Mimar en las manos una copa de cerveza, embriagarse de su aroma y paladear en la boca su sabor y textura son pequeños placeres que doblan su intensidad si la bebida lleva el apellido "trapense". A las cualidades organolépticas se suma el potencial evocador de la tradición. Es como beber siglos de historia, y de historia de la Iglesia además, mientras se dibuja en nuestra imaginación una vida monástica (idealizada tal vez, pero ¿por qué no idealizarla?) de monjes orondos y felices haciendo un descanso en la bodega entre el ora y el labora.

A G.K. Chesterton le encantaba jugar con esas imágenes para fustigar a los puritanos de su época, ya fuesen protestantes o socialistas: "El señor [George Bernard] Shaw no puede entender que lo que resulta valioso y admirable a nuestros ojos es el hombre; ese hombre que bebe cerveza, que adopta credos, que lucha, que se equivoca, que es sensual y respetable. Y las cosas que se han fundado sobre esa criatura permanecen inmortales. En cambio, lo que se ha fundado sobre el superhombre ha muerto con todas las civilizaciones agonizantes que lo han alumbrado", alegaba en Herejes.

Eso sí, "deberíamos agradecerle a Dios la cerveza y la borgoña no tomando demasiado de ninguna de las dos", completa en Ortodoxia.


El apelativo "trapense" es pues un activo tan importante para el marketing cervecero que se recurre a él con abuso. Y aquellos trapenses "de verdad", que sostienen sus abadías con la fabricación y venta, se ven perjudicados. De ahí que ya desde antes de la Segunda Guerra Mundial quisieron proteger judicialmente su denominación de origen y lo consiguieron.

Protección legal que se mantiene en virtud de una sentencia del 6 de septiembre de 1985 del Tribunal de Comercio de Bruselas, según la cual "el público asigna a los productos procedentes de las comunidades monásticas, y más especialmente de las trapas, algunas propiedades particulares en cuanto a la calidad", por lo cual es justo impedir que se engañe al consumidor llamando "trapense" (esto es, hecha en una trapa según fórmula propia) a la cerveza que no lo es.

Los monasterios de esa rama benedictina crearon entonces un logo autentificador que lucen todos sus productos (no sólo la birra) y una Asociación Internacional Trapense que hace un elenco de los mismos. Y que sólo reconoce como propias diez marcas de cerveza, que comentaba recientemente el blog St Peter´s List.

Sólo se reconocen como tales aquellas que han sido fermentadas dentro de los muros de una trapa y bajo la dirección de monjes trapenses, que son comercializadas por la comunidad monástica y cuya finalidad económica no sea lucrativa sino benéfica, esto es, el sostén financiero de la abadía y las abundantes obras de caridad (y de desarrollo y solidaridad de sus respectivas regiones) que hacen posible sus abundantes ingresos.

1. Westmalle

La abadía de Westmalle (Flandes, Bélgica) se fundó en 1794, pero sólo es trapense desde 1836, año en el que además fabricó y embotelló su primera remesa de cerveza. Empezó a comercializarse en 1921 y acoge diversos tipos, incluida la primera considerada doble. La abadía cuenta con 22 monjes y 40 trabajadores externos y produce más de 120.000 hectolitros anuales.

2. Westvleteren

El monasterio de San Sixto en Vleteren (Bélgica) inició en 1838 la fabricación de cerveza, pero hasta 1931 sólo la servía a las visitas. A partir de entonces empezó a venderla al público en general. Hoy son cinco de sus 26 monjes cistercienses quienes principalmente la hacen y otros cinco quienes ayudan a embotellarla, con sólo tres trabajadores seglares. En 2005, la Westvleteren XII fue considerada en una competición "la mejor cerveza del mundo".

3. Achel

Situada en la abadía de San Benito en el municipio belga de tal  nombre, fabrica cinco tipos de cerveza. Su historia se remonta a la capilla que construyeron en 1648 monjes holandeses, convertida en abadía en 1686 y destruida en la época de la Revolución Francesa. En 1844, monjes de Westmalle la reconstruyeron, y a partir de 1852 empezaron a fermentar. Tras un parón posterior a la Primera Guerra Mundial, cuando los alemanes la desmontaron para utilizar el cobre de la cervecería, en 1998 empezaron de nuevo con la fabricación.

4. Chimay

Belga, asimismo. Fabrica tres especialidades, Rouge, Bleue y Blance (Roja, Azul y Blanca, respectivamente), y una cuarta que sólo saborean los monjes. Fundada en 1862, fue la primera en etiquetarse como trapense, y sus ventas han llegado a superar los cincuenta millones de dólares anuales, la mitad en exportación. Se fabrica con el agua de un pozo natural en el interior del monasterio.

5. Rochefort

Situada en la abadía de Nuestra Señora de Saint-Rémy, cerca de Rochefort (Francia), esta cervecera está en marcha desde 1595. Sus quince monjes actuales mantienen un hermetismo absoluto sobre su forma de trabajo y, a diferencia de otros, no abren al público sus instalaciones. Su producto es fuerte y duradero -aguanta cinco años sin perder calidad-, y también se hace con agua de pozo propio.

6. Orval

Volvemos a Bélgica, donde la Brasserie d´Orval produce dos cervezas, la Orval y la Petite Orval. Remonta su actividad a 1628, cesó tras el incendio de 1793 y se retomó en 1931, cuando se construyó una nueva fábrica para proveer a la reconstrucción del monasterio. La diseñó, como su característica copa, Henri Vaes, y un año después salía el primer barril.

7. Koningshoeven


Se hace desde 1884 en la abadía trapense situada en Berkel-Enschot (Holanda), y desde el principio funcionó como una empresa moderna que se expandió franquiciando otras marcas y con una red de bares en la zona. En 1969 cedió sus derechos, que recuperó en 1980, fabricando ahora una cerveza de alta fermentación que sólo se hace desde los años cincuenta, y también la única cerveza de trigo trapense que se fabrica en el mundo. Hasta 1999 la dirigieron monjes, pero la edad de éstos aconsejó externalizar la gestión, lo cual acabó generando un pleito por su identidad trapense, solventado en 2005 con los religiosos tomando de nuevo el control, con ocho horas al día de dedicación.

8. Gregorius y Benno


Son los dos tipos que fabrica la abadía austriaca de Engelszell tan recientemente como 2012. La Gregorius es una triple ale con un 9,7% de graduación, la Benno más suave con 6,9%. La abadía, nacida en 1293 de la mano de Bernardo de Prambach, obispo de Passau, fue disuelta en 1786 por el emperador José II y refundada en 1925 por monjes alemanes expulsados de Alsacia durante la Gran Guerra. Los 73 trapenses que había en 1939 fueron expulsados por la Gestapo en 1939, acabando cuatro en el campo de concentración de Dachau

9. Spencer

Es la primera cerveza norteamericana exclusivamente trapense norteamericana, situada en la abadía de San José en la localidad de dicho nombre en Massachusetts. Sólo en 2013 adquirió derecho al logotipo de denominación de origen. Su receta proviene de la que se fabricaba en Flandes exclusivamente para el refectorio.

10. Zundert


También muy reciente su homologación, se hace en el monasterio trapense holandés de Maria Toevlucht, en Zundert, que da nombre a la última de las  incorporadas a este selecto grupo.

¡Piensa en ellas cuando te acodes en la barra la próxima vez!