Sábado, 04 de mayo de 2024

Religión en Libertad

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Martín Ibarra Benlloch es historiador y fue director del Archivo de Torreciudad de 1998 a 2021

Martín Ibarra y Torreciudad (1)

por Victor in vínculis

LA DEVOCIÓN A NUESTRA SEÑORA DE TORRECIUDAD por Martín Ibarra Benlloch

1.- Una devoción casi milenaria

El inicio de Torreciudad está relacionada con la Reconquista española, de manera especial con la Cruzada de Barbastro (1064), la primera de todas. Con motivo de esta Cruzada se debió conquistar Torreciudad en 1066, para perderlo más tarde. De este momento debe de ser la talla de la Virgen de Torreciudad, románica, del tipo iconográfico de la Virgen, Sedes Sapientiae. Al llegar el avance musulmán se debió esconder. En torno al año 1083-4 se reconquista nuevamente y se devuelve la imagen de la Virgen a la ermita. Allí permanecerá hasta 1975, con la interrupción de la persecución religiosa (1936/38) y de su restauración.

[Imagen de Nuestra Señora de Torreciudad en la ermita, vestida]

No sabemos si existía algún lugar cultual en Torreciudad con anterioridad al siglo XI. Sí que cuando se realiza la imagen, existía un lugar donde colocarla. ¿Se corresponde con la actual ermita? Por supuesto que ése era su emplazamiento, aunque todo parece dar a entender que era de un tamaño mucho más reducido. Es posible que la ermita actual contenga elementos de un edificio anterior. Cuando uno entra al zaguán, ve de frente una pequeña habitación donde solía estar el conserje que atendía la ermita. La pared tiene una forma que se podría identificar con un ábside de tipo románico. Si proyectamos eso hacia su derecha, donde está la actual ermita, nos sale un edificio religioso muy reducido, pero dadas las circunstancias del momento de Reconquista, más que suficiente.

La ampliación de la ermita debió de ir de la mano de la baronía de Castro (s. XIII), de los cofrades (s. XVII), y de los peregrinos que agradecían su intercesión en las enfermedades neurológicas. Desde el nacimiento de la baronía de Castro, existió una vinculación muy estrecha entre ésta y Torreciudad. Además, el prior de la ermita de Torreciudad dependía del párroco de La Puebla de Castro a todos los efectos. Del siglo XVII debe de ser la ampliación de la ermita con el casón anexo, con un tamaño y composición muy semejante al actual.

Por el breve pontificio del papa Clemente IX de 1667, sabemos de la existencia e importancia de la cofradía de Nuestra Señora de Torreciudad y cómo había entonces un prior residencial. También se habla de un altar privilegiado, de una devoción especial y privilegios en el día de la Asunción de María, a los cofrades que acudieran desde la víspera hasta la puesta del sol, rezando en él, confesados y comulgados. Sabido es que hasta el Concilio Vaticano II se observaba un riguroso ayuno eucarístico, que hacía que muchas familias llegaran por la tarde del sábado, se confesaran y durmieran en alguna de las habitaciones del casón. Al día siguiente, asistirían a primera hora a la santa misa, desayunarían y después de un rato iniciarían el regreso.

Hace muy poco ha habido una nueva restauración, que ha mejorado mucho las habitaciones del Casón, poniéndolo en consonancia con los nuevos tiempos.

[Ermita y casón en el año 1964]

Así que la devoción a la Virgen María, en su advocación de Torreciudad, se ha mantenido de manera ininterrumpida desde el siglo XI en la antigua ermita y desde 1975 en la ermita y en el nuevo santuario construido por el Patronato de Torreciudad, con el impulso espiritual del Opus Dei.

2.- Un prior, casi penitenciario de la comarca

Para atender la ermita de Torreciudad se nombraba desde el obispado de Barbastro un prior, del que se decía que era como “un penitenciario de toda la comarca”. Los peregrinos subían en el día si eran de pueblos cercanos. Si no, se podían quedar a dormir en el casón.

[Gallinas en el exterior de la ermita, año 1964]

 Además, el prior se encargaba del buen funcionamiento de todo lo relacionado con la ermita y la casa. Contrataba criados (cuestores o santeros) con carácter anual. Solía haber un ermitaño, que podía ser uno de estos criados, que se hacía cargo de la ermita durante las ausencias del prior, que eran frecuentes en el invierno. Había que atender a los peregrinos y visitantes. Algunos de estos peregrinos, sobre todo los miembros de la cofradía de Nuestra Señora de Torreciudad que llegaban en verano y otoño, hacían noche en la casa del santuario. En ese caso aprovechaban para rezar el rosario, confesarse y, a primera hora del día asistir a la Santa Misa. Esto solía hacerse los domingos, el día de la Virgen en agosto y en torno al 1 de noviembre. El casón tenía catorce habitaciones, así que podía albergar a catorce unidades familiares. Se ofrecía comida a quien lo deseara: esta era una de las ocupaciones importantes de los ermitaños y de alguna criada que reforzaba la época de mayor afluencia de peregrinos.

No se interrumpió la devoción a la Virgen de Torreciudad en ningún momento. La diócesis de Barbastro conoció momentos muy difíciles en el siglo XIX y en el XX. A comienzos de siglo XX la devoción a Nuestra Señora de Torreciudad se mantuvo entre las gentes de la redolada y consolidó su papel de santuario supra comarcal de la parte central de la diócesis de Barbastro y de otras diócesis cercanas (Lérida, Urgel).

[Romería en el año 1933]

 En el siglo XIX y XX se daban peregrinaciones de los pueblos de la redolada de Torreciudad, muchos de ellos con sus estandartes. Era todo un acontecimiento que acababa con un almuerzo festivo, ocupando la ermita y sus alrededores. La sensación era que asistía mucha gente. Pero, ¿cuánto era mucha gente? 

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