Martes, 23 de abril de 2024

Religión en Libertad

Precio y valor de la promesa


por José F. Vaquero

Opinión

Estamos terminando, escribo desde España, una larga campaña electoral. Primero fueron las elecciones generales del 28 de abril, con sus dos semanas previas. Y poco después, tras dos semanas de análisis de los resultados electorales, estamos terminando otras dos semanas de campaña electoral; esta vez para unas votaciones municipales, autonómicas y europeas. Estas épocas, todos lo sabemos, están caracterizada por las “promesas”, no pocas veces a fondo perdido. Todos los candidatos, y lo mismo sucede en todos los países, prometen sus buenas gestiones, prometen, prometen y prometen

En mis años universitarios tuve un profesor de Gnoseología sabio y muy ameno. Esta disciplina filosófica estudia cómo conocemos las cosas. ¿Existe la verdad? ¿Podemos conocerla realmente? ¿O se trata de algo relativo, subjetivo, creado por nuestra mente? Este simpático profesor repetía con mucha frecuencia: “Las palabras lo aguantan todo”, hasta las más obvia contradicción. Pronunciar ciertas palabras, afirmaciones, opiniones, es gratuito. Podemos decir lo que queramos; otro tema es que sea correcto, que coincida con la realidad, o que se trate de un argumento engañoso o demagógico.

Dejando de lado el ámbito político, es frecuente afirmar y prometer “el oro y el moro”. Pero del dicho al hecho hay un trecho. Dal dire al fare c’e in mezzo il mare, dicen los italianos. Toda palabra es un signo y una manifestación de la persona que hay detrás, comunica lo que late en esa persona, para bien o para mal. Las ideas y convicciones que revolotean en su mente.

En ocasiones puede expresar un puro cambio, un continuo movimiento en mis convicciones, que varían igual que una veleta, o que en ciertos temas ni siquiera no existen. Todo cambia, y lo que hoy parece bueno, mañana ya no conviene y dentro de una semana se ha convertido en una pésima opinión. Damos la razón al filósofo griego Heráclito. “Panta rei”, todo fluye, y ni siquiera soy capaz de bañarme dos veces en el mismo río. Con ese movimiento la promesa carece de valor. Puede valer para hoy, a lo mejor; pero para mañana el agua ya habrá pasado. Estamos ante el flujo continuo del río, el río de agua que pasa y se va continuamente, y el río, me río, como actitud base ante mi vida. Me río de todo. No importa nada. No tomo en serio nada.

Otras veces, y en otras personas, esa promesa es una promesa romántica, sentimental. Un bello compromiso dicho con hermosas palabras, a la luz suave de la luna, jurando amor eterno a mi novio o mi novia. Cuando la promesa se queda a este nivel superficial, corre el gran peligro, muy frecuente si acudimos a la experiencia, de desvanecerse cuando sale el sol. El astro rey nos golpea con su calor, todo nuestro alrededor se vuelve desierto, y el “para siempre” de la promesa llega a su rápido final.

Sea tu palabra sí sí, no no. Lo que de ahí pasa, del mal procede” (Mt 5, 37). No cito un mero criterio evangélico, se trata también de una criba para nuestras promesas y su duración, duradera en el tiempo, o variable ante el primer soplo de aire.

En el evangelio encontramos una pareja de prometidos, de desposados, que se tomó muy en serio esta promesa. Dos jovencitos de un minúsculo pueblo de Judea, llamado Nazaret. Una promesa que no resultó fácil mantener. Poco después del desposorio, del pronunciamiento de la promesa, ella parece estar embarazada, y él no sabe nada. ¿Qué ha sucedido? Un mensajero divino, en medio de un sueño, le revela una Buena Noticia, pero a la vez una noticia enigmática y misteriosa. El ángel le debió decir “enhorabuena”, pero la realidad sonaba más a “en hora buena” me he metido en este lío.

Confiando en Dios, y lleno de esperanza, decide cumplir su promesa, su palabra. Y siguieron semanas, meses, años, de cumplimiento confiado de lo prometido. El mensajero le hizo una promesa, pero de momento no parecía cumplirse. ¿Engaño? ¿Sugestión? José siguió adelante, cumpliendo su palabra y confiando en la promesa. Esperando, esperando, le llegó el final de su vida. Y en el lecho de muerte, seguía esperando, confiando en la promesa. Su conciencia descansaba tranquila: he cumplido mi palabra, mi promesa, y sé que Aquel que me visitó hace años, durante un sueño, también cumplirá la suya.

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