Hablando de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús dijo el papa Pío XI que es  “la suma de toda religión y con ella la norma de vida más perfecta, la que mejor conduce a las almas a conocer íntimamente (a Cristo) e impulsa los corazones a amarle más vehementemente y a imitarle con más exactitud” (Miserentissimus Redemptor). Por eso, aunque puede decirse que el mismo Jesucristo ha esperado muchos siglos para reclamar este honor y amor debidos a su caridad sin límites, al fin, la devoción a su Sagrado Corazón como símbolo de su amor misericordioso, se ha extendido en la Iglesia.
 
Importante lugar ocupan en la difusión de este culto las apariciones a Santa Margarita María de Alacoque, religiosa visitandina francesa. Ya en nuestra tierra, muchas fueron las visiones y confidencias de Cristo al padre jesuita Bernardo Hoyos en la iglesia del Colegio de la Compañía de Jesús en Valladolid, hoy Santuario Nacional de la Gran Promesa.



El propio padre Hoyos escribe que el 14 de mayo de 1733, fiesta de la Ascensión: “Dióseme a entender que no se me daban a gustar las riquezas de este Corazón para mí solo, sino que, por mí, las gustasen otros... Y pidiendo (yo) esta fiesta en especial para España, en que ni aun memoria hay de ella, me dijo Jesús: Reinaré en España, y con más veneración que en otras partes”.
 
Después de celebrar él mismo la primera fiesta en honor del Sagrado Corazón, comenzó a difundir la imagen, algunas preces, la comunión de los primeros viernes y, en junio de 1735, tuvo lugar la primera novena y fiesta pública en la capilla contigua al actual santuario. Buena prueba de la eficacia del apostolado de estos años es la rapidez con que el culto al Sagrado Corazón se difundió por todas partes por obra del mismo Bernardo Hoyos y de otros jesuitas como los padres Cardaveraz, Loyola y Calatayud.
 
Superadas numerosas dificultades, de nuevo se intensificó este culto a comienzos del siglo XX. Frente al laicismo sectario de entonces, surgió la costumbre de hacer pública profesión de esta devoción con placas visibles en la puerta del hogar, las procesiones y actos masivos, las colgaduras con la imagen y los famosos Detentes. Una modalidad nueva, en forma de entronización, aparece entre nosotros en los años difíciles de la Primera Guerra Mundial (19141918). Su apóstol, peruano de sangre española, el padre Mateo Crawley SSCC, encontró las mejores disposiciones y auxiliares para su grandioso designio. Parece increíble la tarea desarrollada y los frutos conseguidos en aquellos años hasta culminar en el acto de 1919 en el Cerro de los Angeles.

 
En dicho lugar, centro geográfico de la Península Ibérica, junto a un Monasterio de Madres Carmelitas que había de ser lámpara permanente de oración por España, se elevó un monumento al Sagrado Corazón cargado de simbolismo, ante el cual D.Alfonso XIII realizaba la consagración de nuestra Patria el 30 de mayo de 1919. Aquel acto solemne en el que participaron los reyes, el gobierno entero, las jerarquías de la Iglesia y una inmensa multitud era la culminación de un secular deseo de los católicos de que España fuese toda de Jesucristo y para siempre y, de hecho, siguieron una multitud de consagraciones de familias, pueblos y ciudades ante estatuas del Corazón de Jesús erigidas en colinas, torres y pedestales.
 
En los años siguientes se elevaron numerosos monumentos por toda la geografía española. Desde capitales hasta pueblos pequeños, fueron muchos los lugares que coronaron sus perfiles con la imagen evocadora del Corazón de Cristo asociada ya de manera indeleble a tantos lugares.
 
Y es quizás el Santuario de Nuestra Señora de la Montaña de Cáceres uno de esos sitios donde la presencia del Sagrado Corazón ha pasado a formar parte tan entrañable del conjunto que hoy resulta imposible pensar en esta magnífica atalaya que se eleva sobre la capital cacereña sin evocar al mismo tiempo la imagen grandiosa y llena de ternura, del Corazón de Cristo que extiende sus brazos sobre la inmensidad del horizonte desde un 14 de noviembre de 1926.
 
