere a estudiar la naturaleza de forma racional y cuantitativa. Allí, figuras como Robert Grosseteste y Roger Bacon, ambos franciscanos, empezaron a sentar las bases de una tradición que buscaba comprender el mundo mediante la observación, el razonamiento y las matemáticas.

A mediados del siglo XIV, esta herencia la continuaron un grupo de académicos conocidos como los calculatores del Merton College. Recordemos que los college medievales eran instituciones autónomas que no solo ofrecían alojamiento, como residencias, sino también enseñanza y formación académica. El de Merton fue el más importante de la Universidad de Oxford, de ahí que también se hable de los calculatores de Oxford. Entre ellos destacan Thomas Bradwardine, Richard Swineshead, John Dumbleton y William Heytesbury, todos ellos clérigos formados en lógica, filosofía natural y matemáticas.

Su principal aporte fue desarrollar un enfoque cuantitativo para estudiar fenómenos físicos como el movimiento, la aceleración, la velocidad, el tiempo o la fuerza, lo cual rompía con la tradición más cualitativa de la escolástica medieval. Esto los convierte en precursores de la física moderna.

Thomas Bradwardine, que llegó a ser arzobispo de Canterbury, expuso en su Tractatus de proportionibus (1328) una fórmula matemática para describir la relación entre la fuerza aplicada a un objeto, la resistencia a su movimiento y la velocidad resultante. También propuso que, en ausencia de resistencia (en el vacío), los cuerpos caerían a la misma velocidad, una idea bastante novedosa en su tiempo.

Richard Swineshead, en su Liber Calculationum (hacia 1350), presentó hasta 50 variaciones matemáticas de la ley de Bradwardine, y llegó a analizar también las tasas de variación de propiedades como el calor o la velocidad.

John Dumbleton también dejó otra obra maestra, Summa Logicae et Philosophiae Naturalis (hacia 1349). Allí, al asumir la finitud de los cuerpos, se le ocurrió la posibilidad de que la contracción o expansión no elimine ninguna parte de un cuerpo. Esto implica que existe un número finito de partes. Aunque en esa época no se conocía el concepto de molécula, la especulación de Dumbleton ayudó a desterrar la idea de que los cuerpos pudieran tener infinitas partes.

Por último, William Heytesbury, que fue rector de la Universidad de Oxford, formuló la llamada “ley de la velocidad media” en su obra Regulae solvendi sophismata (hacia 1335). Aunque alguno de sus compañeros también la conocía, fue él quien la expresó de forma más clara y sistemática. Según esta regla, el espacio recorrido por un objeto con velocidad variable es igual al que recorrería si se desplazara a la velocidad media durante ese tiempo. Gracias a esta formulación, se pudo describir con precisión el movimiento uniformemente acelerado, algo realmente revolucionario en pleno siglo XIV.

Pero no nos quedemos solo en el contenido de estos razonamientos. El método también era novedoso: buscar leyes universales, expresadas de forma matemática, que describan con precisión el mundo físico. Esta mentalidad, que cuadra con la visión cristiana de un universo ordenado y racional creado por Dios, preparó el terreno para la revolución científica que llegaría siglos más tarde en Europa gracias a personajes como Galileo, Kepler y Newton.

Aunque el método científico moderno aún no existía, los calculatores contribuyeron en gran manera a su gestación al demostrar que el razonamiento lógico-matemático podía aplicarse con éxito al estudio de la naturaleza. Así, su legado resulta clave en la historia del pensamiento científico occidental.

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