Miércoles, 24 de abril de 2024

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Qué hace y qué dice el Sagrado Corazón de Jesus en el Sagrario

Qué hace y qué dice el Sagrado Corazón de Jesus en el Sagrario

por Familia, Educación y Cultura

  1. El mensaje de san Manuel González

Este es el título de un libro de san Manuel González (Sevilla, 25 de febrero de 1877 - Madrid, 4 de enero de 1940) que fue sacerdote, arcipreste de Huelva, obispo de Málaga y de Palencia. Este santo es conocido como el Obispo del Sagrario Abandonado o el Apóstol de los Sagrarios Abandonados. Y en este libro de 1925,  Qué hace y qué dice el Corazón de Jesús en el Sagrario, nos ofrece un camino para descubrir a Jesús presente en el Sagrario, expuesto en la custodia. En una palabra:  una guía para adorar a Jesús. Y lo primero que nos dice san Manuel es que el Señor, en la Hostia Santa, no está quieto, inerte, solo siendo objeto de nuestra mirada, pero inactivo. San Manuel González es muy directo en las verdades de este libro y en la predicación de toda su vida: Cristo en la custodia actúa y a la vez nos solicita unas disposiciones en función de esta verdad radical. Cristo vivo está ahí y nuestra actitud debe ser de ternura rendida hacia Él, de cariñosa humildad, de respuesta también activa ante su sed, su sed de almas. No podemos meditar por nuestra cuenta sin hablar con quién nos habla. El dialogo exige una contemplación que nos debe llenar de arrobo y atención reverente en la interrelación intensísima que ahora es posible.  San Manuel González se queja, piadosamente y consecuentemente, de que ese activo y entero Jesús, Dios y Hombre, esté abandonado en multitud de sagrarios de tal forma que nadie se acerca a Él a recibir las “gracias que exhala su Sagrado Corazón”. En consecuencia, hemos de ir allí, al país de las divinas sorpresas, en palabras de san Manuel, porque Jesús es tan poco amado y tan desairado que nos debería llenar el alma de dolor y voluntad de reparar. Y hay que ir allí, a descubrirlo, a estarse amando al Amado tal como cantara San Juan de la Cruz.

  1. Cristo actúa

Y es que algunos al verlo tan quieto pensarán que nada hace y que solo se trata de contemplar una figura apática, dicho con infinito respeto. No es así y los cristianos a menudo no nos damos cuenta de que el Corazón Eucarístico de Jesús es el mismo Jesús del Evangelio y actúa exactamente igual que en el Evangelio. Predica, nos cuida, escucha, se mueve hacia nosotros, nos consuela, nos abraza, nos cura, nos salva de un modo idéntico a como lo hacía por las tierras de Palestina. ¿Tenemos estas realidades presentes? Cristo es fecundo en la Sagrada Eucaristía, en la Custodia, en su presencia divina en el Sagrario o en la Adoración.  Cristo vive en la Hostia: palpita, sufre, se compadece. Pero a menudo ignoramos su grandeza, su vida y nos situamos allí delante parloteando, lamentándonos, pidiendo cosas a barullo sin apreciar su Presencia infinita. Y no callamos y no le escuchamos. Nuestros toscos oídos abotargados por el ritmo de la vida son incapaces de apreciar todo lo que Jesús dice y hace. E insistimos, todo lo que dice y hace en sentido fuerte. Un ejemplo son las conversiones fulgurantes de las que tenemos noticias últimamente. Y, entonces, si no nos damos cuenta de estas consoladoras verdades nos perdemos lo mejor de ese Cristo enamoradísimo y volcado en sus criaturas. Y tristemente le tratamos como si no actuase.

  1. ¿Y cómo se comporta este Cristo vivo?

