Hay palabras que son claves para nuestra vida cristiana. Una de ellas, sin duda, la palabra "velar", que se desdobla en otras expresiones, "estad en vela", "vigilad", "estad alerta". Noviembre sigue invitándonos a la reflexión y a la esperanza. Y las parábolas de los evangelios de los últimos domingos del Tiempo Ordinario constituyen una llamada a contemplar el final de nuestra singladura, sabiendo que hay una palabra de Dios sobre el mundo que es la definitiva y que la última palabra sobre la vida humana no es la palabra de la muerte, sino la palabra del encuentro de Vida con Dios. De ahí, la necesidad de "velar". Y ¿qué significa "velar"? ¿Acaso vivir pensando continuamente en la muerte? Todo lo contrario: vivir pensando en la Vida, la vida eterna. San Agustín, en su sermón 93, nos lo explica admirablemente.
    -"Velar es vivir de acuerdo con la fe, convertida en antorcha, a través de las buenas obras.
    -Velar es procurar que arda nuestra esperanza, nuestros deseos de servir al Señor, de amarle y de estar con Él.
    -Velar es mantener activa en nosotros la conversión, el arrepentimiento, la vuelta a Dios.
    -Velar es abrazarnos a Cristo, con los lazos incorpóreos del amor, para que Él nos introduzca en el banquete del Reino de los cielos.
    -Velar es abrir de par en par la puerta de nuestro corazón a la presencia del Señor en nuestras vidas. 
     -Velar es arriesgar, haciendo fructificar nuestros talentos; cuando no arriesgamos, perdemos, "se nos quitará hasta lo que tenemos"  
    -Velar es cuidar nuestra luz. No podemos comulgar con la vida ni con su Señor si estamos dormidos; no sabremos lo que es vivir, -y habremos vivido en vano-, si no estamos atentos a incrementar nuestras lámparas".
    Ahora que vamos a terminar, en la liturgia de la Iglesia, los domingos del Tiempo Ordinario, bueno será escuchar y recoger el mensaje de Jesús: "Velad...No os quedéis dormidos". Chesterton nos ofreció, con otras palabras, este mismo consejo: "La vulgaridad es estar cerca de la grande y no darse cuenta". Puede pasarnos que estemos cerca de tantas cosas maravillosas, y sin embargo, no nos demos cuenta. Sería la más terrible de las vulgaridades.