El pasado 11 de diciembre, el cardenal Roger Mahoney, arzobispo emérito de Los Ángeles, recibió los votos perpetuos como religioso de un hombre en silla de ruedas: César John Paul Galan, de 42 años, quien dentro de unos años será sacerdote. Ese día pudo mirar atrás y recordar los trágicos acontecimientos de los que se sirvió Dios para extraerle de su vida de odio y violencia y conducirle hasta los Hermanos de los Enfermos Pobres.

Se trata de una sociedad de vida consagrada muy reciente, erigida el 4 de abril de 2002 en la diócesis por el cardenal Mahoney y fundada meses antes por el hermano Richard Hirbe, alguien que resultaría de importancia decisiva en la vida del hermano César.


El 3 de abril de 2001, él y su hermano Héctor ingresaron, gravemente heridos de bala, en el St. Francis Medical Center de Lynwood (California). Ambos formaban parte de una banda que acababa de participar en un tiroteo. Iba a ser para ambos el final de toda una adolescencia, juventud e inicios de vida adulta vividos en un entorno de brutalidad y marginalidad.

"La vida de las bandas era algo normal para mí", recuerda César, según recoge Angelus News: "Crecí en ese entorno y es todo lo que vi y conocí. Los miembros de la banda íbamos juntos al colegio. Eran mis amigos. No les veía como miembros de una banda o algo similar. Pero creo que en la vida todos tenemos un momento ¡Ajá! en el que se enciende una luz y vemos lo que Dios quiere que seamos".

Por desgracia, ese momento fue doblemente trágico para él. Como consecuencia de aquel incidente, su hermano Héctor murió y él quedó parapléjico. Aquella noche se acercó a su habitación el capellán del centro, el hermano Richard, que fue quien le dio las dos terribles noticias: "Luego me preguntó qué podía hacer por mí y le pedí ver a mi hermano por última vez. Así que me llevó hasta la UCI, donde aún pude cogerle de la mano un instante y decirle adiós. Es el mayor regalo que me han hecho nunca, y desde aquel día mi hermano y yo hemos estado en comunicación de una forma u otra. Ha sido un camino terrible".

Fue un camino de conversión, que realizó guiado por aquel capellán que acabaría convirtiéndose en su superior dentro de la incipiente comunidad religiosa, a la que se ligó para siempre dos semanas antes de la Navidad. Formuló la solemne promesa ante el purpurado protector de los Hermanos de los Enfermos Pobres: "Hago voto de servir a los enfermos pobres y continuar el camino de Dios profesando los votos de pobreza, castidad, obediencia y autosuficiencia".

Este cuarto voto es característico de estos frailes mendicantes, que lo definen así: "Cada hermano es responsable de su propia economía, experimentando las dificultades diarias de llevar y administrar el propio pecunio, como hacen los enfermos pobres y marginados a los que atendemos".


"Esto es el final de un largo viaje para mí, sobre el cual he rezado y reflexionado mucho", dijo el nuevo religioso, quien a partir de ahora estudiará para ser sacerdote en el seminario de San Juan de la archidiócesis californiana.

A pesar de las dificultades de su vida en una silla de ruedas, el hermano César lo ve como una bendición: "Hay lecciones que aprendemos en la vida y nos permiten una ´segunda vida´, que consiste en lo que aprendemos de ella y cómo la llevamos adelante. Así que para mí fue una bendición experimentar esto. Una bendición y una maldición al mismo tiempo. Una bendición porque me ayudó a comprender el amor y la misericordia de Dios. Y una maldición, obviamente, porque aún estoy en una silla de ruedas. Pero intento verlo en una forma positiva. Cuando hablo con otras personas que están en silla de ruedas y tienen otras discapacidades, les digo: ´Vale, es lo que hay, no hay marcha atrás. ¿Cómo lo estás llevando? ¿Cómo vas a hacer para que esto sea una bendición, no sólo para ti, sino también para tu familia y amigos?´".


Para el hermano César lo más difícil fue perdonar a quien había asesinado a su hermano, además de dejarle a él en esa situación de invalidez: "Los cuatro o cinco primeros meses tras mi lesión, todavía me rebelaba contra Dios. Quería seguir mi camino. No quería comprender que no se trata de lo que yo quiera, sino de lo que quiera Dios".

Entonces hizo un viaje a Lourdes con la esperanza de un milagro que le permitiese volver a andar. Y obtuvo un milagro, sí, pero no ése: "Dios me dio la bendición de perdonar a la persona que me había herido a mí y matado a mi hermano. Él me dio la paz que yo buscaba. Era la paz que había buscado siempre en mi vida. Y tan pronto como recibí esa paz, decidí seguir adelante con mi vida. Había sido sanado, aunque no en la forma que yo había pedido. En vez de bendecir mi cuerpo, Él bendijo mi espíritu".

El momento de sus votos perpetuos congregó a numerosas personas en la capilla del hospital de Lynwood donde hace quince años César entró mal herido. Hubo muchas lágrimas, pero nadie estaba triste.


27.5.14. Se ganaba la vida, y muy bien, dando palizas. Y conoció la cárcel. Pero fue entre rejas donde comprendió que su peor prisión habían sido los 27 años que pasó sin Dios. Acaba de publicarse su libro-testimonio, De la tierra prometida a la tierra del delito. Pincha aquí para saber más sobre su historia.