Martes, 19 de marzo de 2024

Religión en Libertad

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esperanza en la tribulacion

Ifema espiritual

por Hospital de campaña

Me cuentan que muchas iglesias están cerradas. Es extraño. No lo sé porque aquí no damos abasto. El Gobierno –nada afecto a la Iglesia Católica- no ha ordenado el cierre de los lugares de culto (ver el Decreto del 14 marzo, a. 11). En Madrid, nuestro Arzobispo, desde el 14 de marzo, nos ha animado a que los templos abiertos sean un consuelo para los fieles. El hecho de que no haya misas públicas no impide que la gente pueda rezar un rato e, incluso, solicitar la misericordia de Cristo.

Cada día patean las calles personas que van a sus ocupaciones necesarias, cuidando la distancia y la protección, y pasan junto a los templos. A unos les trae sin cuidado, pero, a otros, que se santiguan internamente, les choca ver la iglesia de su barrio cerrada. Hay quienes pasan verdaderos apuros económicos, y llaman por teléfono a Banco de Alimentos, a los Servicios Sociales o a la Cruz Roja implorando alimentos, que no pueden conseguir en el mercado a causa de su propia miseria. De allí les derivan a las parroquias; pero si están cerradas y nadie coge el teléfono, estas personas se hunden en su “desolación”. No encuentran “suelo” donde apoyarse.

Un templo abierto se convierte en consuelo para pobres, medianos y ricos. Aquí, en San Ramón, en Puente de Vallecas, a la vuelta de la compra, muchos pueden rezar unos minutos y charlar con un sacerdote en busca de esperanza. Y mucho más seguro que el mercado, porque a lo sumo hay dos personas donde el aforo es de doscientas. La parroquia que tiene abierto el servicio de Cáritas –y no deriva a los expertos profesionales- es una familia que dice a uno de sus hermanos: “te llevo la compra a casa”, “te consigo alimentos”, “te pago este mes de alquiler”, “haré lo que pueda por ti”.

Una parroquia así, inventa cada día formas de llegar a las necesidades que se presentan y que gritan pidiendo caridad. Se llega, por medio de internet, a cumplir con su misión evangelizadora, conectando a los feligreses con el Señor para que conviertan su casa en el hogar de Cristo. Pero, para ello, es preciso dejar el temor y pasar al amor. No nos pareció una excusa válida decir que si cerramos, así la gente no se contagiará. Ocurriría si se hacen mal las cosas y no se siguen con rigor las indicaciones sanitarias. Pero si se cierra, aparte de que se pueden contagiar en cualquier sitio, dejarán de creer en la Iglesia, pensando que no estuvo cuando más la necesitaba. No basta poner un teléfono a la puerta de la parroquia. La gente busca un rostro, una presencia –a distancia de dos metros y con mascarilla-, porque la gente sigue necesitando amor para vencer el temor.

¡Qué alegría nos ha dado a todos el hospital de campaña que han montado en IFEMA! ¡Cuántas personas están siendo sanadas allí! Pues en cada parroquia abierta y disponible hay un hospital espiritual para sanar heridas internas. Allí donde hay una iglesia abierta, hay esperanza.

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