“Tendiendo los brazos hacia el pueblo que se extiende a sus pies; inclinando ligeramente la cabeza como para contemplarle; mostrando en su semblante la celeste expresión de su bondad y de su misericordia infinitas; descubriendo sobre su pecho, que se abrasa en llamas de caridad, su Corazón abierto, Jesús dice a Cáceres: “Mira este Corazón que tanto te ha amado”, y Cáceres, llorando lágrimas dulcísimas a los pies del divino Amador de las almas y de los pueblos, dice a Jesús: “Mira a este pueblo que tanto te quiere amar”
 
Y para perpetua memoria de este compromiso, se levanta, severa, adusta como los riscos de su sierra, esa columna de piedra, que será para vosotros como la columna que Dios envió a su pueblo en el desierto, vuestra defensa durante el día y durante la noche”.
 
Con palabras tan inspiradas, describía el monumento elevado al Sagrado Corazón el principal impulsor de aquella obra majestuosa, el entonces Obispo de Coria D.Pedro Segura Saenz.
 
Nacido el 4 de diciembre de 1880 en Carazo (Burgos), había sido desde 1916 obispo Auxiliar de Valladolid y el 10 de julio de 1920 fue preconizado para la sede de Coria de la cual se posesionó el 12 de octubre del mismo año y en la que hizo su entrada el 15 del mismo mes. El 20 de diciembre de 1926, poco después de las fechas que ahora nos ocupan, fue preconizado Arzobispo de Burgos y apenas un año después, era creado Cardenal por el Papa Pío XI y nombrado Arzobispo de Toledo, primado de España.
 
Las páginas del Boletín Diocesano y sus numerosas realizaciones dan fe del afán apostólico del Doctor Segura y de su esfuerzo por levantar el nivel religioso de nuestra diócesis hasta en el lugar más apartado donde, desde hacía años, no había resonado la palabra de Dios, como en algunas alquerías de Las Hurdes: celebró el Primer Congreso Eucarístico en Cáceres, impulsó la Acción Social Católica, creó el periódico católico Extremadura, celebró misiones parroquiales y marianas, coronó solemnemente a la Virgen de la Montaña y desplegó un inmenso celo para promover la devoción al Sagrado Corazón de Jesús al que consagró la diócesis y la capital.

 
Precisamente con ocasión de la entronización de la imagen del Sagrado Corazón de Jesús en la Diputación Provincial y la inauguración del monumento en la Montaña, durante el mes de noviembre de 1926 tuvieron lugar en la capital cacereña toda una serie de solemnes celebraciones. La fecha no podía ser más adecuada porque, pocos días antes, el 31 de octubre, se había celebrado por primera vez en su día propio, el último domingo del mes de octubre, la fiesta litúrgica de Cristo Rey establecida para toda la Iglesia por S.S. el papa Pío XI en su Encíclica Quas Primas del 11 de diciembre de 1925.
 
Con razón indicaba el anónimo cronista del Boletín Oficial de la Diócesis que el 14 de noviembre sería “una fecha gloriosa en la Historia de la capital”. Y es que los actos que se celebraron aquel día revistieron un fervor y una brillantez inusitados. Un solemne novenario de preparación durante el cual el Obispo explicó a los fieles la significación del reinado de Jesucristo sirvió de preparación a las fiestas celebradas los días 13 y 14 con asistencia del Nuncio de su Santidad, Monseñor Tedeschini, y los prelados de Plasencia y Auxiliar de Toledo. Por la mañana del día 14 fue entronizada la imagen del Sagrado Corazón en el Salón de Sesiones de la Excelentísima Diputación Provincial y el Presidente, D.Gonzalo López-Montenegro, pronunció la formula de consagración de la Provincia de Cáceres. A las cinco de la tarde se procedió en la Montaña a la bendición litúrgica del hermoso monumento allí erigido bajo la dirección de D.Félix Granda, dando la bendición al pueblo con el Santísimo el Sr.Nuncio.
 
Como decía poco después el Señor Obispo, a lo largo de estos días, la bendición de Jesucristo había descendido abundantemente sobre la ciudad de Cáceres y sobre toda la diócesis:
 
“La bendición del Sacratísimo Corazón de Jesús ha descendido sobre las Autoridades que le han levantado un trono en su Diputación, en sus Ayuntamientos, en sus Juzgados, en sus escuelas, en sus Asilos, en sus Oficinas; y esa bendición ha ido derramando prudencia en las determinaciones, acatamiento a las divinas leyes, firmeza para seguir indeclinablemente los caminos de la justicia, caridad para con el desvalido, concordia para el bien común, abnegación hasta el sacrificio por el bienestar de los gobernados.
 
La bendición de Jesucristo ha descendido sobre los hogares cristianos que se le han consagrado; y ha ido derramando fidelidad en los esposos, amor en los padres, cariño en los hijos, docilidad y sumisión en los criados, resignación en las penas, esfuerzo en los abatimientos, paz en los corazones.
 
