Sábado, 18 de mayo de 2024

Religión en Libertad

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Magisterio sobre la evangelización (III)

por Corazón Eucarístico de Jesús

Una gracia habremos de pedir: que el impulso del Espíritu Santo aliente a la Iglesia y que la presencia del Resucitado rompa el temor, la comodidad y la rutina. Entonces, y sólo entonces, con esa vida eclesial vigorosa, llena de Unción, la nueva evangelización será posible.

 

Y es que lo que nos jugamos no es poco: ¡la fidelidad al mandato de Cristo!

 

 

Es tiempo de nueva evangelización y de apóstoles que, evangelizados hasta las fibras más íntimas de su alma, evangelicen a tiempo y a destiempo, todos en la misma dirección para no provocar rupturas si se camina cada uno en una dirección distinta.

 

Por eso leemos los textos del Magisterio sobre la nueva evangelización, con la carga provocadora que tienen.

"No podéis quedaros indiferentes ante la salvación de los hombres.


— Si creéis en Cristo, habréis de creer también en el programa de vida que El nos propone.

— Si amáis a Cristo, habréis de amar a los que El ama y como El los ama.

— Si estáis unidos a Cristo, os sabréis enviados por El y como El a anunciar el Evangelio a toda criatura.


En el Evangelio que acabamos de escuchar, hemos oído cómo Jesús se da a conocer como Mesías, precisamente por la evangelización de los pobres, por el anuncio redentor a los cautivos, ciegos y oprimidos; es decir, por su amor preferencial a los más necesitados. También la Iglesia, a pesar de las debilidades y de los errores en que hayan podido incurrir algunos de sus hijos, ha manifestado siempre esa predilección por los pobres.


La evangelización no sería auténtica si no siguiera las huellas de Cristo, que fue enviado a evangelizar a los pobres. Debéis hacer propia la compasión de Jesús por el hombre y la mujer necesitados. El auténtico discípulo de Cristo se siente siempre solidario con el hermano que sufre, trata de aliviar sus penas –en la medida de sus posibilidades, pero con generosidad–; lucha para que sea respetada en todo instante la dignidad de la persona humana, desde el momento de la concepción hasta la muerte. No olvida nunca que la “misión evangelizadora tiene como parte indispensable la acción por la justicia y las tareas de promoción del hombre” (Discurso a la III Conferencia general del Episcopado latinoamericano, III, n. 2, Puebla, 28 de enero de 1979).


Sin embargo, el verdadero celo evangelizador se compadece sobre todo de la situación de necesidad espiritual – a veces extrema – en la que se debaten tantos hombres y mujeres. Pensad en cuantos todavía no conocen a Cristo, o bien tienen una imagen deformada de El, o han abandonado su seguimiento, buscando el propio bienestar en los atractivos de la sociedad secularizada o a través del odioso enfrentamiento de las luchas ideológicas. Ante esa pobreza del espíritu, el cristiano no puede permanecer pasivo: ha de orar, dar testimonio de su fe en todo momento, y hablar de Cristo, su gran amor, con valentía y caridad. Y debe procurar que esos hermanos se acerquen o retornen al Señor y a su Cuerpo místico, que es la Iglesia, mediante una profunda y gozosa conversión de sus vidas, que dé sentido y valor de eternidad a todo su caminar terreno.

La primacía de esta atención a las formas espirituales de la pobreza humana, impedirá que el amor preferencial de Cristo por los pobres – del que participa la Iglesia – sea interpretado con categorías meramente socio-económicas, y alejará todo peligro de injusta discriminación en la acción pastoral".


Si éstos son los retos y las tareas, no menos importantes resultan ser los principios desde los que partimos. El Papa señalaba:


"Para que de veras resulte eficaz la nueva etapa de la evangelización que el Señor espera de vosotros, debéis formar verdaderas comunidades cristianas, como las de nuestros primeros hermanos en la fe (cf. Hch 2, 42-47; 4, 32-36). Se conseguirá de este modo una profunda renovación de todas las comunidades parroquiales, tal como queréis poner en marcha entre vosotros. Y si en el cumplimiento de su misión están impregnadas del amor a Dios, serán verdaderamente comunidades misioneras y servidoras de los hombres.

Para continuar y crecer en el estilo de vida evangélico como los primeros cristianos, es necesario que, al igual que ellos, perseveréis en la unión entre vosotros y con vuestros Pastores; en las verdades de nuestra fe meditándolas en vuestro corazón; en la vida sacramental y litúrgica.