La guía para andar tras los pasos de Jesús es el Evangelio. San Manuel lo dice una y otra vez: Cristo actúa en la Eucaristía, en el Sagrario, del mismo modo en que lo hacía en los Evangelios. Y los pasos que dio en Galilea, en Judea son los mismos pasos que da ahora desde su Corazón Eucarístico. Y hay que dialogar con él con el Evangelio en la mano, en la memoria, en la lengua y en el corazón.  Y como a Bartimeo nos hace ver, y como a Lázaro nos resucita y como a Pedro nos bendice y nos perdona. En el Evangelio de san Mateo (28,21) lo dice con una claridad meridiana. “Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos”. Y san Manuel exclama, con énfasis, como para despertarnos, que no es una figura que pasó, un Cristo muerto al que recordamos con devoción. “Jesús está aquí, ¡aquí en el Sagrario mío!”. Y sigue el santo de los sagrarios abandonados: “Jesús en el Sagrario, en la Custodia, me mira. Me mira siempre”.  Con ojos de carne, bien vivos, y en esa mirada Él se hacen una imagen perfecta de mí y me atiende a mí como si no tuvieran que atender a nadie más.  San Marcos al describir el final del encuentro con el joven rico dice: “Jesús, poniendo en él los ojos, le amó” (10,21). Y no nos lo creemos, no lo pensamos, lo olvidamos: Él nos mira y nos ama. Y nos mira y exhala virtud, nos ilumina con su mirada, nos llena de bendiciones si sabemos rendirnos enamorados ante su presencia. Entonces san Manuel tira de las metáforas más poéticas que no por ser tan dulces son menos verdaderas. “Jesús en el Sagrario, en la Custodia, es como un Sol, que irradia luz y calor, es como un manantial de agua medicinal, como un delicioso jardín esparciendo siempre los aromas más exquisitos”.

  1. Cristo en el Sagrario, en la Custodia, en la Eucaristía

¿Sabemos entrar en el mundo que nos abre Jesús en el Sagrario? ¿Nos dejamos tomar de la mano por Él? ¿Le acompañamos, metiéndonos en las escenas del evangelio para andar con Él en Betania, junto a Marta, María y Lázaro? ¿Para contemplarlo en la luminosidad gloriosa de la Transfiguración acompañando Pedro, Santiago y Juan? En fin: ¿somos capaces de meternos en sus llagas abiertas en la Pasión y en el Calvario? ¿Que sí queremos? Entonces hay que entrar con un silencio dócil en la morada del Sagrario cuando Jesús nos abre la puerta con su voz queda, con sus palabras apenas susurradas. Hay que acallar nuestras potencias para que Jesús sacramentado despliegue la inmensidad desbordante del océano de su Amor. Es preciso silenciar la vida exterior para entrar en la vida interior de nuestro corazón para que se produzca ese intercambio de corazones del que hablan los santos: Él incendia, abrasa nuestro corazón con su Corazón. En San Juan hay una pregunta dulcísima: “Maestro, ¿dónde vives?”. Llevemos esta pregunta a nuestra vida. “¿Vives en la Eucaristía, en la Custodia, en el Sagrario?” Y quizá Él nos responsa: “Ven a consolarme, que yo te tomaré en brazos y te daré de comer mi carne y de beber mi sangre”. La continuidad entre la Eucaristía y la Adoración eucarística es estrechísima. Podríamos acabar de comulgar y decirnos, “quiero seguir a tu lado. Te albergo en mi pecho y a la vez quiero mirarte y decirte que no me movería de aquí jamás”. Pero la vida nos exige encontrar a los Cristos que nos esperan en la existencia diaria. Y saldremos de la Eucaristía, de la Adoración, transformados.  Y andaremos por el mundo hacia delante sabiendo que Él está allí también, en cada persona, esperando que actuemos con la misma caridad con que él nos trata. Y llevándonos espiritualmente la Custodia a la calle, nos acordaremos de Él y desagraviaremos acordándonos de tantos sagrarios abandonados tal como nos pide san Manuel. Dejémonos acompañar por María, camino seguro, para llegar al Señor. Ella está allí a su lado, de un modo inefable, difícil de expresar, tal como lo señalan muchos santos y místicos. “¡María, que sepa llegar a Él! Que sepa esperarle, escucharle, dejarme llevar por sus manos en el Sagrario, acompañándolo contigo, Madre”.

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