Sábado, 20 de abril de 2024

Religión en Libertad

Tener sed del Dios vivo


por Monseñor Braulio Rodríguez Plaza

Opinión

Eso que llamamos oración, ¿es un encuentro con uno mismo o con Dios? Es decir, ¿rezar es abrir el corazón a aceptar lo que Dios quiera de nosotros o una técnica para afrontar las dificultades de la vida mediante el autodominio de las de las propias emociones y sentimientos? Cuando rezo, con oraciones que sé de memoria, o cuando hago una visita al Señor en el Sagrario o a la Virgen, ¿es Dios lo más importante o es uno mismo? Si decimos que creemos en Dios, ¿Éste es una persona, un rostro concreto o pensamos que estamos ante un ser que “vaya a usted” a saber quién es? ¿Nos ha abierto nuestro Señor Jesucristo el camino que nos conduce a Dios, su Padre, al Dios vivo y verdadero?

¡Cuantas preguntas! Parecen muchas, pero en realidad lo más importante es conocer lo que Jesús enseña en los Evangelios sobre la oración y eso es bastante fácil, pues Cristo sabe que nuestro corazón de hombres y mujeres no encontrará descanso más que en Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. Y es que la fe y la oración son inseparables. Si nosotros creemos que Jesús es el Hijo de Dios y el Hijo de la Virgen María, rezamos, en consecuencia, al que es el Salvador nuestro, ya que entregó su vida y resucitó. Él Está vivo y puede ayudarnos porque es absolutamente singular, y porque, al ser Hijo de Dios, se encarnó, se hizo Hombre en la plenitud de los tiempos, y es la presencia de Hijo único de Dios.

Si no creyéramos esto, Jesús de Nazaret sólo sería alguien en quien la Divinidad estaría presente con mayor intensidad, pero no Dios. Y, ¿cómo rezar a alguien así? La revelación acontecida en Jesucristo no sería decisiva para conocer la verdad sobre Dios, y todas las religiones serían lo mismo. ¿Es posible aceptar esto? Hay quien lo acepta, pero no sería cristiano.

¿Cómo es la oración de Jesús, para aprender de Él? Ante todo, es la manera de expresar su relación filial con el Padre. Rezar para Él no es una imposición que le viene de fuera, sino que nace del amor. Este amor le alimenta y le lleva a vivir una entrega total y plena a su misión. Ya sé que a nosotros nos cuesta más hacer esto, pero se puede hacer. En la oración de Jesús, el centro no son sus deseos ni la consecución de una felicidad puramente terrena al margen del Padre, sin dudar nunca de Él, porque vivir como si Dios no existiese es la mayor dificultad para la oración.

En este tiempo parece que para muchos el primer problema de la oración es la cuestión de las técnicas para entrar en ella. Pues Jesús –llama la atención– no le dio mucha importancia a esta cuestión de las técnicas. Y para rezar no dio muchas instrucciones. Para Él es más importante la sencillez exterior y la sinceridad interior, porque no se puede, separar la vida y la oración, como dice Jesús en Mt 7, 21: “No todo el que me dice: 'Señor, Señor', entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos”.

Entre las enseñanzas de Jesús sobre la oración destaca el Padrenuestro (cfr. Mt 6, 9-13; Lc 11, 1-4). La oración del Señor es la propia del Hijo; la de los discípulos, la de quienes por gracia son hijos en el Hijo y, por eso, pueden dirigirse a Dios llamándole Padre. El cristiano puede rezar el Padrenuestro con los mismos sentimientos filiales que Cristo, que no vino a hacer su voluntad, sino a cumplir la voluntad del Padre que le había enviado. La oración dominical, pues, contribuye al modelo y la norma de la oración auténticamente cristiana.

San Agustín decía, “si vas discurriendo por todas las plegarias de la Santa Escritura, creo que nada hallarás que no se encuentre y contenga en esta oración dominical. Por eso, hay libertad para decir estas cosas en la oración con unas u otras palabras, pero no debe haber libertad para decir cosas distintas”.

¿Tienes más tiempo en verano? Reza el Padrenuestro con sus peticiones. Te hará bien.

Publicado en el portal de la archidiócesis de Toledo.

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