Recientemente Gloria TV entrevistó al cardenal Raymond Leo Burke, de 66 años, antiguo arzobispo de St Louis (Missouri, Estados Unidos), y prefecto del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica hasta el pasado 8 de noviembre, cuando fue nombrado patrono de la soberana Orden de Malta. Ofrecemos a continuación la traducción de sus declaraciones, realizada por Zela Fabbri para Adelante la Fe.


-Yo crecí en un tiempo muy hermoso en la Iglesia, en la que se nos instruía cuidadosamente en la fe, tanto en casa como en la escuela católica, en especial con el Catecismo de Baltimore. Recuerdo la gran belleza de la Sagrada Liturgia, con hermosas Misas incluso en nuestro pequeño pueblo agrícola. Y luego, por supuesto que estoy muy agradecido a mis padres que me dieron una formación muy sólida sobre la forma de vivir como católico. Así es que fueron años muy hermosos


-Bueno, tenemos que vivir en cualquier momento que el Señor nos da. Ciertamente, tengo muy buenos recuerdos de crecer en la década de 1950 y principios de 1960. Creo que lo más importante es que apreciamos la naturaleza orgánica de nuestra fe católica y valoramos la tradición a la que pertenecemos y por la cual la fe ha llegado a nosotros.


-Lo que sucedió inmediatamente después del Concilio – en aquel momento yo estaba en el seminario menor, y observábamos lo que estaba ocurriendo en el Concilio – pero lo ocurrido después del Concilio fue muy fuerte, incluso en algunos casos violento, que tengo que decir que, aun cuando era joven, empecé a cuestionar algunas cosas – si esto era realmente lo que se pretendía con el Concilio- porque advertí que muchas cosas hermosas que la Iglesia tenía de repente desaparecían e incluso ya no eran consideradas hermosas. Pienso, por ejemplo, en la gran tradición del canto gregoriano o el uso del latín en la celebración de la Sagrada Liturgia. Y Luego también, estaba, el llamado “espíritu del Concilio Vaticano II” que influyó otras áreas –por ejemplo, la vida moral, la enseñanza de la fe– y seguidamente vimos tantos sacerdote abandonar su ministerio sacerdotal, y a muchas hermanas religiosas renunciar a la vida religiosa. Así es que, sin duda alguna habían aspectos del período post-conciliar que planteaban preguntas.


-Sí, yo creo que sí. De alguna manera, hemos perdido el fuerte sentido de la centralidad de la Sagrada Liturgia y, por tanto, de la función sacerdotal y el ministerio en la Iglesia. Tengo que decir, que yo estaba tan fuertemente criado en la fe, y tenía un sólido entendimiento de la vocación, que nunca podría rechazar hacer lo que Nuestro Señor estaba pidiendo. Pero vi que había algo que sin duda había salido mal. Fui testigo, por ejemplo, cuando era un joven sacerdote, del vacío de la catequesis. Los textos de catequesis eran muy pobres. Entonces fui testigo de las experimentaciones litúrgicas – algunas de las cuales no quiero ni recordar – la pérdida de la vida devocional, la asistencia a la misa del domingo comenzó a disminuir de manera constante: todo ello me indicaba que algo había salido mal.


-No, no me lo hubiera imaginado. Aunque, debo decir también que lo encuentro lógico, ya que es un rito muy hermoso y el que la Iglesia lo haya recuperado me parece un signo muy saludable. Pero, en aquel momento, hay que decir que la reforma litúrgica en particular fue muy radical y, como he mencionado antes, incluso violenta, por lo que el pensamiento de una restauración no parecía algo posible. Pero, gracias a Dios, sucedió.


-Sí, entiendo que ellas son el mismo rito, y creo que, cuando el llamado nuevo rito o la forma ordinaria se celebra con gran cuidado y con un fuerte sentido de que la Santa Liturgia es la acción de Dios, uno puede ver más claramente la unidad de las dos formas de un mismo rito. Por otro lado, espero que –con el tiempo– algunos de los elementos que imprudentemente se retiraron del rito de la Misa, que ahora se ha convertido en la forma ordinaria, puedan ser restaurados, ya que la diferencia entre las dos formas es muy marcada.


-En la rica articulación de la forma extraordinaria, todo apunta siempre a la naturaleza teocéntrica de la liturgia, en cambio esto prácticamente disminuye hasta el el grado más bajo posible en la forma ordinaria.


-Sí, lo tienen. Creo que la relatio intermedia del Sínodo, que terminó el 18 de octubre pasado, es quizás uno de los documentos públicos más impactantes de la Iglesia que yo podía imaginar. Y, es también motivo de alarma muy grave, siendo especialmente importante que las buenas familias católicas que están viviendo la belleza del Sacramento del Matrimonio se consagren a una vida matrimonial sólida y que también utilicen cualquier ocasión para dar testimonio de la belleza y verdad que están experimentando a diario en su vida matrimonial.


