Jueves, 28 de marzo de 2024

Religión en Libertad

La alegría del Adviento


Los cristianos esperamos que el Señor pase por la historia entera y que un día recogerá todas nuestras lágrimas y fatigas de modo que todo halle explicación y consumación en su reino.

por Monseñor Juan José Omella

Opinión

Benedicto XVI, en el tiempo en que fue arzobispo de Múnich, escribió unas reflexiones sobre el tiempo previo a la Navidad, el tiempo litúrgico del Adviento que hoy iniciamos. Como buen teólogo, Joseph Ratzinger comenzaba por la explicación de los términos, y en concreto sobre el sentido de  la palabra Adviento. Lo hacía en un pequeño libro, pero muy sustancioso, titulado La bendición de la Navidad.

“Adviento –decía– es una palabra latina que traducimos como presencia, como llegada. En el lenguaje del mundo antiguo, Adviento era un término técnico que servía para designar la llegada de un funcionario, en especial de reyes o emperadores, a alguna zona de provincia. También podía designar la venida de la divinidad, que sale de su ocultamiento y demuestra poderosamente su presencia o cuya presencia es celebrada solemnemente en el culto.

Los cristianos asumieron esta palabra para expresar su relación especial con Jesucristo. “Para ellos –escribía Josep Ratzinger–, Cristo es el rey que ha venido a la pobre zona de provincia de la tierra y que regala a la tierra la fiesta de su venida. Con la palabra Adviento los cristianos querían decir, en sentido muy general: Dios está presente, Él no se ha retirado del mundo. No nos ha dejado solos. Aun cuando no lo veamos ni podamos tocarlo físicamente como se tocan las cosas, está presente y viene a nosotros de múltiples maneras.”

Un primer elemento de Adviento que explicaba Ratzinger es el sufrimiento, el dolor físico o moral, la enfermedad o la conciencia de nuestra fragilidad moral. También en esto el Señor está presente. “Esta certeza cristiana debería ayudarnos a mirar el mundo con otros ojos y a aprender a entender las cosas dolorosas que nos suceden como una visita, como un modo en el que Él viene a nosotros, como un modo en el que puede acercársenos”.

Un segundo elemento fundamental del Adviento es la espera, que es al mismo tiempo esperanza. El hombre es en su vida un ser que espera. Nunca la humanidad ha podido dejar de esperar tiempos mejores. Los cristianos esperamos que el Señor pase por la historia entera y que un día recogerá todas nuestras lágrimas y fatigas de modo que todo halle explicación y consumación en su reino. Jesucristo no es puro futuro, sino que se inserta en el presente. Él está ocultamente presente ya ahora. Si Él existe, no hay tiempo carente o vacío de sentido. Por tanto, la esperanza cristiana no desvaloriza el tiempo, sino que significa, justamente, que cada momento de la vida tiene su valor, significa que podemos aceptar el presente y que debemos llenarlo, porque todo lo que hemos asumido desde nuestro interior tiene permanencia.

Por último, este tiempo litúrgico no es solamente el tiempo de la presencia y de la espera del Eterno. Justamente porque es ambas cosas a la vez, escribía Ratzinger, es también y de manera especial un tiempo  de alegría, y de una alegría interiorizada que el sufrimiento no puede erradicar. Este tiempo adventual confluye en la alegría de que Dios se ha hecho niño, un niño que nos anima a tener confianza como los niños, a regalar y a recibir regalos.

Tal vez deberíamos celebrar el Adviento dejando que los signos de este tiempo penetren en nuestra alma sin que les ofrezcamos resistencia, aceptando llenos de confianza la bondad de ese Niño que viene a nosotros.
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