El borrado de las mujeres: pero ¿qué se pensaban?
No hace tantos años, cuando leías unas estadísticas sobre población, encontrabas bajo el título “sexo” la subdivisión “hombres/mujeres”. Esta división, como es lógico, se ha mantenido, porque en términos científicos la especie humana es así, pero la clasificación “sexo” se sustituyó por la políticamente correcta, pero científica y gramaticalmente errónea, de género. Fue el signo claro de que el Estado de derecho liberal que era España había dejado de serlo, porque había asumido como ideología de Estado el feminismo de género.
A partir de aquello, las fichas fueron cayendo una tras otra. Se utilizaba la palabra género en una nueva acepción que no era la gramatical, sino ideológica, que presupone que en realidad los sexos surgen de construcciones culturales que son más importantes que la predeterminación biológica, y esto hace que la mujer se haya visto obligada a vivir bajo unos roles fans que la supeditaban al hombre. El género forma parte del gran discurso contra el patriarcado, opresor y maligno, que mata a las mujeres por el hecho de serlo y que después, con la emergencia homosexual (saludada con alborozo por el feminismo bajo las mismas premisas del gender) se transformó en heteropatriarcado. Es decir, si eras gay, ya no oprimías a las mujeres.
Pero claro, las ideas tienen consecuencias, y si el género era una construcción cultural, nada impide que cada uno se la construya de la manera que considere pertinente. Entonces, el ser hombre o mujer resulta algo fluido, modificable.
Y de ahí surgió otro feminismo en el que la mujer desaparece, y con ella también el feminismo, porque si no hay ya mujeres y si solo se trata de personas menstruantes, se debería utilizar otro ismo. ¿Menstruantismo, quizás? El reinado del feminismo de Betty Friedan se disolvía y aparecía el imperio de Judith Butler. Se elige el género que desea, se autodetermina y autoconstruye, sin que ni siquiera resulte necesario cambiar las características sexuales secundarias, que son las únicas que pueden modificarse, en contra, eso sí, de las primarias, fijadas para siempre jamás en el código genético, y que se expresan, en último término, en la capacidad excepcional de generar descendencia.
El resultado de todo esto ha sido la ley trans, de la que las feministas de género se quejan y con razón, de que causa el borrado de las mujeres, reducidas a su condición de seres menstruantes -extraña mentalidad esa que es capaz de acuñar semejantes definiciones-. Con esta ley las mujeres como tales desaparecen y son barridas también en muchos aspectos prácticos, como los deportivos, hasta el extremo que algunas federaciones (natación, atletismo, rugby), ya impiden a las trans su participación en competiciones femeninas si han iniciado su transición después de la pubertad; y seguirán otras federaciones, porque las trans son más rápidas, fuertes y resistentes que una mujer, porque su fundamento biológico es el de un hombre.
Pero se producirán más derivaciones; las trans tienen ventaja para acceder a cuerpos policiales, bomberos y otros que exijan pruebas físicas, porque al utilizar baremos de mujer obtienen puntuaciones muy altas, lo que les otorga más puntos para acceder a la plaza. La consecuencia será unificar las exigencias, y si se hace por arriba, utilizando marcas iguales o próximas a las masculinas, las mujeres saldrán perjudicadas; y se se iguala por abajo, las trans siempre tendrán ventaja, además de que en este último caso los perjudicados serán los ciudadanos, que dispondrán de unos servidores públicos con unas prestaciones físicas inferiores. Un maldito embrollo.
La ley integral contra la violencia de género será cada vez más obsoleta. Las cuotas serán cada vez motivo de mayor trampa, porque recuerden que, para ser persona con nombre de mujer, no hace falta cortarse nada, ni tan siquiera hormonarse. Basta con personarse en el juzgado y en una breve tramitación solicitar el cambio.
Sí, señor, se culmina así delante de sus narices el borrado de las mujeres. Y es que quien con el género juega se acaba quemando. Aquellas lluvias de género sustituyendo el sexo como gran descubrimiento han traído el actual barro, donde se chapotea algo que, si perdura la ley, tendrá múltiples consecuencias sobre las mujeres y sobre la sociedad, porque contribuirá eficazmente a hacer más caótico este mundo de lo que ya lo es.
Hay en este caos una terrible paradoja. En un tiempo en que todo debe ser natural (la alimentación, el entorno, la ropa, los productos de limpieza, los vinos ecológicos), ahora que lo bueno es volver a lo auténtico, nos dedicamos a cortarles el pene a los adolescentes, convertirlos en una falsa vagina y a hormonarlos hasta las orejas, para que, más mal que bien, se asemejen a una mujer. Las próximas generaciones considerarán todo esto una salvajada, como nosotros contemplamos la ablación del clítoris, pero el mal estará hecho. Habrá bastado con la autodeterminación de género.
Claro, que los hombres hemos pasado, no solo a ser presuntos culpables por el hecho de ser hombres, gracias a las leyes impulsadas por las feministas -ahora borradas- de género, y también peligrosos, que deben ser educados para lograr nuevas masculinidades, sino que además nos definen por negativa exhibiendo nuestra gran limitación: personas no menstruantes.
Publicado en Forum Libertas.
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