Domingo, 28 de abril de 2024

Religión en Libertad

Para qué caminó tanto Santa Mama Antula

El tapiz de Santa Mama Antula, entre las columnas del baldaquino de la Basílica de San Pedro el día de su canonización.
El tapiz de Santa Mama Antula, entre las columnas del baldaquino de la Basílica de San Pedro el día de su canonización.

por Jorge Piñol, ICR

Opinión

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El domingo 11 de febrero tuvo lugar la canonización de una mujer del siglo XVIII, nacida en la actual Argentina, que durante mucho tiempo ha permanecido desconocida para los católicos en general, incluidos los de su propia patria.

María Antonia de San José, llamada por la gente sencilla de su tiempo "Mama Antula" (en lengua quechua), a partir de su beatificación (2016) y de su reciente canonización, se ha dado a conocer a un público más amplio por los medios de comunicación y por diversos libros de divulgación. En principio esto es muy positivo, porque los santos son los mejores ejemplos y los grandes maestros que siempre necesitamos, particularmente cuando abunda toda clase de ídolos y personajes famosos que, a pesar de ser personas confundidas, engañosas o incluso claramente enviciadas, consiguen la sumisa admiración y el aplauso de la gente.

Nos alegra que se conozca más a esta santa mujer, a todas luces extraordinaria. Pero debemos guardarnos de que nos presenten una figura suya que no responda a la realidad histórica o que esté ideológicamente manipulada. En bastantes casos se ha focalizado la atención en que Mama Antula fue "una rebelde frente a una sociedad patriarcal", "la primera feminista del país", "dedicada [como si hubiera sido su principal y directa ocupación] al desarrollo social de su pueblo"...

No es la finalidad de estas líneas mostrar la falsedad de semejantes afirmaciones.

Según los numerosos testigos, es totalmente claro que Santa María Antonia de San José fue una mujer plenamente evangélica, que practicó las virtudes cristianas en grado heroico.

Los diversos testimonios resaltan su fe y su piedad, su pureza de vida, su desprendimiento y pobreza, su libertad de espíritu, su tierna compasión con los afligidos, su fortaleza y magnanimidad... y la excelencia su ardiente caridad. Su amor al Señor se desplegó en un vivo "celo de la gloria de Dios y de las almas".

Y ese celo santo se concretó, sobre todo y de un modo constantemente prioritario, en sus fatigosos trabajos y oraciones para que todo el mundo haga los Ejercicios Espirituales de San Ignacio.

Los jesuitas fueron expulsados de los reinos de España por orden del Rey Carlos III en 1767. En el colmo de sus tribulaciones, la Compañía de Jesús iba a ser suprimida por el Papa pocos años después.

María Antonia tenía ya 37 años cuando "sus Padres" jesuitas deben abandonar aquellas tierras. Ella, ya bien forjada por los Ejercicios, se sabía llamada por el Señor a prolongar en el tiempo aquella riqueza típica de los hijos de San Ignacio, que había experimentado en sí misma con grandísimo fruto espiritual, como lo manifestó durante toda su vida.

Convencida de que los Ejercicios ignacianos eran un gran remedio para las almas y para la sociedad entera, caminó descalza miles de kilómetros, con una cruz como báculo y acompañada por un reducido número de mujeres "beatas", enfrentando toda clase de peligros y de inconvenientes.

La larga lista de las dificultades que tuvo que superar nos hacen pensar que esta mujer intrépida tenía muy claro en su mente y en su corazón que los Ejercicios Espirituales, tal como los había practicado, según la tradición ignaciana, eran un instrumento providencial para procurar el mayor bien a las personas de toda condición.

No tuvo vacilación alguna. Valía la pena entregar todos sus talentos y todas sus energías a promover los Ejercicios Espirituales. Realizó este propósito en varias ciudades y pueblos de Argentina y en Montevideo, pero su corazón católico deseaba llegar a Europa y a todos los rincones del mundo.

Con razón una de sus más serias y recientes biografías se titula: Andar hasta donde Dios no es conocido, como ella decía.

Portada de 'Andar hasta donde Dios no es conocido'.

Cuando llegaba a una ciudad, después de agotadoras jornadas de camino, debía realizar fatigosas gestiones ante autoridades civiles y eclesiásticas. Gestiones que, como en el caso de Buenos Aires, podían demorar hasta un año.

Una vez concedidos todos los permisos, se empeñaba en invitar a hacer los Ejercicios a toda clase de personas. Y entonces, con ese fin, expandía todo su ingenio, toda su dulzura maternal y su fervorosa oración. Al mismo tiempo se ocupaba de buscar la casa adecuada, de pedir ayuda material y de los innumerables detalles de la logística. La intención era que los "ejercitantes" pudieran hacer sus diez días de retiro -"de corazón a Corazón"- con el Señor Jesús, en un clima sereno y recogido, guiados por algún buen sacerdote (del clero diocesano o religioso), ya instruido en el método ignaciano.

Esa misma convicción movió a Mama Antula a proyectar y construir una casa de Ejercicios. Para esta obra la Santa contó con la ayuda de muchas personas de la ciudad de Buenos Aires, entonces capital del Virreinato del Río de la Plata, entre las cuales se encontraban algunos de los próceres de la independencia patria, como Cornelio Saavedra y Manuel Belgrano, que también practicaron los Ejercicios.

La Casa se inauguró en 1799, el año en que María Antonia murió.

¿Qué nos recomienda la "nueva" santa hoy? ¿Qué nos recomendaría el Cura Brochero, el otro santo argentino que se desgastó para que los fieles de toda condición de su muy extensa parroquia hicieran los Ejercicios Espirituales, siguiendo el ejemplo de Mama Antula, un siglo después?

Podemos estar ciertos de que también hoy, y probablemente con más ahínco que en los siglos pasados, nos invitarían a vivir los Ejercicios ignacianos.

Se entiende que se trata de los Ejercicios fieles a la sustancia evangélica siempre nueva, en un clima de silencio, de confianza, de búsqueda del Señor, según la secuencia y las consignas propias del magisterio ignaciano, que han ayudado en la forja de tantos santos de diferentes épocas y en muy diversas circunstancias de vida.

Para superar los grandes males de nuestro tiempo no nos alcanzará con algunas emociones fugaces y con cultivar algunos buenos sentimientos. Será determinante la gracia de Dios y el ofrecimiento de todo lo que somos, como se dice en el Evangelio, como lo han vivido los santos y como se nos propone concretamente en los Ejercicios de San Ignacio.

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