Religión en Libertad

El revolucionario y siempre vivo anuncio de la Navidad

Para mis amigos no creyentes que aún no han acogido el gozoso anuncio de la Navidad y para los que se han encontrado de bruces con él.

El anuncio de Belén sigue conmoviendo incluso a quienes dan la espalda a Dios o viven como si no existiese. ¿Por qué?

El anuncio de Belén sigue conmoviendo incluso a quienes dan la espalda a Dios o viven como si no existiese. ¿Por qué?Encaminados / Cathopic

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  • Para mis amigos no creyentes que aún no han acogido el gozoso anuncio de la Navidad y para los que se han encontrado de bruces con él.

Un anuncio impensable de concebir

El anuncio anual de la Navidad abre una grieta en el muro del ruido y de la prisa frenética, del individualismo y de la indiferencia, que nuestras sociedades capitalistas han levantado:

  • "Os anuncio una buena noticia, una gran alegría que lo será para todo el pueblo: hoy en la ciudad de David os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor" (Lc 2, 10-11).

Anuncio loco donde los haya, impensable de concebir por los hombres, proclama revolucionaria y contracultural que contradecía, y sigue contradiciendo, todos los parámetros del razonar natural del hombre. Motivo de escándalo, como lo ha sido durante dos mil años, a no ser que estemos anestesiados por el sopor y la insensibilidad del frenético ruido y falta de silencio de nuestro tiempo, o por el adormecimiento impasible de la costumbre.

Escándalo, necedad y locura intolerable para judios y paganos, para creyentes y no creyentes: la carne no puede ver a a Dios. Su trascendencia es incompatible con la levedad de nuestro ser y de nuestra vida, su eternidad con nuestra temporalidad, su perfección con nuestra imperfección, su santidad con nuestra maldad y vileza.

Incluso para los agnósticos que no pueden afirmar ni negar la existencia de un principio al que responda la existencia de la realidad, ni de los ateos que no pueden concebir la existencia de un principio de la realidad que sea origen de ella, fuera de la realidad misma.

Desafiante al paso del tiempo

Y sin embargo, este anuncio sigue desafiando a nuestra razón y apelando a nuestro corazón a través de los siglos, independientemente de nuestra confesión o no religiosa, de nuestra posición ideológica, de nuestra forma de vivir de muchos de nuestros coetáneos, que por pereza intelectual o por falta de tiempo han dejado de preguntarse ya por Dios, o por decepción o resentimiento han abandonado la Iglesia, o viven como si Dios no existiera.

Sigue desafiando a nuestra razón, ávida de sentido, de verdad, de significado, como afirma Víktor Frankl, para no naufragar en su singladura, cayendo en el nihilismo y la desesperación contemporáneos que llenan nuestros centros de salud, las consultas de nuestros psiquiatras y psicoterapeutas y, desgraciadamente, las listas de fallecidos prematuramente, siendo el suicidio la primera causa de muerte entre los adolescentes.

El cálido y luminoso anuncio de Belén, en la noche cerrada y fría de nuestra historia, continúa apelando a nuestro corazón, ávido de un afecto y una consideración, de una aceptación y una bondad, de un amor y una ternura, de una compasión y de una misericordia que resista y sea más grande que nuestra oscuridad y tinieblas, que nuestras incongruencias y equivocaciones, que nuestra mezquindad y mediocridad, que nuestra vileza y maldad.

Anuncio intacto por los siglos

¡Después del primer anuncio a los pastores hace dos mil años, este pregón continúa intacto por los siglos desafiando nuestros prejuicios racionalistas y conmoviendo incansable nuestro necesitado corazón!

Hoy sigue llamando a cada hombre, con la misma inesperada actualidad, con el mismo asombrado estupor, con la misma insospechada frescura con que llamó a los pastores en la primera Navidad a ponerse en camino para ofrecerle al Dios manifestado en el Niño de Belén, al Dios hermanado a nosotros en Jesucristo, su acto de fe y de adoración, de entrega y de rendición a su luminosa verdad y a su tierno amor.

La audacia de ir al encuentro de la presencia misteriosa de Dios

Joseph Ratzinger, en su artículo La audacia de ir al encuentro de la presencia misteriosa de Dios (El resplandor de Dios en nuestro tiempo, Herder, págs. 23-26), se hace eco de la profunda nostalgia de Dios que el escritor francés Julien Green experimentaba antes de su conversión a la Iglesia católica. El mismo Green narra como en su juventud se encontraba "atrapado por los placeres de la carne". No tenía convicción religiosa alguna que le sirviera de contención. Pero había un anhelo indestructible dentro de él -que no se admitía a sí mismo- que lo empujaba a entrar de vez en cuando en una iglesia: el de verse subitamente liberado.

