Martes, 19 de marzo de 2024

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Reflexionando sobre el Evangelio Mc 10, 35-40

Deseamos poder y gloria, pero ¿Humanos o divinos?

Deseamos poder y gloria, pero ¿Humanos o divinos?
Humildad, docilidad, esperanza

por La divina proporción

Los seres humanos siempre deseamos poder y gloria. Vernos por encima de los demás. Sentarnos a la derecha e izquierda de Cristo, porque de esa forma seríamos segundos salvadores oficiales. ¿Cómo convenció la serpiente a Adán y Eva para que comieran la fruta prohibida? Lo hizo ofreciéndoles que “serían como Dios”. Frente a la naturaleza humana, tenemos a Cristo:

Todavía le subió el diablo a un monumento muy encumbrado desde ahí y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos. Y luego le dijo: todas estas cosas te daré si, postrándote delante de mí, me adoras. Entonces Jesús le respondió: Apártate de ahí Satanás, porque está escrito: Adorarás al Señor Dios tuyo, y a él sólo servirás. (Lc 4, 5-11)

Cada domingo oramos en la Liturgia diciendo: “Sólo tuyo es poder y la gloria Señor”. La voluntad humana nunca puede adelantarse a la Voluntad de Dios. El poder y la gloria humana nos lleva a creer que estamos por encima de los demás. Dios sabe que el poder y la gloria humana sólo nos puede corromper, por lo que el Señor disuade a los Apóstoles de tomar ese camino:

… ninguno se sentará a la derecha ni a la izquierda, porque aquel trono es inaccesible a toda criatura humana y por tanto dice:" Sentarse a mi diestra o a mi siniestra, no es mío darlo a vosotros", como si algunos hubiesen de sentarse. Contesta en verdad a los que le preguntan condescendiendo con su intención, puesto que no conociendo aquel trono excelso, ni la cátedra que está a la derecha del Padre, lo que en realidad pedían era la supremacía sobre los demás y el principal de los doce tronos, que habían oído prometer a los Apóstoles. (San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 65, 2)

San Juan Crisóstomo indica con claridad que lo que los Apóstoles deseaban era verse superiores a los demás. Les dice claramente que el que quiera ser el primero, sea servidor de todos los demás. El primer puesto no conlleva poder y gloria, sino servicio, ofrecimiento de sí mismo a los demás. Los que buscan los primeros puestos, serán despedidos, porque la humildad es el gran tesoro escondido.

Y vendrán del oriente y del occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. Y he aquí, hay últimos que serán primeros, y hay primeros que serán últimos. (Lc 13, 29-30)

Las riquezas, los privilegios, los honores, nos apartan de la gloria de Dios. La gloria humana nos hace olvidar la humildad divina. La prepotencia nos impide ver que todos los seres humanos llevamos con nosotros la misma imagen de Dios y también la misma naturaleza caída y limitada. Entre los cristianos no deberían existir otras glorias que no fuesen el servicio desinteresado y humilde. Pero, por desgracia, tendemos a recrear el modelo de la Torre de Babel. Construimos estructuras para llegar a Dios, cuando Dios está entre nosotros y espera que le abramos la puerta de nuestro ser para entrar (Ap 3, 20). El verdadero poder es la docilidad y la verdadera gloria, la humildad. Ambos son reflejo de Dios mismo en nosotros.

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