-No sé cómo podían creer tal cosa, cómo podría ser que, por ejemplo, el divorcio –que la Constitución Pastoral sobre la Iglesia Gaudium et Spes llama una plaga en la sociedad– cómo podría ser que la promoción de las relaciones homosexuales, que son intrínsecamente malas, ¿cómo podría provenir de esto algo bueno? En realidad, lo que vemos es que tienen como resultado la destrucción de la sociedad, la ruptura de la familia, la ruptura de la fibra de la sociedad, y, por supuesto, en el caso de los actos contra natura, la corrupción de la sexualidad humana, la cual es ordenada esencialmente hacia el matrimonio y a la procreación de los hijos.


-Eso creo, y mucho. La Iglesia cuenta con sólida vida familiar católica, y depende de las familias católicas sólidas. Yo creo que, cuando la Iglesia está sufriendo más, también el matrimonio y la vida familiar están sufriendo. Vemos que cuando en el matrimonio las parejas no son generosas en traer una nueva vida al mundo, sus propios matrimonios disminuyen, así como la sociedad misma. Somos testigos de que en muchos países en que la población local, que en muchos casos sería cristiana, está desapareciendo debido a que la tasa de natalidad es muy baja. Y algunos de estos lugares – por ejemplo, donde también hay una fuerte presencia de las personas que pertenecen al Islam – nos encontramos con que la vida musulmana se está apoderando de los países que antes eran cristianos.


-Me imagino así. No tengo experiencia directa de lo que usted está describiendo. A partir de mi propio experiencia como obispo de La Crosse, Wisconsin y como Arzobispo de Saint Louis, Missouri, he oído esto acerca de algunas diócesis en ciertas naciones europeas donde prácticamente son incapaces de continuar, pero existe una fuerte presencia de los que pertenecen a la Fraternidad de San Pío X. No puedo dejar de pensar que los obispos en esos lugares deben tener conocimiento de lo mismo y deben reflexionar sobre ello


-Creo que mi generación, por ejemplo, fue bendecida al poder crecer en un momento en el que había una fuerte práctica de la fe católica, una fuerte tradición de participación en la Misa dominical y en la Sagrada Liturgia, una fuerte vida devocional, un fuerte enseñanza de la Fe- Pero de alguna manera, yo creo, que por desgracia nos lo tomamos como algo seguro, y no se dio la misma atención a continuar la transmisión de la fe como la habíamos recibido para el éxito de las futuras generaciones. Ahora lo que yo veo es que muchos jóvenes tienen hambre y sed – y esto ya desde hace algún tiempo – de conocer la fe católica en sus raíces y experimentar muchos aspectos de la rica tradición de la fe. Así es que creo que hay una recuperación precisamente de lo que durante un período de tiempo se había perdido o no se cuidó de manera adecuada. Creo que ahora está ocurriendo un renacimiento de jóvenes católicos.


-Sinceramente espero que así sea. Yo no soy parte de la dirección central o del grupo de Cardenales y Obispos que colaboran en la organización y dirección del Sínodo de los Obispos. Pero sin duda que así lo espero.


-Sí. De hecho, uno de los argumentos más insidiosas utilizados en el Sínodo para promover las prácticas que son contrarias a la doctrina de la fe es el argumento de que, “Nosotros no estamos tocando la doctrina, creemos en el matrimonio como la Iglesia siempre ha creído en él, pero sólo estamos haciendo cambios en la disciplina “. Pero en la Iglesia Católica, esto nunca puede ser, porque en la Iglesia Católica, su disciplina siempre se relaciona directamente con su enseñanza. En otras palabras: la disciplina está al servicio de la verdad de la fe, de la vida en general en la Iglesia Católica. Y así, no se puede decir que el cambiar una disciplina no tiene algún efecto sobre la doctrina a la que protege o salvaguarda o promociona.


-Sí, lo fue. Había padres sinodales que hablaron acerca de un falso sentido de la misericordia, que no tendría en cuenta la realidad del pecado. Me acuerdo de un Padre sinodal que dijo: “¿Ya no existe el pecado? ¿Acaso ya no lo reconocemos?” Así que, creo que fue muy fuertemente confrontado por algunos Padres sinodales. El alemán protestante –luterano– pastor que murió durante la Segunda Guerra Mundial, Dietrich Bonhoeffer, utilizaba una analogía interesante. Habló acerca de la gracia “costosa” y la gracia “barata”. Bueno, no hay gracia “barata”. Cuando la vida de Dios se da a nosotros como lo es en la Iglesia, exige de nosotros una nueva forma de vida, una conversión diaria a Cristo, y sabemos que la misericordia de Dios se da en la medida que abrazamos la conversión y nos esforzamos por hacer nuevo, en Cristo, cada día de nuestra vida y para superar nuestros pecados y nuestras debilidades.