Habéis de llevar a cabo vuestra tarea evangelizadora, sintiéndoos miembros vivos de una Iglesia que es comunión. El último Sínodo Extraordinario de los Obispos ha insistido mucho en que “la eclesiología de comunión es una idea central y fundamental en los documentos del Concilio” (Sínodo extraordinario de los Obispos, 1985, Relatio finalis, II, C, 1). Sólo desde el interior de una Iglesia-comunión se puede entender la vocación y misión del cristiano. Tratad de reproducir el magnifico testimonio de la Iglesia primitiva: “La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma” (Hch 4, 32).

¡Cuán necesario y urgente es ofrecer al mundo de hoy el testimonio de una Iglesia-comunión, animada por el Espíritu Santo, comprometida toda ella en una nueva evangelización!

Esto supone una relación muy estrecha con los Pastores, los cuales, como primeros colaboradores del Espíritu Santo, son el principio visible de la comunión eclesial; y requiere también unidad, colaboración fraterna y comunión entre los sacerdotes, religiosos y laicos, que buscan –cada uno según su propio carisma– construir el reino de Dios.

6. En este momento, en que el Espíritu Santo impulsa la corresponsabilidad y participación activa de todos los cristianos en la misión evangelizadora de la Iglesia, se percibe cada vez más la necesidad de profundizar en la formación y en la espiritualidad adecuadas a su vocación. Todo cristiano debe escuchar y meditar asiduamente la Palabra de Dios y esforzarse por descubrir la presencia del Señor en los acontecimientos diarios de su vida personal y de toda la sociedad. Hace falta una formación permanente, que lleve a todos los fieles a una continua conversión, hasta reproducir en sus vidas la imagen de Cristo. Toda la persona tiene necesidad de una formación integral e integradora – cultural, profesional, doctrinal, espiritual y apostólica – que le disponga a vivir en una coherente unidad interior, y le permita siempre dar razón de su esperanza a todo aquel que se la pida (cf. 1P 3, 15).

La identidad cristiana exige el esfuerzo constante por formarse cada vez mejor, pues la ignorancia es el peor enemigo de nuestra fe. ¿Quién podrá decir que ama de verdad a Cristo, si no pone empeño por conocerlo mejor? Amados hermanos: No abandonéis la lectura asidua de la Sagrada Escritura, profundizad constantemente en las verdades de nuestra fe, acudid con ilusión a la catequesis que, si es imprescindible para los más jóvenes, no es menos necesaria para los mayores. ¿Cómo podréis transmitir la Palabra de Dios si vosotros mismos no la conocéis de un modo profundo y vivo?

 ¡Formación y espiritualidad! Un binomio inseparable para quien aspire a conducir una vida cristiana verdaderamente comprometida en la edificación y en la construcción de una sociedad más justa y fraterna. Si deseáis ser fieles en vuestra vida cotidiana a las exigencias de Dios y a las expectativas de los hombres y de la historia, debéis alimentaros constantemente de la Palabra de Dios y de los sacramentos: que “la Palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza” (Col 3, 16)¡ vivid las exigencias y la gracia sacramental de vuestro bautismo y de vuestra confirmación, del sacramento de la reconciliación y de la eucaristía, del sacramento del matrimonio para quienes habéis sido llamados a este estado de vida que manifiesta y realiza el misterio de la alianza de Jesús con la Iglesia. 


Sed hombres y mujeres de oración. Preparad, en la intimidad con el Señor, el encuentro salvador con los hombres. En la oración filial, el cristiano tiene la posibilidad de entablar un diálogo con Dios Uno y Trino, que mora en el alma de quien vive en gracia (cf. Jn 14, 23), para poder después anunciarlo a los hermanos".


(Juan Pablo II, Homilía en la celebración de la Palabra, 

Viedma (Argentina), 7-abril-1987).

 

¡Qué manera de destacar la formación y la espiritualidad! Es el binomiobásica sin el cual andamos cojos, atrofiados. Vida de oración sólida y filial, constante y diaria, pero unida a una formación permanente, integral, del laicado. Personalmente estoy convencido de ello y por eso está en marcha este blog (comunidad católica virtual). La formación completa, sólida, con buenos cimientos, es imprescindible: hoy formar laicos bien capacitados es una prioridad absoluta.


Además, la renovación de las comunidades parroquiales, centradas ¡y mucho! en Jesucristo, la vida litúrgica en torno a Él, y la catequesis. Súmese la caridad activa y diligente.


La nueva evangelización se vivirá si hay Comunión y no francotiradores, o líneas, grupos o movimientos, o personas particulares, que sólo ven lo suyo e imponen lo suyo, a su modo, despreciando otras realidades eclesiales. La Comunión evangeliza.


La vida de la Iglesia -por tanto de cada miembro- es evangelizar. Incluye a todos, también al mundo laical por su inserción en las realidades temporales: matrimonios evangelizando su familia, padres y abuelos evangelizando a sus hijos y nietos, profesionales evangelizando con su trabajo santificador, etc. etc.

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