¿Qué de damos a Dios? ¿Qué le damos al Cesar? No es fácil contestar sin antes pensar dónde está Dios y dónde está el Cesar. Muchas veces pensamos que Dios está muy lejos y le importamos poco. Nos dedicamos a representarlo como a nosotros nos gusta, haciendo alarde de lo bueno que somos y lo bien que actuamos. Se nos olvida el mandato de Cristo de orar y hacer caridad, sin que nadie se dé cuenta. Nos encanta aparecer en prensa señalando a quienes no piensan como nosotros y diciendo que son fariseos y corruptos. Nos encanta que nos saquen fotos haciendo cosas bien vistas por el mundo y despreciando a quienes sostienen realmente a los necesitados, sin ser vistos.

“Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.” Hay que dar a cada uno lo que le toca. He aquí una palabra llena de sabiduría y de ciencia celestial. Nos enseña que hay dos maneras de poder, el uno terreno y humano, el otro del cielo y divino... Nos enseña que debemos atenernos a dos obediencias, una a las leyes humanas y la otra a las leyes divinas... Hay que pagar al César la moneda que lleva su efigie y la inscripción del César, a Dios lo que ha sido sellado con el sello de su imagen y semejanza: “Haz brillar, Señor, sobre nosotros la luz de tu rostro” (Sal 4,7).  Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26). Eres hombre, ¡oh cristiano! Eres la moneda del tesoro divino, una moneda que lleva el sello y la inscripción del emperador divino. Por tanto, pregunto con Cristo: “¿De quién son esta imagen y esta inscripción?” Tú respondes: “De Dios.” Yo te respondo: ¿Por qué, entonces, no das a Dios lo que es suyo?” (San Lorenzo de Brindisi)
 
¿Qué llevamos impreso en nuestro corazón? ¿La imagen de Dios o la del Cesar? Veamos quienes nos aplauden y tendremos una pista. Si nos aplaude el mundo, el poder, las ideologías, posiblemente seamos moneda del Cesar. Si no nos aplaude nadie, porque lo que oramos y hacemos sólo Dios lo conoce, posiblemente seamos moneda de Dios. En el silencio Dios nos mira. Si somos dóciles a las manos de Dios, podremos ser herramientas de su Voluntad. Recordemos lo que Cristo dijo al Joven Rico: Niégate a ti mismo, toma tu cruz y sígueme. No habló nada de hacer shows mass media ni crear una inmensa ONG, ni tampoco habló de la necesidad de vivir la fe en guetos. Cristo nos indicó que deberíamos ser santos como el Padre lo es, lo que conlleva amar a Dios sobre todas las cosas. Un Dios que no se olvida de nosotros, está a nuestro lado, le importamos y no es cómplice de nuestros deseos. Un Dios que nos ayuda a llevar la cruz y no se dedica dejar que cada cual lleve lo que más le guste llevar. No es fácil ser moneda de Dios hoy en día.