Viernes, 19 de abril de 2024

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Alex Rosal y la Cruz

por La Columna del #CoronelPakez

 

No me gusta halagar, pero a veces es de justicia hacerlo. O sea, lean, si no lo han hecho ya, a Alex Rosal. Léanlo con calma. Y pongan en práctica todo aquello que dice. Sí: es una orden –lo han adivinado-.

Nuestro querido director ha escrito dos grandes artículos que pueden resumirse en una sola palabra: Cruz.

Los consejos de San Pío de Pietrelcina para esos momentos de zozobra, espiritual y física. Los tiempos oscuros en que las fuerzas fallan y la palabra enmudece en nuestros labios y la oración se congela en una mirada de súplica, en un silencio desesperado.

Ha descrito Alex Rosal la noche oscura del alma de San Juan de la Cruz, esa prueba terrible por la que han pasado la mayoría de los santos. La asimilación, espiritual y física, al Cristo colgado en el madero, abandonado por Dios y por los hombres. Surgió un salmo de la boca reseca de Jesús –una oración aprendida de memoria en su infancia- y surgió un grito inexplicable. ¿Qué otra cosa podría expresar la asfixiante soledad de su alma?

Ha descrito Alex Rosal la Noche y la Cruz. Lo ha hecho de un modo particular y contemporáneo. Así debe ser, porque Dios fabrica a la medida de cada uno de nosotros las cruces que nos envía. La cruz que nos salva y nos libera es personal e intransferible, forjada en el amor infinito que Dios nos tiene. Pero es cruz. Es decir: es algo tremendo, insospechado, muchas veces inesperado, y que muestra una característica común: es muy difícil de llevar. Una cruz no dispone de asas ni de ruedas. Se transporta mal. Te aplasta. Tienes, a la fuerza, que abrazarte a ella si quieres llevarla. Y, si no lo haces, caerás bajo su peso más veces de las que cayó el propio Cristo. Otra característica común a todas las cruces es que hay escaso consuelo, humano y divino. Las cruces que se llevan con entusiasmo no son la Cruz.

No se puede rezar, claro. A duras penas podemos alzar los ojos al Cielo y hacer en la mayor de las sequedades un acto de fe, sudando por creer que es verdad todo aquello en lo que creemos. Son tremendas las palabras de Santa Teresita en este estado: “No tengo ya ni fe ni esperanza…”

Dios nos despoja de la caricatura de Dios que nos hemos construido. Nos despoja de las seguridades con que hemos rodeado a esa caricatura: una intensa vida de piedad, unos sacrificios, unas limosnas, una lucha personal ascética, un… Todo demasiado “nuestro”. Todo demasiado humano. No reparábamos en que todo eso era pura Gracia, don divino, regalo que creíamos de nuestra propiedad.

Cuenta, pues, Alex Rosal la destrucción de todos esos ídolos y la desnudez en que se ve el alma y el cuerpo. Adán responde a Dios con sinceridad cuando se ve desnudo. Y Cristo refleja al hombre, ya sin Dios, en el abandono desnudo de la Cruz.

Tiene razón Alex cuando dice que el Señor saldrá a tu encuentro en “la debilidad y la pobreza”. En tu dolorosa, indefensa, suplicante desnudez.

Todo ello es, créanme, bastante insoportable. Uno, que no es un santo, se acerca a la terraza con la botella de whisky y el paquete de cigarrillos; se asoma a la noche de farolas amarillas y camiones de basura –qué simbólico- y se solidariza con todos los desesperados del mundo. Entonces da gracias a Dios por tener el whisky a mano. Cada sorbo es un regalo, don divino. Cada calada, incienso que se eleva al Cielo.

-Va por tí, Jesús…

Y Él nos entiende, Alex.

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