El drama de los niños que ignoran sus orígenes porque fueron abandonados al nacer, o nacieron de padre desconocido o incluso de madre atendida en el parto que luego desaparecía sin dejar huella es tan antiguo como la humanidad. Lo nuevo es, por un lado, la existencia de técnicas de reproducción asistida mediante óvulos o espermatozoides procedentes de donante anónimo; y, por otro, la presión de los grupos LGTBI o de los negociantes de vientres de alquiler para que ese anonimato sea respaldado e incluso impuesto por la ley.

El anonimato ya no es, así, una decisión posterior al embarazo y como consecuencia del mismo, sino previo a él y como manifestación de un supuesto "derecho al hijo" de los adultos, aunque ese hijo nazca a priori con el estigma de ignorar cosas esenciales sobre sí mismo. Son personas a quienes se les impide conocer su filiación, condenadas de por vida, por disposición legal, ellos y sus descendientes, a ignorar cuáles son sus orígenes.

Ésta es una de las cuestiones sometidas actualmente a debate en Francia. Desde el pasado 18 de enero se han convocado, evocando la Revolución de 1789, lo que se ha dado en llamar "Estados Generales de la bioética". Se trata de un proceso de debates ciudadanos y de expertos, pilotado por el Comité Consultivo Nacional de Ética (organismo creado en 1983 por François Mitterrand), con objeto de revisar la legislación implantada en el país en 2011 en aspectos como la congelación de óvulos, la maternidad subrogada, la donación anónima de esperma, entre otros.

Sylvie Boulloud es una víctima de la filiación desconocida. Y aunque su caso se enmarca dentro de los casos "tradicionales", ha escrito un artículo en Le Figaro para alertar contra la injusticia que supone afirmar el "derecho a un hijo" a quien se priva deliberadamente y a priori del derecho fundamental a saber quién es.


En 2008, al solicitar una partida de nacimiento para renovar el pasaporte, Sylvie Boulloud, realizadora audiovisual y publicista, descubrió que era adoptada y que en sus orígenes biológicos solo había una X. Inició entonces una investigación para intentar descubrir sus orígenes. Diez años después, aún no lo ha conseguido. Foto: Claire Aybalen.


Hoy en día, la reproducción asistida permite que parejas infértiles o que tienen riesgo de transmitir una enfermedad grave tengan un hijo por fecundación in vitro (FIV), por donación de óvulo o de esperma.
 
La nueva ley estudiada por el Comité Consultivo Nacional de Ética (CCNE) permitiría la reproducción asistida a mujeres solteras o que viven en pareja, por razones sociales y no médicas. Es decir, que mujeres que puedan dar a luz y que deseen un hijo podrán concebirlo a través de la FIV. Ya sea porque no han encontrado el hombre-padre ideal, o porque no desean tener una relación con un hombre debido a su orientación sexual. Estos niños nacidos por donación de esperma o de óvulos ignorarán siempre su ascendencia.


¡Y el CCNE afirma que protege el interés de los niños! Al escuchar las argumentaciones de estos eminentes especialistas que desbaratan la verdad biológica de la filiación para fundar una familia en favor de un sentimiento -el amor-, planteo la pregunta sobre sus orígenes: ¿de dónde vienen ellos?
 
Por mi parte, hablo como persona nacida bajo "parto anónimo": no conozco ni a mi madre, ni a mi padre biológico, no sé cuál es mi procedencia ni conozco la historia de mis antepasados. Por todo esto, la filiación materna de mis hijos está interrumpida. Pienso en los antecedentes genéticos, biológicos: ¿cáncer? ¿artrosis? ¿diabetes? No lo sé. ¿Y si quisiera saberlo? Me envían al CNAOP (Consejo Nacional para el Acceso a los Orígenes Personales), una especie de servicio contable que registra las peticiones y coteja los dossiers cuando existen. Dirigirse al CNAOP es como pedir el carné de identidad de María y José en el Vaticano. Ese organismo fue creado para evitar que Francia fuera condenada por el Tribunal Europeo de Derechos del Hombre.

Nacer en un lugar es tener un vínculo de pertenencia anclado en un tiempo y un territorio. Que podemos aceptar o rechazar. Mucha gente me replica diciendo que habrían preferido no tener una familia, pues su infancia fue un calvario. Pero al menos conocen sus raíces, su punto de origen, a partir del cual se ha construido una historia humana y social. Por mi parte, yo no siento ninguna pertenencia, ningún vínculo -con excepción de mis hijos- y mis deberes se limitan a la justicia y la moral. Soy una isla a la deriva en medio del océano.


Entonces pienso en los niños que nacen mediante reproducción asistida. Conocer el origen de su concepción se confiará a la buena voluntad de una mujer que dice ser su madre. Para este niño, la célula familiar tendrá múltiples configuraciones. Según la vida que haya elegido su madre, tendrá una madre y ningún padre. Una madre y un padre que no viven juntos. Dos madres y ningún padre. Dos madres y dos padres que no vivirán juntos si la madre elige un padre con pareja homosexual. Si la familia donde nace el niño se rompe y se vuelve a recomponer, los esquemas se renegociarán. En cualquier caso, el niño que sabe de su concepción no tendrá nunca acceso a su ascendencia. Y el niño al que se le haya ocultado su concepción, seguirá ignorando sus orígenes.

