Si el pasado sábado veíamos lo que sobre la Ascensión de Jesús a los cielos decía el Corán (), lógico parece que analicemos hoy lo que sobre el mismo tema dicen las fuentes más cercanas al personaje, o sea, los evangelios. Más aún cuanto porque si en algún aspecto los cuatro evangelios son diferentes entre sí es, precisamente, en cuanto se refiere a su epílogo, y en consecuencia, al episodio de la Ascensión.
 
            Y es que efectivamente, el tema de los últimos días de Jesús con sus discípulos es tratado de manera muy diferente en cada uno de los textos evangélicos, y en esto no hay sinóptico que valga. Mateo por ejemplo termina su Evangelio de la siguiente manera:
 
            “Por su parte, los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Y al verlo le adoraron; algunos sin embargo dudaron. Jesús se acercó a ellos y les habló así: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.»” (Mt. 28, 16-20).
 
            Donde, como puede comprobar el lector, toda alusión a la Ascensión es inexistente. Y es que en el Evangelio de Mateo, la Ascensión no se menciona. Ni en el epílogo ni en ningún otro lugar.
 
            En el epílogo también, el presumido Juan aprovecha para hacer la enésima referencia a su propia persona, en un episodio tan desconocido como, por otro lado, divertido, coloquial y cotidiano, tan "humano", diría yo:
 
            “Pedro se vuelve y ve, siguiéndoles detrás, al discípulo a quien Jesús amaba, que además durante la cena se había recostado en su pecho y le había dicho: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?» Viéndole Pedro, dice a Jesús: «Señor, y éste, ¿qué?» Jesús le respondió: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿qué te importa? Tú, sígueme.» Corrió, pues, entre los hermanos la voz de que este discípulo no moriría. Pero Jesús no había dicho a Pedro: «No morirá», sino: «Si quiero que se quede hasta que yo venga.»” (Jn. 21, 20-23).
 
            Final en el que, como decíamos en el caso de Mateo, toda referencia a la Ascensión brilla por su ausencia. Si bien en su Evangelio sí se encuentran alusiones que algunos podrían interpretar como referidas a la Ascensión. Quizás aquélla en que hablando con el fariseo Nicodemo le dice Jesús refiriéndose a sí mismo:
 
            “Y como Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre” (Jn. 3, 3).
 
            Quizás aquélla en la que revela a los helenojudíos que habían subido a Jerusalén y que le presenta Felipe:
 
            “Y yo cuando sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn. 12, 32-33)
 
            Referencias con las que Jesús, en honor a la verdad, más parece aludir a su elevación “en la cruz”, que “a los cielos”, como bien demuestra el colofón del último de los versículos aportados.
 
            “Decía esto para significar de qué muerte iba a morir” (Jn. 12, 33).
 
            Marcos por su parte, termina su Evangelio de esta manera,
 
            “Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios. Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con los signos que la acompañaban” (Mc. 16, 19-20).
 
            Donde si bien es cierto que aunque de manera muy tangencial se alude a la Ascensión, -“fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios”-, no menos cierto es que este fragmento del segundo de los evangelistas es, probablemente, el fragmento evangélico más controvertido por lo que a su autoría se refiere, tema candente en el que no me voy a extender aquí por tener pensado hacerlo en una próxima ocasión.
 
            Lucas por último pone a su Evangelio el siguiente colofón:
 
            “Los sacó hasta cerca de Betania y, alzando sus manos, los bendijo. Y, mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo. Ellos, después de postrarse ante él, se volvieron a Jerusalén con gran gozo. Y estaban siempre en el Templo bendiciendo a Dios” (Lc. 24, 50-53).
 
            Que viene a constituir la referencia más cierta e indiscutida dentro de los evangelios a la Ascensión de Jesús, si bien escasa y poco descriptiva. Algo que el mismo evangelista resolverá, bien que no en su Evangelio, sino en el otro gran texto de su autoría, los Hechos de los Apóstoles, donde encontramos este relato:
 
            “Ellos, en cambio, habiéndose reunido, le preguntaron: «Señor, ¿es en este momento cuando le vas a restablecer el Reino a Israel?» Él les contestó: «No es cosa vuestra conocer el tiempo y el momento que el Padre ha fijado con su propia autoridad; al contrario, vosotros recibiréis una fuerza, cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros, y de este modo seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra».
            Y dicho esto, fue levantado en presencia de ellos, y una nube le ocultó a sus ojos. Como ellos estuvieran mirando fijamente al cielo mientras él se iba, se les presentaron de pronto dos hombres vestidos de blanco que les dijeron: «Galileos, ¿por qué permanecéis mirando al cielo? Este Jesús, que de entre vosotros ha sido llevado al cielo, volverá así tal como le habéis visto marchar al cielo»”. (Hch. 1, 6-11).
 
            De donde podemos concluir que el de la Ascensión, al igual que ocurre con la Anunciación, es entre los episodios evangélicos, el episodio lucano por antonomasia.
 
 
            ©L.A.
 
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