Jueves, 28 de marzo de 2024

Religión en Libertad

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¿Son los movimientos el problema o la solución?

por Una iglesia provocativa

El otro día cayó por mi Twitter una frase lapidaria de mi querido don Andrea Brugnoli, hablando a los Sentinelle del Mattino:

Si no eres parte de la solución, entonces eres parte del problema. Un cristiano no se lamenta de que la Iglesia duerma, simplemente la despierta”.

Me hizo pensar en muchas cosas y entre ellas los movimientos de la Iglesia. Hace algunos años oí a Monseñor Rilko en un congreso en Roma hablar sobre la realidad de los movimientos y lo que habían significado tras el Concilio. Lo que recuerdo de la intervención fue que la idea principal que transmitió era que los movimientos constituían la esperanza y casi la salvación de la Iglesia.

Todo aquel discurso me revolvió porque si bien es cierto que hemos asistido a una primavera de los movimientos en los últimos cuarenta años y se les debe mucho, no lo es menos que en muchas ocasiones su experiencia ha quedado limitada a su terruño sin permear al resto de la Iglesia.

Por políticamente incorrecto que suene, yo me pregunto si ahora mismo podemos permitirnos el lujo de andar dispersos haciendo cada uno su guerra. Los movimientos están presentes en muchas actividades de la Iglesia diocesana, sí. Pero muchas veces parece que todo queda en asistir en masa a las celebraciones de la diócesis o responder a la llamada de los obispos cuando toca manifestarse por la familia en las grandes ciudades.

El mes antepasado estuve en Roma representando a Alpha en un encuentro de los movimientos de eclesiales organizado por Mons. Fisichella para preparar Pentecostés, y desde luego se puede constatar la absoluta disponiblidad y ganas de servicio a la Iglesia que se da en ellos.

A pesar de no ser muchos, unos cincuenta,  la comunicación resultaba completamente unidireccional. Cada representante hablaba con Mons. Fisichella aportando sus ideas, y el prelado respondía, anotaba, comentaba. Todos estábamos presentes, sí. Pero la verdad es que era muy difícil interactuar entre nosotros.

De alguna manera esta es una perfecta metáfora de lo que pasa con los movimientos en la Iglesia. Cada uno trae lo suyo a la Iglesia, y está a disposición de la misma, pero no mira alrededor. Pero cuando se trata de interactuar, andamos demasiado liados como para hacerlo.

Cada cual al fin y al cabo tiene su movimiento que cuidar, y a veces los más osados – la ignorancia es muy atrevida- llegan a pensar o decir que la solución para los males de la Iglesia es que todo el mundo se haga de su movimiento o siga el camino de su movimiento.

Lo que muy pocos o casi nadie piensa es en trabajar codo con codo con otros movimientos. Sintomático es lo que me comentaba un amigo hablando de una realidad eclesial que no nombraré. En la vida invitan a gente que no sea de los suyos a darles una charla, unos ejercicios o una formación.

Y aquí estriba la dificultad que yo veo, pues muchas veces hay una esterilidad aparejada al hecho de “no hablar más que de mi libro” y se empiezan a observar en muchos movimientos síntomas de agotamiento.

Ya sea porque su método está caduco aunque empecinadamente insistan en él, o porque viven tras la estela de un fundador sin haber sabido crear equipo, o simplemente por que se les ha pasado el arroz o el momento histórico donde fueron suscitados, en muchos movimientos se hace patente una preocupante falta de ideas, carismas, juventud y sangre nueva.

Este agotamiento lo veo en muchas partes, instituciones y personas, pero no es tan aparente como se podría pensar. Es algo más sutil que tener una Iglesia que se cae a pedazos o una comunidad de religiosas que supera la edad de jubilación. 

Es algo que se ve cuando las instituciones y los grupos humanos empiezan a servir a su esquema de cómo tienen que ser las cosas antes que a Dios mismo. Y con esto suele venir aparejado un cierto autismo eclesial y un afanarse por mantener cosas que ya no convierten ni evangelizan a nadie.

Si la Iglesia como creemos es quien nos indica el camino a seguir, entonces habrá que reconocer que los derroteros por los que nos llama a transitar son los de la Nueva Evangelización.

 Y la Nueva Evangelización tiene una característica definitoria: es algo fundamentalmente transversal, porque es una llamada que pasa por el Primer Anuncio. El testimonio de Jesucristo que tenemos que dar ante el mundo, sólo lo podemos dar en unidad para que el mundo crea (Jn 17) Y esta unidad conlleva salir de nuestros esquemas y trabajar juntos.

Para hacer esto hace falta crear vasos comunicantes, espacios de intercambio, interacciones nuevas. Atreverse a descubrir lo bueno del otro, lo que complementa a lo propio. Tener la humildad de aprender de otros, y la caridad de enseñar a los demás los propios tesoros. Dar con magnanimidad gratis lo que se ha recibido gratis, sin temor a que alguno te robe la idea o te levante el contacto que tú hiciste.

Parece una obviedad, pero no lo es tanto. Estoy convencido de que a nivel de Iglesia no hemos trabajado ni el 5% de lo que se puede trabajar en verdadera unidad y comunión…a los frutos me remito, pues la medida de la bondad de un método, un movimiento, una orden o cualquier comunidad cristiana, es su capacidad de ser bendición y multiplicación para el resto de la Iglesia dándole toda la gloria Jesucristo.

Y el mundo está mal, la Iglesia está en crisis…luego hay motivos para la autocrítica y pensar que quizás no hemos hecho las cosas tan bien como pensamos.

Por eso los modelos que admiro no son las megaparroquias de moda, ni los curas superman y supersantos que lo hacen todo bien,  sino las comunidades que saben multiplicar y transcenderse a sí mismas.

¿Son los movimientos parte del problema o de la solución? Todos estamos de acuerdo en que en muchas áreas, la Iglesia duerme. Toda esta primavera de los movimientos, ¿ha hecho que la totalidad Iglesia despierte o simplemente se ha llevado lo mejor de lo que aún no estaba dormido?

¿Problema o solución, pues?

Pues potencialmente, los movimientos pueden ser una parte importantísima de la solución en estos momentos tan cruciales. Y potencialmente también pueden ser un problema si no se dejan hacer y cambiar al ritmo de lo que pide Dios mediante la Iglesia.

Son tiempos nuevos y desafíos nuevos donde nada se puede dar por sentado y todo caduca en un tiempo record.

Dios no pasa, y nunca deja de suscitar gracias actuales para su Iglesia. Los movimientos han sido una gracia para toda la Iglesia, y ojalá que sigan siéndolo por mucho tiempo, siempre alertas y vigilantes como las vírgenes sensatas del evangelio de hoy (Mt 25,1-13).

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