Jueves, 25 de abril de 2024

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La Iglesia revisará la forma de tratar «en la enseñanza y en la predicación» a los fariseos

ReL

El Papa Francisco en la Sinagoga de Roma con el Rabino Jefe Segni, en enero de 2016
El Papa Francisco en la Sinagoga de Roma con el Rabino Jefe Segni, en enero de 2016

Para su 110 aniversario, el Pontificio Instituto Bíblico organizó una conferencia del martes 7 al jueves 9 de mayo sobre “Jesús y los fariseos”, en la que intervinieron universitarios y religiosos cristianos y judíos. Después de tres días de conferencias, sobre la historia de este grupo, así como sobre su representación en el cine o en los manuales de catecismo, los 400 participantes fueron recibidos por el Papa, el 9 de mayo, informa la periodista Mélinée Le Priol, para el diario francés La Croix.

Su participación era especialmente esperada, ya que algunos rabinos se muestran desconcertados al escucharle citar frecuentemente el Nuevo Testamento de manera “insolente” o “negligente”, cuando Jesús denuncia la gran rigidez de los fariseos respecto a la ley judía y les impone su propio mensaje de amor. Aún en octubre de 2018, en una homilía matinal, el papa Francisco sostenía que los fariseos eran “por así decirlo, almidonados” y que “les faltaba vida”.

“La palabra ‘fariseo’ a menudo significa ‘persona hipócrita’ o ‘presuntuosa’. Para muchos judíos, sin embargo, los fariseos son los fundadores del judaísmo rabínico y por tanto sus antepasados espirituales”, destacó el Papa en su discurso del jueves. “La historia de la interpretación ha favorecido las imágenes negativas de los fariseos, incluso sin una base concreta en los relatos evangélicos”.

El Papa apoyó finalmente las investigaciones históricas sobre este grupo judío y pidió que se les presente “de manera más apropiada en la enseñanza y en la predicación”.

¿Qué se sabe sobre los fariseos?

Aunque se dispone de pocos elementos históricos sobre este grupo, su importancia y la diversidad de sus escuelas, se sabe que se trata de un movimiento de renovación espiritual de Israel muy establecido en el siglo I, sobre todo en Jerusalén.

“A diferencia de su imagen de grupo ultra-legalista, se trataba de un movimiento reformador, que intentaba facilitar la vida religiosa y, a veces, en algunos puntos, atenuar la rigidez de la ley”, explica el padre Marc Rastoin, jesuita y profesor en el Pontificio Instituto Bíblico, que participó en este congreso.

Presentes en los escritos históricos de Flavio Josefo, los fariseos son protagonistas recurrentes del Nuevo Testamento, especialmente en el Evangelio según San Mateo, donde a menudo son representados como los adversarios de Jesús.

“Es una construcción retórica y literaria”, asegura el padre Rastoin. “En realidad, los fariseos tenían muchos puntos en común con Jesús y sus discípulos: se dirigían a todo el mundo, creían en la resurrección de los muertos… Pero su estrategia era diferente, y consistía especialmente en la difusión de los ritos de purificación”.

¿Son los judíos de hoy sus herederos?

Los rabinos que reorganizaron el judaísmo tras la destrucción del Templo de Jerusalén en el año 70 d. C, apenas mencionan a este grupo religioso. “Este silencio de la primera tradición rabínica sobre los fariseos sigue siendo un misterio, pero algunos suponen que los rabinos querían así romper con las etiquetas y las divisiones”, explica además el padre Rastoin.

A partir de los siglos V y VI, sin embargo, los rabinos comenzaron a aceptar el término de manera más positiva, considerando que los fariseos eran quizás sus antepasados.

Por su parte, los cristianos de la época, por lo visto, ya tendían a identificar al conjunto de los judíos con los fariseos. Este estereotipo negativo –fariseos “traidores” e “hipócritas”– contribuyó a siglos de anti-judaísmo cristiano.

Para el rabino David Rosen, director de asuntos interreligiosos del Comité Judío Estadounidense (AJC), preguntado por la Agencia France-Presse, la mención aislada de la palabra fariseo “no transforma a alguien en antisemita”, pero “es claramente un factor del antisemitismo”.

Este congreso organizado en Roma se sitúa en la línea de la declaración Nostra aetate, del Concilio Vaticano II, que dio un nuevo punto de partida a las relaciones entre católicos y judíos tras su promulgación en 1965.

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