Viernes, 26 de abril de 2024

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SIERVO DE DIOS ANTONIO MOLLE LAZO

“Me mataréis, pero Cristo triunfará” (1)

por Victor in vínculis

El padre Santiago Cantera Montenegro, benedictino de la Abadía de la Santa Cruz de El Valle de los Caídos, publicó en 2009 “Antonio Molle Lazo (1915-1936). Juventud, Ideales y Martirio”. De su pluma nos acercamos al testimonio sobrecogedor de este mártir cuya causa avanza en la diócesis de Jerez.

El 10 de agosto de 1936 moría en Peñaflor (Sevilla) el joven Antonio Molle Lazo, de 21 años de edad, a manos de una turba de milicianos frentepopulistas. Era un muchacho afiliado al tradicionalismo y encuadrado en una unidad de requetés de Jerez de la Frontera que aún se encontraba en período de formación y que con el tiempo gestaría el Tercio de Nuestra Señora de la Merced. Fue capturado en combate, pero cayó asesinado siendo ya prisionero. ¿El motivo de su muerte? No consentir en renegar de su fe en Cristo y de su amor a la España católica.

Breves trazos de su vida

Antonio Molle había nacido en Arcos de la Frontera (Cádiz) un 2 de abril de 1915, que aquel año era Viernes Santo, y al poco pasó por delante de la casa la procesión de Nuestro Padre Jesús Nazareno: todo parecía presagiar desde el principio el final martirial de nuestro personaje. Hijo de Carlos Molle Gutiérrez y de María Josefa Lazo, fervientes católicos y de firmes convicciones patrias, aprendió de ellos la firmeza en los principios, la devoción religiosa y el valor de la vida familiar.

A los cinco meses marcharon por motivos laborales del padre a Jerez de la Frontera, donde se asentarían definitivamente. No se puede decir, desde luego, que la familia conociera en ningún momento una situación económica boyante, sino que siempre vivieron de forma más bien modesta: en ocasiones incluso el padre y los hijos quedaron en el paro laboral.

En Jerez, Antonio se formó en la escuela y creció en su primera etapa de niño y adolescente en el Colegio del Buen Pastor de los Hermanos de las Escuelas Cristianas (Hermanos de La Salle). No destacó nunca en los estudios, que le costaban bastante, pero sí lo suplió, en cambio, por el notable esfuerzo puesto en ellos.

Asimismo, resaltó por su calidad humana en el trato con los demás, la reciedumbre de carácter que poco a poco se iba forjando y la piedad religiosa que mostró desde pronto como miembro de las congregaciones devocionales que los Hermanos de La Salle tenían en el colegio. También se inició de forma temprana en el amor a Jesucristo Rey, conforme a la instauración de su fiesta por el papa Pío XI en 1925, año en el que precisamente recibió la primera Comunión. Por otro lado, recibió de niño el escapulario del Carmen, quedando vinculado al convento de los carmelitas calzados de Jerez como terciario seglar. Resaltó ciertamente por su devoción mariana y por el rezo del Santo Rosario.

Uno de sus compañeros ofrecería este testimonio: “Antonio fue un congregante y un colegial modelo. Cumplió siempre con exacta fidelidad todas sus obligaciones, y ya entonces podíamos admirar en él que era joven que no consentía jamás el mal en su presencia, y augurábamos todos que había de ser un defensor formidable de la religión en estos calamitosos tiempos”.

Otro amigo afirmaría: “Antonio no podía tolerar que en su presencia se faltase lo más mínimo a Dios, a la religión y a la caridad con sus compañeros”.

A los 15 años, en 1930, terminó sus estudios en el colegio, si bien permaneció unido a él mediante la asociación de antiguos alumnos y en las prácticas de piedad y los entretenimientos de éstos, y emprendió la vida laboral. En un primer momento, fue admitido como meritorio en la estación de ferrocarril de Jerez de la Frontera: un empleo en el que no ganaba un salario, sino que había de hacer méritos para poder pasar a ocupar una plaza ya remunerada. Jamás escondió su fe religiosa en un ambiente más bien hostil, dominado por los marxistas, sobre todo socialistas, quienes finalmente consiguieron a nivel nacional que los empleos ferroviarios quedaran restringidos a hijos de trabajadores del ramo.

De este modo, Antonio Molle se vio en la calle y hubo de buscar trabajo. Lo encontraría como escribiente en unas bodegas y más tarde como taquillero en un teatro, conociendo la realidad del paro obrero en algunos momentos breves, dada la crítica situación económica de la España republicana. Junto con su padre, participó en algunas asociaciones profesionales, pero experimentaron cómo eran crecientemente manipuladas y desviadas por los elementos marxistas hacia sus objetivos políticos.

En todo este tiempo, Antonio fue forjando una personalidad firme en sus convicciones, hasta el punto de animar a otros amigos a ir a las iglesias de los barrios más conflictivos para asistir a la Santa Misa, a pesar de las amenazas de los socialistas a los católicos que vivían allí o que iban a esos templos. También procuraba evitar que sus amigos se dejasen llevar por conversaciones y actitudes que pudieran conducirles hacia la pérdida de la virtud e inclinarse a una vida de vicio. Fue muy aficionado al deporte para evadir los peligros morales que pueden acechar en los años jóvenes y además mediaba en las frecuentes peleas en los juegos.

Con 16 años, en 1931, Antonio Molle se afilió a la Juventud Tradicionalista, que contaba con una sección de cierto relieve en la céntrica y conocida calle de Francos, de Jerez de la Frontera. La simpatía hacia el carlismo le venía por línea familiar, pero fue ante todo la defensa de la fe, de la España católica y de los derechos de la Iglesia lo que le decidió a dar el paso. Le gustaba mucho asistir a las reuniones y tertulias del Círculo Tradicionalista y de la Sección de Juventud, tratar con sus amigos acerca de los problemas presentes, entretenerse allí mismo en distracciones y juegos, comprometerse en las actividades, etc.

Se ofrecía voluntario para acudir disfrazado a los mítines en los que se alentaba a las masas contra la religión, con el fin de conocer los planes de los revolucionarios y poder tomar las precauciones necesarias para evitar el asalto a iglesias y conventos y saber las líneas directrices que se marcaban en otros aspectos con que se pretendía extirpar de España la fe católica. Con valentía se entregaba a colaborar en las campañas electorales y en la distribución de la propaganda y pegadas de carteles, pese a la violencia desencadenada por las formaciones marxistas.

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