Somos humanos. También los hombres de iglesia son humanos, con sus altezas y con sus bajezas. Por eso sostengo yo que somos demasiado crueles, y hasta injustos, de verdad injustos, cuando juzgamos a los hombres de iglesia por los pecados que cometen con criterios diferentes a aquéllos con los que juzgamos a las personas que cometen esos mismos pecados pero no forman parte de las altas magistraturas de la institución fundada por Jesucristo.
 
            Pero, como digo arriba, también ellos son humanos. Y como tales, tienen sus pecadillos, y hacen cosas divertidas como las que les voy a contar, sin nombres naturalmente, faltaría más… pero sí los hechos.
 
            He propuesto ya en una decena de parroquias diferentes (o más) dar charlas gratuitas sobre el tema de nuestros hermanos cristianos perseguidos en algunos rincones del planeta: hasta doscientos millones de cristianos viven en sus países en situación de dificultad por el solo hecho de ser cristianos, y entre cinco y diez mil hasta pierden la vida cada año por profesar el cristianismo. También sobre otros temas relacionados con la religión y con el mundo de las religiones, pero muy especialmente sobre nuestros hermanos perseguidos por profesar la misma fe que con toda paz, con toda tranquilidad y con toda naturalidad –aún a pesar de los sobresaltos con los que nos obsequian nuestros políticos cada tanto- profesamos también nosotros. Pues bien ¿saben qué? No he hallado el menor eco, el menor interés, interés cero, cero zapatero.
 
            En algunas parroquias me han pedido una tarjeta que han archivado delante de mis propios ojos en un cajón de sastre del que no volverán a salir porque es más difícil hallar en ellos una aguja que en un pajar; en ninguna de ellas me han preguntado por qué les propongo hablarles de nuestros hermanos perseguidos, por qué estoy, -si es que lo estoy-, en situación de explicar algo sobre la situación de los que sufren a causa de su fe, o quien soy yo o a qué me dedico… nada, absolutamente nada.
 
            En una parroquia tuve que ir corriendo detrás de un párroco que iba encendiendo velitas por la iglesia mientras le explicaba mi propósito, sin que en ningún momento se dignara volverse ni para mirarle la cara a quien tan extraña propuesta le hacía, o sea, yo.
 
            La guinda, sin embargo, se la lleva el titular de una parroquia muy concreta. Me dijo: “Sí, sí, ya te llamaremos”, con esa displicencia con la que algunos párrocos -no todos, desde luego- hablan a los feligreses. Lo más grande de todo es que ¡¡¡ni siquiera me pidió mi número de teléfono!!! ¡¡¡No tenía mi número de teléfono y decía que iba a llamarme un día!!! Lo que demuestra una vez la ímproba labor que realiza el Espíritu Santo por la Iglesia, que entre cónclave y cónclave, todavía tiene tiempo de pasarse por las parroquias para entregar a los párrocos los números de teléfono de sus feligreses.
 
            Y bien queridos amigos, hombres como nosotros ¿cabe decir nada mejor sobre ellos? Que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. Mañana más.
 
 
            ©L.A.
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