El sacerdote y teólogo español Olegario González de Cardedal (n. 1934), catedrático en la Universidad Pontificia de Salamanca hasta su jubilación en 2004, fue galardonado en 2011 con el Premio Ratzinger por sus obras sobre la Santísima Trinidad, la Cristología y la relación entre la teología y la antropología. Era amigo personal de Joseph Ratzinger, de quien prologó varias obras en su edición española, como El espíritu de la liturgia y la Introducción al cristianismo.

Mantenían un periódico contacto epistolar desde 1968 hasta muy recientemente, como ha explicado Cardedal a La Gaceta de Salamanca. Una relación nacida al calor de la pertenencia de ambos a la Comisión Teológica Internacional creada por Pablo VI, lo que implicaba visitas a Roma y una semana anual de convivencia.

Fue el mismo Benedicto XVI quien le entregó el Premio Ratzinger, en la primera edición en la que se concedía: "Se veía la sonrisa en ambos rostros mirándonos a los ojos, como diciendo hemos convivido tantos años y nos reencontramos ahora en situaciones muy diversas: él como Papa y yo como cura de la frontera de Portugal. Ahí aparecía la verdad de lo que es una relación humana auténtica, una fe cristiana auténtica y un ministerio apostólico, de él como obispo de Roma y mía como cura de a pie y responsabilidades propias", recuerda el teólogo.

Primero, un café con tu madre

González de Cardedal fue el responsable del ya prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe a España, país que no conocía y que apenas había influido en su formación. Fue en 1989, cuando le invitó como ponente a los cursos de Teología de El Escorial, que organizaba la Universidad Complutense.

La Plaza Mayor de Salamanca. Al fondo, las dos catedrales, la espadaña de la universidad vieja, la iglesia de la Clerecía, la universidad pontificia...

Durante el viaje, el purpurado estuvo en Salamanca, donde tuvo un detalle de delicadeza: "Cuando veníamos hacia aquí, a la altura de Peñaranda, me preguntó por el programa y yo le trasladé que en Salamanca había dos catedrales, dos universidades y una Plaza Mayor que visitar. Entonces, me interrumpió y me dijo: 'Lo primero que tenemos que hacer es ir a tu casa, ver a tu madre y tomar un café con ella'. Y así lo hicimos antes de continuar con el resto del viaje".

Un Papa ilustrado

La pérdida de Benedicto XVI supone para don Olegario el adiós a "una amistad de medio siglo con quien había compartido esas grandes preocupaciones, ideales y tareas que tienen la Iglesia y la cultura... Compartíamos las situaciones de la Teología con una inmensa cercanía".

Como teólogo, Ratzinger "trabajó mucho sobre la gran cuestión de nuestro mundo que no es realizar un tratado de Teología, sino como hablar de Dios en una Europa y en un mundo como el nuestro y en una crisis antropológica como la actual. Ese es el tono que orienta sus últimos libros, más allá de la inmediatez o de las crisis humanas y políticas".

En cuanto a su trayectoria, destaca la "conciencia de la misión más allá de su persona", pues fue siempre "a contrapelo de lo que quería hacer": "Él quería permanecer como teólogo pero Pablo VI le rogó, pidió y suplicó que fuera arzobispo de Múnich. Tras dudas, accedió a algo que no era su ilusión, sino ser catedrático de Teología. Es el primer corte respecto a su vida anterior. Posteriormente, fue a Roma porque Juan Pablo II le pidió que aceptara ser prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Estoy convencido de que había un pacto interno entre los dos de que estaría unos años, y al concluir su misión volvería a Alemania con su gran ilusión de escribir su gran libro de Jesús de Nazaret. En ese tiempo tuvo lugar el atentado al Papa y en esa situación nueva con el pontífice herido, se dio cuenta de que no podía abandonar al amigo e irse a Alemania. Luego, vino lo que vino. Lo que menos anhelaba es ser Papa, y a pesar de ello no desistió de su tarea teológica, como se vio en su gran producción y las encíclicas".

González de Cardedal concluye caracterizado a Benedicto XVI como "un hombre ilustrado en el sentido nobilísimo del término". La Ilustración se vivió en la Iglesia con dos sentimientos, explica, uno de aceptación y una de rechazo porque negaba parte de los dogmas cristianos. Él estuvo en universidades y parlamentos aportando su luz sobre sus grandes preocupaciones: "El hombre, su dignidad, sus derechos, futuros y amenazas. Eso es lo que ha mostrado cómo ilustrado y él ha aportado desde su propia perspectiva. Es un Papa ilustrado".