"No hubo ningún milagro -dice Green- pero sí, desde la lejanía, el sentimiento de una presencia". Esa presencia, señala Ratzinger, tenía algo cálido y prometedor para él, aunque aún le molestara la idea de pertenecer a la Iglesia. Quería la presencia de lo nuevo, pero sin renuncias. Así fue como se encontró con la religiosidad india. Llegó el momento de la decepción y empezó a leer la Biblia, ayudado por un rabino. Entonces, de improvisto, sin esperarlo, el joven buscador, dice Ratzinger, se sintió alcanzado como por un rayo: "Yo era Israel, a quien Dios clamaba suplicante que regresara a Él".

Una nostalgia que previve indestructible

Esa nostalgia de Julien Green pervive como un rescoldo indestructible bajo las cenizas de muchas ruinas del incendio de nuestro tiempo. Aun en aquellos que ya no se reconocen cristianos, que viven sin relación práctica con la Iglesia, o que sin romper con ella viven su vida al margen de cualquier obediencia que no sea a sus propios deseos, anida una nostalgia de verdad, de inocencia, de bondad, de un mundo mejor. Por eso celebran la Navidad, siguen poniendo luces, colocando su árbol de Navidad, incluso algunos de ellos su Nacimiento, y escuchando villancicos. Tienen una nostalgia, muchas veces no reconocida e inconfesable, de la verdad y la belleza de Belén, del anuncio cristiano. Y la luz de Belén llega a ellos como la luz de una estrella que hace siglos se extinguió, pero que todavía hace llegar hasta nosotros su delicada luz y su dulce calidez.

Hoy, después de dos mil años del primer anuncio de la Navidad a los pastores, su mensaje llega hasta nosotros, llamando a la puerta de nuestro corazón para envolverlo con la luz y ternura de su claridad, de la que irracionalmente tantas veces nos defendemos para no correr el riesgo de tener que salir de la zona de confort de nuestra vida, aunque este confort nuestro no sea sino como el que los pastores de Belén podían asegurarse con la lana de sus ovejas, a la intemperie, en medio de sus frías noches bajo el cielo raso de su región.

Brotes verdes que muestran la insuficiencia del dogma de que Dios ha muerto

Signo de la asombrosa actualidad y de la fecundidad de este anuncio que resiste el paso del tiempo son los brotes verdes que vemos en muchos adolescentes, jóvenes y adultos de hoy, que están empezando a escuchar el anhelo silenciado durante años y decenios por nuestra cultura materialista y hedonista de un capitalismo que, en un delirio burgués, ha querido expulsar a Dios para vaciar nuestras almas y convertirlas en almacenes sin fondo de nuestros deseos insatisfechos y de su insaciable mercantilismo.

Vuelven a la Iglesia o conectan de nuevo con ella, llenan iglesias para adorar y alabar a Cristo, como los pastores de Belén, llenan los centros de conciertos y las plazas públicas para reconocerle y cantarle públicamente.

Pero no se quedan ahí, se ponen a disposición de los demás para compartir lo que, como los pastores de Belén, han visto y oído del Dios con el que subitamente se han encontrado; comparten su esperanza y su alegría de vivir en sus colegios, institutos, universidades y lugares de trabajo; con el testimonio de su vida invitan a sus amigos a no quedarse en los límites de una vida sin horizontes trascendentes; se implican en voluntariados que hacen presente el amor del Niño de Belén a enfermos y ancianos solos, a matrimonios y familias necesitadas de reencontrarse, perdonarse y recuperar el amor, a hombres y mujeres solos y a menudo heridos por una cultura que los ha cosificado y les ha ofrecido amor sin renuncia ni sacrificios, autosatisfacción egoísta en lugar de amor verdadero, van a las calles de nuestras grandes ciudades, se hacen amigos de los pobres y los ayudan, ¡incluso eligen compartir su alegría juvenil compartiendo piso con ellos!

Son cada vez más los analistas, muchos de ellos no creyentes, que profetizan el retorno de un Dios que desde Nietzsche se creía ya muerto. En realidad nunca murió, y sigue naciendo siempre de nuevo en aquellos que sin prejuicios lo quieren recibir.

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