-Esto, también, es un punto al que se dió atención durante el Sínodo. La Misericordia tiene que ver con la persona que, por la razón que sea, está cometiendo pecado. Hay que llamar siempre hacia el bien a esa persona – en otras palabras, llamarla a ser quien ella realmente es: hija de Dios. Pero al mismo tiempo, hay que reconocer los pecados, ya sean el adulterio o la pedofilia o el robo o el asesinato – cualquiera que este sea – como grandes males, como pecados mortales y, por tanto, como intolerables para nosotros. No podemos aceptarlos. La mayor caridad, la misericordia más grande que podemos mostrar al pecador es reconocer la maldad de los actos que él o ella está cometiendo y llamar a esa persona a la verdad.


-¡Por supuesto! La palabra de Cristo es la verdad a la que todos estamos llamados a ser obedientes y, ante todo, a la que el Santo Padre está llamado a obedecer. En algún momento durante el Sínodo, habían hecho referencia a la plenitud del poder del Santo Padre, que en Latín llamamos en plenitudo potestatis, dando la impresión de que el Santo Padre podría incluso, por ejemplo, disolver un matrimonio válido que se había consumado. Y eso no es cierto. La “plenitud del poder” no es un poder absoluto. Es la “plenitud del poder” para hacer lo que Cristo ordena de nosotros en obediencia a Él. Así es que todos seguimos a Nuestro Señor Jesucristo, comenzando con el Santo Padre.


-No. Esto es imposible. Sabemos lo que la enseñanza de la Iglesia ha sido siempre. Fue, por ejemplo, expresada por el Papa Pío XI en su encíclica Casti connubii. Fue expresada por el Papa Pablo VI en la Humanae vitae. Y expuesta de manera admirable por el Papa San Juan Pablo II en la Familiaris consortio. Esa enseñanza es inmutable. El Santo Padre puede dar como servicio la defensa de la enseñanza presentándola con novedad y frescura, pero sin cambiarla.


-No lo sé, no puedo explicarlo. Ciertamente, algunos cardenales han sufrido mucho por la Fe. Pensamos en el cardenal Mindszenty (1892-1975), por ejemplo, en Hungría, o pensamos en el cardenal Stepinac (1898-1960) en lo que fue Yugoslavia. Y pensamos en otros cardenales de diferentes períodos de la historia de la Iglesia que tuvieron que sufrir mucho para defender la Fe. El Martirio puede tomar más que solo la forma sangrienta. Hablamos de martirio rojo, pero también hay un martirio blanco que consiste en enseñar fielmente la verdad de la Fe y la defensa de ella, y tal vez ser enviado al exilio como ha ocurrido a algunos cardenales, o que sufren de otras maneras. Pero lo importante para el Cardenal ha de ser la defensa de la Fe usque ad effusionem sanguinis – incluso hasta el derramamiento de sangre. Así, un Cardenal tiene que hacer todo lo posible para defender la fe, incluso si esto significa el derramamiento de sangre. Pero también todo lo que va antes de eso.


-Bueno, la Madre Santísima, obviamente, es la favorita de todos nosotros.


-También tengo una gran devoción a san José. Pero una santa que realmente me ha ayudado mucho durante mi vida, desde el momento en que era un niño y en el seminario, es Santa Teresa de Lisieux, la Pequeña Flor. Su Caminito sigue siendo, para mí, muy útil en mi vida espiritual.


-El rosario.


-Supongo que el Catecismo no cuenta. [Risas]


-Me gusta también mucho los escritos del beato Columba Marmion (1858-1923), escritos espirituales, y también soy aficionado a los escritos del arzobispo Fulton Sheen (1895-1979).


-Yo creo que mi ordenación al sacerdocio. Pienso constantemente en ello y todo estaba allí, todo se ha desarrollado desde allí. Lo que encuentro más hermoso en el sacerdocio fue lo que se dio en los primeros cinco años de mi sacerdocio, cuando tuve un intenso servicio sacerdotal en la parroquia con el Sacramento de la Confesión, con muchas confesiones, y la celebración – obviamente – de la Santa Misa , y luego la enseñanza de la fe a los niños. Esos recuerdos – y luego, por un breve período de tres años, enseñé en una escuela secundaria católica – esos son realmente, para mí, los recuerdos de mi sacerdocio que más atesoro.


-Por supuesto que sí. Uno piensa, por ejemplo, en toda la responsabilidad que tienes, primero como sacerdote, pero más aún como obispo y cardenal, y hace que uno examine su conciencia. Sé que hay cosas que podría haber hecho mucho mejor, y eso me hace tener miedo. Pero espero que el Señor tenga misericordia de mí y oro por ello.


-De nada.