En 1622, una expedición de 26 franciscanos dirigida por fray Alonso de Benavides se adentró en el territorio de Nuevo México para llevar el Evangelio a apaches, navajos, comanches, xumanas... Esperaban encontrar la hostilidad que ya le había costado la vida a otros religiosos, y sin embargo se vieron recibidos "con grandes demostraciones de devoción y alegría, y hallaron a los indios tan bien catequizados que, sin otra instrucción, pudieron bautizarlos", cuenta fray José Jiménez Samaniego, general de la orden años después de los hechos.


Habían sido enseñados por una misteriosa Dama Azul (alusión a su hábito), quien siguió haciéndolo durante años y a quien, con el tiempo, los frailes terminaron identificando como Sor María Jesús de Ágreda (16021665), ya bien conocida en España por su santidad de vida y sus penitencias, éxtasis y levitaciones. Dos años antes había profesado en el convento de Ágreda (Soria), del que en 1627 fue nombrada priora.

Cuando, en la iglesita de Isleta, los frailes mostraron a los indios diversos retratos de monjas, todos sin excepción señalaron espontáneamente a Sor María como "la mujer joven y hermosa vestida de azul que les había hablado de Dios".


El caso es que la monja, que allí nació y murió, jamás salió de su pueblo ni del claustro en el que había entrado a los dieciséis años cuando ella y toda su familia se constituyeron en congregación franciscana por directa petición divina a la madre de familia.

Ante la patente sobrenaturalidad de la bilocación, pues, el padre Benavides informó a sus superiores en México y el rey Felipe IV, y en 1630 se trasladó a España para conocer a la religiosa y conminarla bajo juramento a decir la verdad. Ella le confirmó que, efectivamente, era llevada por ángeles a países para ella desconocidos a predicar a Jesucristo entre paganos e idólatras y explicarles cómo llegar hasta los sacerdotes que pudiesen bautizarles. Todo ello, sin desatender su vida y obligaciones conventuales, en uno de los casos de bilocación más asombrosos en la historia de las experiencias místicas.

Pero la bilocación de Sor María Jesús de Ágreda, que le concedió Dios precisamente para evangelizar, no la usó solamente en el Nuevo Mundo. En 1626 convirtió a un mahometano encarcelado en Pamplona a quien predicó en su celda rogándole se bautizase. Cuando el musulmán llegó a Ágreda, trasladado por su señor, pidió el primer sacramento y explicó que una misteriosa monja le había introducido en los misterios de la fe. Para comprobar la veracidad de la historia llegó a hacerse, ante notario, una "rueda de monjas", y tres -entre ellas Sor María Jesús- descubrieron su rostro para que señalase a su visitadora, lo cual hizo sin dudarlo en cuanto la vio.

La Inquisición le abrió un proceso en Logroño en 1635 que en diferentes fases duró quince años y se saldó declarándola inocente.


Luego comenzó su largo periodo de relación epistolar con Felipe IV. En 1643, el monarca (a quien la crisis política de 1640 en Portugal y Cataluña había dejado sin su apoyo y valido de la primera parte del reinado, el conde-duque de Olivares), se hallaba dubitativo ante la orientación que imprimir al reino. Visitó a sor María Jesús de Ágreda en el convento.

"Me siento viejo y de poco provecho", le confió, y tras unas horas de trato le rogó que continuaran sus conversaciones por carta. La monja se convirtió en consejera no sólo espiritual, sino también política, del monarca. Aportaba a muchas de las cuestiones que éste sometía a su consideración un gran espíritu de prudencia y sentido común.

Se considera, por ejemplo, que su consejo de buscar la paz en el interior y en el exterior animó al rey a respetar la identidad política de Aragón para resolver el conflicto catalán, y a firmar la Paz de Westfalia en 1648 y la Paz de los Pirineos en 1659 para concluir con la sangría de las guerras europeas.

Y era, además, una gran escritora. Acaba de publicarse una edición asequible de una obra que ha conocido ya 173 ediciones en diez idiomas y figura entre las más importantes piezas de la literatura mística española ("poema teológico", lo han llamado)... o de la literatura española, a secas. La Mística ciudad de Dios (Gaudete) de Sor María Jesús de Ágreda, que se publicó póstumamente y fue popularísima durante siglos, llevaba un tiempo ausente de las estanterías y merecía el impulso que le han ofrecido sus editores, convencidos de que "el contenido de esta obra cumbre de la literatura cristiana es injustamente desconocido hoy por el pueblo de Dios".

En particular, señala el director de Gaudete, José Antonio Ullate Fabo, por su estilo, "equilibrado psicológicamente y rigurosamente teológico", y porque, "lejos de melifluos y empalagosos ensimismamientos sentimentales", la lectura de esta religiosa, cuyo proceso de beatificación se abrió a los pocos años de su muerte, "produce serenidad por la firmeza teológica de la priora concepcionista, por su sentido común y su intimidad con Dios y con la Virgen Santísima".

A ella precisamente (Vida de la Virgen María), desde la Inmaculada Concepción hasta la Encarnación del Verbo -quince años, afirma la religiosa siguiendo la tradición clásica-, está consagrado el primero de los siete libritos que componen la Mística ciudad de Dios. Todos, escritos en un espíritu de reverencia al Altísimo, doctrina de la cual -como le transmitió la Madre de Dios- "el mundo está muy necesitado de esta doctrina, porque no sabe ni tiene debida reverencia al Señor omnipotente; y por esta ignorancia, la audacia de los mortales provoca a la rectitud de Su justicia para afligirlos y oprimirlos y están poseídos de su olvido y oscurecidos con sus tinieblas, sin saber busca el remedio ni atinar con la luz; y esto les viene por faltarles el temor y reverencia que debían temer".