Frank L. Johnson es un antiguo pastor metodista de EEUU que ha publicado en “My Catholic Story” su itinerario de conversión, primero al cristianismo greco-ortodoxo, y luego al catolicismo.

Durante los 55 primeros años de su vida, explica, fue un activo cristiano metodista. Estudió teología en la SMU, la Universidad Metodista del Sur en Dallas para ser pastor metodista. Su novia y luego esposa, Patricia, que era protestante presbiteriana, se hizo metodista ya que su esposo iba a ser ministro en esta otra denominación.

Frank fue pastor de parroquias de la United Methodist Church (www.umc.org) en Florida durante varios años. Después dejó este ministerio y se dedicó a trabajar de profesor de inglés, hasta que se retiró en 2004. Pero durante todos estos años se mantuvo activo en la iglesia metodista.


Sin embargo, había notado algo que le desanimaba. Con los años él había ido creciendo… y sin embargo, Dios, o su visión de Dios, parecía hacerse cada vez más pequeño, más manejable, más previsible, menos Dios.

“Mi herencia protestante me animaba a analizar a Dios, racionalizarlo, privatizarlo, individualizarlo… y eso había hecho. Dios ya no era mayor que yo. Yo había recreado a Dios a mi propia imagen”, explica.
Pero algo pasó en el año 2000 que lo cambió todo. Y fue un crucero con su esposa por Alaska.


Frank Johnson y su esposa en un selfie

El crucero paró en dos ciudades, Juneau y Sitka, que conservan iglesias ortodoxas rusas antiguas, de la época en que Alaska pertenecía a Rusia (oficialmente, de 1800 a 1867).

La catedral ortodoxa en Sitka, la antigua capital rusa de Alaska, es una reconstrucción de la de 1848 que se quemó en 1966 aunque casi todos los iconos y objetos son de la época rusa, salvados del incendio.

La ciudad tiene unos 9.000 habitantes, y unos 60 son los parroquianos ortodoxos, la mayoría de etnia tinglit, nativa de Alaska. Nunca, ni en la época colonial más floreciente, hubo más de 700 rusos en toda Alaska y al pasar a Estados Unidos la región se frenó mucho el trabajo de evangelización. La parroquia pertenece hoy a la Iglesia Ortodoxa de América (www.oca.org), con liturgia en inglés e himnos y respuestas cantadas en eslavo eclesiástico y lenguas de Alaska (tlingit, aleutiano y yupik).


Catedral ortodoxa de San Miguel Arcángel en Sitka, Alaska 

Pero a Frank no le impresionó lo específico de Sitka y Juneau (iglesias del siglo XIX, el encuentro entre lo ruso y las etnias de Alaska) sino más bien lo opuesto: lo griego, lo eterno, los iconos según un modelo inmemorial, la liturgia luminosa y lo que la Iglesia Ortodoxa asegura: que ella es la Iglesia fundada por Cristo hace dos mil años.

Eso impactó a Frank, que recordó que Wesley fundó el metodismo como una reforma anglicana hace apenas doscientos años.


De vuelta a casa en Orlando, Florida, investigó la liturgia ortodoxa y encontró al “Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal”, grande, inconmensurable, no domesticado como el Dios empequeñecido que él había vivido en el metodismo.

Ese Dios le juzgaba a él, y él, Frank, no era nadie para juzgar a Dios. “Encontré un Dios que no se dejaba remodelar a mi imagen, sino que quería remodelarme Él a mí, según Su imagen y semejanza”.

En la ortodoxia le pareció que resonaba la grandeza de Dios en las palabras del libro de Job (las mismas con las que empieza la aclamada película de Terrence Malick, “El Árbol de la Vida”, y la novela de Tim Powers, “Declara”): “Declara, ¿dónde estabas mientras Yo colocaba los cimientos de la tierra; dime, si entiendes, ¿quién puso la piedra angular, cuando en el alba las estrellas cantaban a coro y de gozo gritaban todos los hijos de Dios” (Job 38, 2-7).


Frank acudió a la parroquia greco-ortodoxa de Orlando, su ciudad en Florida, y conoció al sacerdote auxiliar, que había sido metodista en su juventud y se había convertido a la ortodoxia. De hecho, varios parroquianos que conoció habían sido antiguamente metodistas.

