Viernes, 19 de abril de 2024

Religión en Libertad

«Lolo» era de los nuestros


para heroicidad cristiana la de Lolo, que sin hacer aparentemente nada grandioso, realizó tal vez lo más difícil: convertir el dolor, el interminable vía crucis que padeció, en fuente de alegría espiritual, en ejemplo vivo para todos los enfermos del mundo.

por Vicente Alejandro Guillamón

Opinión

Este sábado último, 12 de junio, ha sido beatificado en Linares (Jaén), donde nació, vivió y murió, el amigo y colega Manuel Lozano Garrido, «Lolo», seglar, miembro de la Juventud de Acción Católica, periodista y escritor, atado durante más de veinticinco años a la cruz de una silla de ruedas, hasta que totalmente consumido, convertido su cuerpo en un puro esqueleto, ciego y mudo, que no obstante aún respiraba, sonreía y daba testimonio de Dios, falleció el 3 de noviembre de 1971. Había nacido el 3 de agosto de 1920.
 
Las referencias al uso y aún las biografías más o menos oficiosas, destacan de él, amén de su santidad, que trascendía a todo lo que escribía y a cuantos buscaban su consejo y el bálsamo de aquella sonrisa suya, la condición de escritor –publicó nueve libros, que ahora ha reeditado Edibesa, la editorial del fraile murcianico de Santo Domingo, Martínez Puche- y periodista, con un número «innumerable» en su haber de artículos, comentarios, crónicas, etc. Ciertamente, todo eso le debe ser reconocido, sin embargo yo antepondría a todo ello, su pertenencia a la Juventud de Acción Católica, gran vivero de jóvenes cristianos de una fe recia vivida con intensidad, que dio un gran número de mártires durante la persecución roja –he dicho bien, roja-, y en todo caso escuela de apostolado en la que nos formamos al menos dos generaciones de jóvenes españoles. Ese modo intenso de vivir la fe propio de la JAC («ser apóstol o mártir acaso, mis banderas me enseñan a ser», que decía su himno), fue sin duda el que le proporcionó a Lolo el carburante espiritual para soportar el terrible Vía Crucis que le cupo en suerte. Un proceso degenerativo de espondilitis o parálisis progresiva que se le manifestó haciendo la mili después de haber hecho la guerra en el bando del Frente Popular. Fue movilizado antes de cumplir 18 años, en la quinta anterior a la del biberón. Yo no mantuve con él un trato directo frecuente, porque tenía pocas oportunidades para ello. En realidad sólo le visité una vez, ya muy deteriorado, en compañía del locatis de Juan Antonio Melgarejo y de Soler, el presidente de la HOAC de Linares. Los linarenses de aquella época, los que aún vivan, saben de quienes hablo. Tampoco quiero omitir al amigo común de todos nosotros, especialmente de Lolo, el cura Antonio Castro, luego secularizado, tan generoso como zascandil, que traía de cabeza al gobernador civil de la provincia y al obispo de la diócesis.
 
Lolo empezó a escribir, aparte de algún medio local, en «Signo», el semanario de la Juventud de Acción Católica, verdadera «universidad» de periodismo práctico, donde ejercía su magisterio profesional en tanto que redactor-jefe del mismo, José María Pérez Lozano, otro rabo de lagartija, excelente periodista y malogrado escritor de pluma brillante, siempre urgido por las necesidades crematísticas para sacar adelante a su muy numerosa prole. En esto que un grupo de curas y seglares encabezados por don Lamberto de Echevarría crearon PPC (entonces Propaganda Popular Católica), a cuyo núcleo fundador pertenecieron, Javierre, Montero –con el tiempo arzobispo de Mérida-Badajoz-, Ángel Orbegozo, José María Pérez Lozano y Paco Izquierdo, junto con los Sacerdotes Operarios, la «Ponti» de Salamanca y las Misioneras Seculares. Pérez Lozano tiró de Lolo y lo incorporó al equipo de colaboradores habituales de la revista semanal «Pax» que aportaron a PPC las misioneras, aunque luego tuvo que cambiar de nombre por no se qué problemas de registro, pasando a llamarse «Vida Nueva», con el que todavía existe. Más tarde, Lolo colaboró también de manera asidua en «Ya», auspiciado por otro gran periodista, también iniciado en «Signo», Alejandro Fernández Pombo, director que llegó a ser del diario católico.
 
Huelga decir que he sentido una inmensa alegría el ver elevado a los altares, a Manolo Garrido Lozano, un seglar de a pie, además amigo en la distancia, colega y correligionario de los tiempos gloriosos de la JAC. La beatificación de «Lolo» no deja de ser un hecho insólito, por su misma condición de simple seglar, en medio del aluvión de santos o beatos fundadores, hombres y mujeres que invaden el santoral. A todos ellos suelen atribuirles virtudes heroicas, o que vivieron la fe en grado heroico. Así será cuando lo ha reconocido y proclamado la Santa Madre Iglesia, pero personalmente, cuando leía la hagiografía de algunos de ellos, no podía evitar decirme que para heroicidad cristiana la de Lolo, que sin hacer aparentemente nada grandioso, realizó tal vez lo más difícil: convertir el dolor, el interminable vía crucis que padeció, en fuente de alegría espiritual, en ejemplo vivo para todos los enfermos del mundo, transformando el suplicio en esperanza firme de gozo eterno. La Juventud de Acción Católica de nuestra época, propiciaba estos modelos martiriales, unos ente una cuadrilla de asesinos, otros en el lecho del sufrimiento. ¿Por qué tuvieron que destruir los apresurados innovadores post-conciliares lo que daba tan excelentes frutos? Querido Lolo, colega en la Prensa y hermano en el apostolado, ayuda, desde tu puesto de privilegio en la Casa del Padre, al surgimiento de una nueva generación de seglares con la fe recia y expansiva que recibimos nosotros en aquella JAC que pastoreó durante años don Manuel Aparisi, al que esperamos ver pronto junto a ti en los altares.     
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