Sísifo, por sus engaños a Zeus (divinidad suprema en la mitología griega llamada por los romanos Júpiter) fue condenado en los infiernos a cargar y a empujar eternamente una roca hasta la cima, hasta el vértice mismo de una montaña alta y escarpada. Una vez que había llegado a la cumbre con la gran roca y la había colocado, con gran esfuerzo y trabajo, en el punto más alto... veía que la roca caía por su propio peso, pendiente abajo, hasta la misma base de la montaña.

Sísifo debía bajar la montaña y de nuevo cargar y empujar la roca hacia lo más alto, para que después... la roca resbalara y cayera pendiente abajo, y ello una y otra vez. Era su condena. Su suplicio. Su infierno.

Albert Camus comentando el castigo, el infierno de Sísifo, escribía:
«Los dioses griegos pensaron, con cierta razón, que no hay castigo más terrible que el trabajo —la enfermedad, el sufrimientoinútil y sin esperanza

«No hay castigo más terrible»... que pensar que el dolor, el sufrimiento, la cruz... es estéril, inútil, no sirve para nada, y no existe esperanza alguna...

«No hay castigo más terrible»... que pensar que una enfermedad, estar postrado, la muerte de un ser querido, experimentar el desgarro del cuerpo y del espíritu... sea algo inútil, infecundo y carente de esperanza.

Pero nosotros, desde la venida de Cristo, hemos quedado libres, no del mal de sufrir, sino del mal de sufrir inútilmente.
Desde la venida de Cristo todo trabajo, todo dolor, cualquier sufrimiento, cada lágrima llorada... tiene sentido y valor de eternidad.
 
Alimbau, J.M. (2005).  Palabras para el sufrimiento. Barcelona: Ediciones STJ.