Se animó a iniciar un catecumenado de varios meses e ingresó en la Iglesia Ortodoxa Griega en enero de 2001 cuando fue crismado (confirmado) con el santo crisma.

La teología de salvación ortodoxa no le parecía muy distinta a la metodista. John Wesley había leído a los antiguos Padres de la Iglesia e insistía en el ir “avanzando en perfección”, mientras que los ortodoxos hablan de un proceso creciente de “theosis” o “deificación” (que no consiste es “ser dios” sino en dejarse transformar por Dios hacia la santidad).




Con los ortodoxos aprendió a tratarse con la Virgen María, como la mayor entre los santos del Cielo, a los que se puede pedir oración igual que a cualquier amigo. Y como Madre de Jesús, que es Dios hecho hombre, aprendió a llamarla Madre de Dios. Aprendió que católicos y ortodoxos veneran y honran a los santos y piden su intercesión, pero sólo adoran a Dios.

También aprendió a rezar con iconos, “ventanas al cielo a través de las que podemos ver las realidades sagradas que están detrás”. Ya que Dios se hizo hombre y tomó carne, la materia se convirtió en apta para mostrar algo de la gloria de Dios y representar a los santos y las cosas celestiales.

Con el entusiasmo del converso novato, esos primeros años de ortodoxo fue bastante molesto para amigos y familiares metodistas, incluyendo a su mujer. Y no entendía cómo los demás “no veían la verdad”.


Más adelante, en 2005, poco después de iniciarse el pontificado de Benedicto XVI, Frank empezó a reflexionar en serio sobre la unidad de los cristianos y el papel de Pedro en esta unidad.

Por ejemplo, notó que los escasos ortodoxos de Florida dependían de cuatro obispos distintos pertenecientes a cuatro iglesias distintas: la Iglesia Ortodoxa de América, la greco-ortodoxa, la de Antioquía, la copta… Había cierta colaboración e intercomunión entre ellas, pero eran iglesias distintas, demasiado ligadas a su origen étnico, les faltaba unidad, unicidad y catolicidad.

“Me convencí de que Jesús sabía lo que hacía cuando puso a Pedro – hoy a Francisco- a cargo de su Iglesia. Necesitamos un liderazgo central fuerte o de lo contrario degenerarmos en la confusión eclesial de la Ortodoxia Oriental y la confusión denominacional del protestantismo. Nuestra unidad como católicos romanos nos habilita para ser más eficaces en temas como la evangelización, las misiones o el servicio al mundo en general”, considera Frank.

También le molestaba la insistencia ortodoxa en temas menores, de tradición cultural, como los ayunos, que en la ortodoxia pueden obligar al laico común y corriente a ayunar la mayor parte del año, a veces incluso dañando la salud de algunas personas.

“Conozco ortodoxos que se han destrozado su salud intentando cumplir todas las reglas de los ayunos y desatendiendo una buena nutrición”, asegura. “Quizá las reglas de los ayunos católicos sean demasiado fáciles, pero al menos son razonables y creo que Dios nos pide usar el sentido común”.


Reflexionando sobre estos temas y la necesidad de unión de los cristianos bajo el mandato de Pedro (“a ti te doy las Llaves del Reino de los Cielos”, le dijo Jesús, mencionando el símbolo de senescalía o mayordomía en la Casa Real de David), Frank se hizo católico.

No le pidieron realizar el curso de iniciación para adultos por su buena formación, sólo recitar el Credo niceno en una misa de entre semana. El bautismo metodista, trinitario, y la crismación ortodoxa, son aceptados por la Iglesia Católica. Aunque Frank se había enamorado de la liturgia oriental, también le gustaba el rito latino, y como la parroquia católica de rito oriental más cercana estaba realmente lejos, se incorporó a una parroquia latina cercana.

Hoy colabora en su parroquia del Buen Pastor en Orlando, impartiendo clases de confirmación para jóvenes y clases para padres y padrinos de bebés que se quieren bautizar. Ayuda en misa y se ha sacado un título de catequesis.

Su esposa sigue siendo metodista pero le acompaña a las vigilias pascuales y de Navidad. Él se ha moderado en su celo de converso y visita la parroquia metodista, saluda a viejos y nuevos amigos y hablan del Señor. “El signo del verdadero amor es amar a los que son distintos a nosotros”, dice hoy.