No está aquí
Yo soy la Resurrección y la Vida; el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre (Jn 11, 25). Con estas palabras, llenas de fuerza y de certeza, se expresa Cristo instantes antes de resucitar a su amigo Lázaro. Y lo hace en Betania, pocos días previos a su Pasión, Muerte y Resurrección. Esta afirmación sostiene nuestra Esperanza; confirma nuestra Fe; y es el Misterio que nos gloriamos proclamar.
Cristo hoy te pregunta a ti, como un día le preguntó a Marta, la hermana de Lázaro: ¿Crees esto? Y tú, como Marta, debes contestar con total seguridad y confianza plena: ¡Creo Señor! (Jn 11, 27). Y puedes completar tu respuesta con las palabras de Pedro: Sólo Tú tienes palabras de Vida Eterna. (Jn 6, 68).
Tú Señor, eres la Verdad y el Verbo; en suma, la Palabra Verdadera. Y así lo proclama Santo Tomás; en su Adoro te devote, al afirmar: Basta el oído para creer con firmeza. Nada es más verdadero que Tu palabra de verdad.
La verdad más consoladora que nos dejó Cristo es el anuncio de su gloriosa Resurrección. Recuerda, querido Teófilo que, por tres veces, anunció a los discípulos Su Pasión; pero rememora, para solaz de tu corazón, que, por otras tres veces, les confortó con el anuncio de Su Resurrección.
Así, como dice San Pablo: Si Cristo resucitó y también nosotros resucitaremos. Y concluye convencido: Si Cristo no resucitó vacía es nuestra predicación y vana es vuestra fe (1 Cor 15, 14).
La Resurrección es nuestra realidad más sólida. Es la clave de la religión cristiana. En ella se explica todo… y, con ella, todo cobra sentido. Sin ella, todo es un absurdo contrasentido: Necedad para los griegos y escándalo para los judíos (1 Cor 1, 23).
Consciente de ello, insiste San Pablo: ... si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, que mañana moriremos (1 Co. 15.29). Si todo se acaba aquí… una parte de lo que vivimos, merecería ser vivido de otro modo.
Por el contrario, la fe en nuestra resurrección, a través de la Resurrección de Cristo, la que nos mantiene atentos y vigilantes.
Con la convicción y la evidencia de Su Resurrección, podemos vivir y gozar, luchar y sufrir, con la seguridad de la victoria y la confianza del triunfo final. La muerte ha sido vencida (1 Co 15, 54). ¿Dónde está oh muerte tu victoria? (Is 25, 8).
La Pascua provoca el gozo inmenso, el júbilo incontenible. Tanto es así que, por una semana entera, día tras día, la Iglesia repite y celebra la Resurrección del Señor, una y otra vez, en sus lecturas y sus oraciones litúrgicas. Y afirma: ¡En verdad, ha resucitado!
Por ello, querido Teófilo, disponte a disfrutar de la misma alegría que tuvieron esas santas mujeres -entre las que destaca, en los relatos evangélicos, María de Magdala- que iban tristes a embalsamar, con aromas y perfumes, el Sacratísimo Cuerpo del Señor y se encontraron con los Ángeles -Enviados y Emisarios-, que les dijeron: ¡No está aquí! (Lc. 24, 6).
Y debes también imitarlas, cuando llenas de gozo corrieron a comunicarlo a los discípulos (Mt 28, 8).
Y, por fin, camina tú también muy deprisa, con el corazón batiendo, como Pedro y Juan que iban a “comprobar” por sí mismos, lo que les habían anunciado las mujeres (Cfr. Jn 20, 4).
Y al igual que esos dos apóstoles -tan queridos del Maestro-, vuelve tú a la vida corriente, lleno de “estupor” al ver la tumba vacía. Pero no te puedes quedar en un asombro desconcertado. Tú sabes que Su cuerpo no está allí, en el sepulcro… pues Él mismo es quien está en los cientos de miles de Sagrarios, esparcidos por toda la faz de la tierra. Y en ellos está esperándote…desde hace más de 2000 años.
¡Feliz Pascua de Resurrección!
Tuyo. ¡Que Dios te guarde!