Desde que existe el bebé-probeta con donante, ya no podemos saber qué pasa con estos niños: ¿cómo viven? ¿cómo crecen? Ignorantes de su origen, estamos obligados a olvidarlos. Son individuos silenciados por los adultos y por un Estado que hablan y deciden por ellos. Menores de por vida. Lo que es práctico, porque sirve para declarar públicamente que estos niños se portan bien.

Por suerte, grandes naciones han tenido la valentía de cambiar la ley aboliendo el anonimato de los donantes: Suecia en 1984; Austria y Suiza en 1992; Australia en 1995; Islandia en 1996; Noruega en 2003; Holanda y Nueva Zelanda en 2004; el Reino Unido en 2005; Finlandia en 2006 y Bélgica en 2007.
 
Contrariamente a las expectativas de los CECOS (Centros de Estudio y Conservación de Óvulos y Esperma), las donaciones no se han agotado, pero han cambiado el perfil de los donantes. Hoy en día se reflexiona, se piensa seriamente sobre la donación. Los niños para los que conocer su identidad biológica es importante tienen acceso a su ascendencia, a esta historia singular y única.


Una pregunta me inquieta: ¿por qué en una democracia hay hombres y mujeres que piensan que el nivel más alto de su humanidad consiste en una posición que creen ser "moderna", fantaseando con el futuro de una historia contemporánea generosa y sin complejos?
 
El CCNE, formado por hombres y mujeres nacidos de padres biológicos y, por lo tanto, libres de cuestionar su filiación ante la evidencia de su nacimiento, se propone modelar la familia del futuro de todo un país por la exigencia de un pequeño grupo de lobbies. En Europa hay una carrera para ver qué país es el más "moderno" y esta ley se vende como ineludible con el pretexto que países limítrofes ya han adoptado la reproducción asistida o utilizando el argumento del número de las mujeres de Francia que recurren al turismo médico .
 
De alguna manera, el CCNE está dando una firma en blanco a esta orden: sed los emprendedores del futuro, imaginad la familia de mañana, eliminad a todas estas madres y estos padres que son el origen de todas las neurosis. En su deseo de corregir los desequilibrios, estos expertos crean muchos más. Este ley beneficia sólo a las mujeres, negando todo derecho de tener un niño a los hombres, que quedan reducidos a la mera función de productores de esperma. Al borrar toda idea romántica de una unión amorosa que tiene como resultado un hijo, el amor está considerado en su carácter absoluto.

Al poner el amor y el hijo al mismo nivel que la vida y la muerte -el derecho a la vida, el derecho a la muerte- el amor y el hijo se convierten en derechos. Es un amor muy calculado, en el que elijo el óvulo, el espermatozoide, el sexo, el color de los ojos y el día del parto. A este amor le niego todo derecho de autonomía: yo sola decido si conocerá o no su origen. Como el amor tiene infinidad de formas, los ejemplos de maltrato y de abandono de hijos biológicos se ponen como ejemplo para demostrar que la gestación natural no protege de los dramas y los abusos. Lo que implica que la reproducción asistida es una demostración de "buen-trato", y que una concepción deseada y meditada es más sólida que una salvaje. La cultura contra la naturaleza.


En A.I. Inteligencia Artificial (2001), de Steven Spielberg [AVISO: el pie de foto contiene spoilers], el niño-robot David (Haley Joel Osment) quiere transformarse en humano. Está programado para sentir las emociones hacia una madre humana adoptiva. Pero ésta acaba abandonándole porque no es su hijo biológico y David muere de amor. Al volver al laboratorio que le programó, descubre otros "David" idénticos a él, que esperan ser adoptados con el eslogan: "Por fin, un amor tuyo”.
 
¿Quién se encargará de determinar el grado de amor necesario para abrir el derecho a la reproducción asistida? ¿Los laboratorios farmacéuticos? ¿El estado? ¿Los psiquiatras? ¿En qué escala? A mí, por ejemplo, me gustan muchísimo los bebés en general; me gustan menos los adolescentes apáticos y aún menos los adultos estúpidos.
 
Detrás de esta historia se esconde toda una industria que, en nombre del progreso y la modernidad, desea tecnificar lo que la naturaleza hace de manera natural. Siempre hay que buscar a quién beneficia el crimen: el estado tiene la función de limitar y controlar los excesos de las sociedades capitalistas, como también los excesos de buenos sentimientos. Instrumentalizar así el fundamento de todas las sociedades humanas es un crimen. ¡Es tan fácil deconstruir...!
 
Ser moderno es, también, saber renunciar. Renunciar a ser madre o padre cuando esto no es posible, como yo renuncio a ser director de orquesta o cantante por falta de talento.
 
Renunciar es, también, elegir otro camino, otro recorrido. Es reflexionar sobre las consecuencias de nuestros propios deseos cuando son imposibles. O bien decidir ser por fin adulto verdaderamente y abrir a los niños nacidos por FIV o adoptados el acceso a sus orígenes biológicos, en nombre de este principio tan recordado de "igualdad para todos".
 
Si nuestro mundo fuera el de los buenos sentimientos, suscribiría con gusto esta generosidad universal. Por desgracia, fui adoptada por los buenos sentimientos de una familia, de vecinos, de médicos y de un estado que orquestaron mi vida, me mintieron sobre mis orígenes, me instrumentalizaron según su capricho de adultos. Estos buenos sentimientos se llaman conformismo, cobardía, orgullo. No es moderno y no siempre es amor, palabra prostituida a fuerza de haber sido corrompida por los eslóganes.
 
Traducción de Helena Faccia Serrano.