La palabra "ciencia" se puede encontrar en varios lugares del Catecismo de la Iglesia Católica, aunque el lugar más explícito en lo referente al diálogo entre fe y ciencia es el punto 159:

«A pesar de que la fe esté por encima de la razón, jamás puede haber contradicción entre ellas. Puesto que el mismo Dios que revela los misterios e infunde la fe otorga al espíritu humano la luz de la razón, Dios no puede negarse a sí mismo ni lo verdadero contradecir jamás a lo verdadero. Por eso, la investigación metódica en todas las disciplinas, si se procede de un modo realmente científico y según las normas morales, nunca estará realmente en oposición con la fe, porque las realidades profanas y las realidades de fe tienen su origen en el mismo Dios. Más aún, quien con espíritu humilde y ánimo constante se esfuerza por escrutar lo escondido de las cosas, aun sin saberlo, está como guiado por la mano de Dios, que, sosteniendo todas las cosas, hace que sean lo que son».

El actual Catecismo fue promulgado en 1992 y luego tuvo una nueva versión en 1997. Poco después, en 1998, el Papa Juan Pablo II profundizaba más en la cuestión de la razonabilidad de nuestra a través de su carta encíclica "Fides et Ratio", donde comenzaba afirmando que “fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad”.

Este vínculo entre fe y razón es lo que posibilita la conexión de nuestra religión con la ciencia. Ciencia y fe católica son razonables, y si en algún momento histórico o en personas particulares no se produce este abrazo, es debido a un mal conocimiento de cualquiera de las dos, o de ambas.

La Iglesia proporciona un enfoque equilibrado, lejos de los dos extremos en los que se puede caer: el fideísmo y el racionalismo. El fideísmo es creer incluso aunque aquello en lo que se cree vaya en contra de la razón, mientras que el racionalismo hace justo lo contrario; descarta todo tipo de revelación y confía en la razón hasta el punto de convertirla en una diosa, tal y como sucedió durante la Revolución Francesa. Hoy en día aún encontramos estas posturas en el ámbito de la ciencia, con fundamentalistas que interpretan el relato de la Creación de forma literal y racionalistas que piensan que solo es verdad aquello que se puede demostrar científicamente. Su influjo es bastante grande, de modo que debemos tener cuidado de permanecer en el punto medio. Aunque parezca mentira, hasta las personas alejadas de la Iglesia valoran esta posición.

Me llama mucho la atención el testimonio de un ateo al que escuché hace unos meses en el Congreso de la Sociedad de Científicos Católicos de España. Él se autodenominaba "ateo católico". Curiosa mezcla. Pero luego aclaraba: “Me considero ateo. Sin embargo, admiro la fe católica porque su capacidad para razonar no la hallo en ninguna otra religión.”