La bendición de Jesucristo ha descendido copiosa sobre las almas que con férvido entusiasmo le han escogido y le han aclamado por su Rey; y ha ido derramando inocencia en los niños, pureza en los jóvenes, consuelo en los que sufren, odio al pecado, ansias de vida eterna, torrentes de gracia, lluvia de virtudes”.
 
De esta manera se nos recordaba una vez más que la devoción al Corazón de Jesús no es simplemente una más entre otras, sino un sistema acabadísimo de vida espiritual cuya base es la Consagración verdadera; una consagración que no se reduce al simple recitado de una fórmula sino que es la entera donación que demanda Jesucristo de sus más fieles amigos. Según las expresiones de Sta.Margarita, S.Claudio de la Colobière o el P.Hoyos, la Consagración puede reducirse a un pacto: “Yo cuidaré de ti y de tus cosas -dice Jesús al alma consagrada- cuida tú de Mí y de las mías”.
 
Y esto no sólo tiene aplicación a los individuos sino también a las comunidades. “Yo por ellos me consagro a mí mismo, para que ellos sean consagrados en la verdad” dice Jesús la noche de la Útima Cena. Cristo se consagra a sí mismo y esta consagración tiene efecto sobre los suyos, sobre aquellos que aceptan su persona y su doctrina. Algo semejante ocurre cuando alguien constituido en autoridad se consagra con los suyos y si, por ejemplo, el Papa León XIII consagraba el mundo al Sagrado corazón, su intención era que con él, todos se consagraran y al mismo tiempo su acto era una invitación y un estímulo a que cada uno renovase esa consagración radical que es el Bautismo.
 
Así también cuando el rey Alfonso XIII consagró la nación española al corazón de Jesucristo, cumplió con el deber de un cristiano que aceptaba públicamente el amor que Dios le ofrecía, que respondía generosamente a él y que, al mismo tiempo se sentía unido a millones de españoles que expresaban su misma respuesta al amor de Dios manifestado en el corazón de Cristo con la esperanza de que todos siguiesen la verdad del Evangelio y de la fe cristiana. Y algo semejante puede decirse de la consagración de nuestra diócesis hecha hace ahora 75 años.

 
Hoy nos toca a nosotros, en circunstancias bien distintas, cuando ya no se hace testimonio de pública adhesión a Cristo y la apostasía comienza a filtrarse de forma cada vez menos sutil entre nosotros, renovar aquella consagración. Estimulados por este recuerdo, por el ejemplo de nuestros antepasados, consagrarnos de verdad al Corazón de Jesús para que “así todos los que vivimos en la gran patria española vivamos siempre en la verdad que es Jesucristo”(Card.Suquía).
 
De esta manera también se habrá cumplido lo que pretendían aquellos que consagraron nuestra diócesis al Corazón de Cristo. El Obispo Segura sabía perfectamente que se aproximaban tiempos difíciles para España y para su Iglesia pero también era consciente de haber levantado sobre la Montaña de Cáceres un baluarte capaz de atraer las bendiciones celestiales, por eso escribía: 
 
“Y cuando mañana vuestros hijos, y los hijos de vuestros hijos, suban a rezar a la Virgen bendita, ante quien rezaron vuestros padres y os pregunten ¿qué quieren decir estas piedras? (Jos 4,6) les responderéis, como respondían a sus pequeñuelos los hijos de Israel. Cuando el torrente asolador de la impiedad se desbordaba sobre los pueblos y sembraba doquiera la desolación y la ruina, se detuvo ante los muros seculares de la ciudad de Cáceres; porque sobre esta Montaña había aparecido el Arca de la nueva alianza, el Corazón Santísimo de Jesús. Por eso levantamos este monumento, “monumentum filiorum Israel in aeternum”; que será el monumento eterno de los hijos de Cáceres”.
 
Quiera Dios que también fuera profética la esperanza de aquel Obispo y que ahora, cuando quizás como nunca, “el torrente asolador de la impiedad se desborda sobre los pueblos y siembra por doquiera la desolación y la ruina”, se detenga ante los muros seculares de la ciudad de Cáceres, de nuestra diócesis y de nuestra Patria; porque, movidos por la gracia de Dios y por el recuerdo de lo que otros levantaron un día sobre esta Montaña bendita, los católicos proclaman en su plegaria: Adveniat regnum tuum! Venga a nosotros tu reino!
 
Y lo hacen fiados en la promesa que resonara un día en un humilde claustro de Castilla: Reinaré en España y con más veneración que en otras partes.