Viernes, 04 de octubre de 2024

Religión en Libertad

Entre el Mal y la Fe, una elección permanente


por Jordi-Maria d´Arquer

Opinión

Cuando el Mal retuerce y presiona se manifiesta la grandeza del hombre que sigue el Poder creador de nuestro Padre Dios. “Padre”, decimos, y no aquel vano aliento de la existencia que ve en el Universo la Nueva Era. Padre Creador y, por tanto, Dueño Todopoderoso. Él pone el tablero y las reglas del juego, nosotros jugamos. La vida es un juego llevado desde el buen o el mal humor. Pero un juego con el que nos jugamos la propia vida y la de los demás, y, con ellas, la Vida: la eterna.

Lo saben aquellos grandes que luchan con bondad por el Bien, así como aquellos que están en contacto en mayor o menor medida con el sufrimiento. Lo ven, lo sienten, lo viven. Por eso Robert R. Redfield, virólogo y director de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de Estados Unidos, es uno que destaca entre ellos. Fruto de su amplia visión de la situación, que sabe combinar con su fe, señala: “Una de las mejores cosas de la fe es que puedes acercarte a la vida con un sentido de esperanza, no importa cuáles sean los desafíos con los que estés lidiando, hay un camino a seguir”. Padre de seis hijos y ministro extraordinario de la Eucaristía, sabe de qué habla. Es católico practicante comprometido que abre camino, y no de esos que el Papa Francisco llama “de fin de semana”.

Ese tipo de desafíos de los que habla Redfield podemos decir entre nosotros que son de lo más variado para todo ser humano sin excepción: enfermedades, incomprensiones, murmuraciones y calumnias, pobreza… Son momentos de la vida o la vida toda que nos retan bien a abandonar por debilidad o cobardía, bien a implicarnos en la lucha de noche y de día. Nosotros elegimos.

No es fácil. Es una lucha constante que nos abre al futuro, que, vivido entregadamente, lo ganaremos. Debemos ser positivos: la fe viva de la experiencia y la misma teología nos insisten en la gran verdad de que Dios nos da siempre las fuerzas que necesitamos; solo nos hace falta responder a ellas con esperanza y, por tanto, con visión de futuro. Con buen humor, ¡podemos cambiarlo!, ¡podemos doblegar la tiranía del Mal!… que  siempre proviene, en última instancia, del Maligno infernal, Satanás, sometido a su propia soberbia por su propia culpa.

Así es: si abandonamos la lucha, no doblegamos el Mal, sino que nos doblegamos ante él, y así perdemos la batalla. El ser esperanzado fía todo a Dios, Padre amoroso, y lucha denodadamente para salir a flote, y el Todopoderoso le espera, infalible e imperturbable, en la superficie con las manos tendidas, para recibirlo en su abrazo eterno.

“¿Durará mucho?”, “¡No puedo seguir luchando!”, “¡Me faltan fuerzas!”, gritamos, a menudo. Es la tentación, que se aprovecha de nuestra debilidad de insignificantes seres humanos, cuyos significados reposan en el Poderoso. Sentimos que el tentador nos susurra al oído más o menos fuerte y dudamos si abandonar la lucha, pero podemos encontrar el sentido, porque Dios nos lo ofrece.

En efecto, ahí, en ese nudo, vibra, tiembla y se debate la esencia misma de la existencia, que nos presenta dos caminos: el de la Vida y el de la Muerte, y con nuestra respuesta personal e intransferible nos jugamos la Vida. Pureza o corrupción, he ahí el dilema en síntesis creadora. Porque ganar la partida en esta vida no es comprar la falsa felicidad del tener dinero y fama, sino ganarse la Felicidad sin fin para la que hemos sido creados. Si ganamos, no solo nos salvamos nosotros, sino que arrastramos a otros –más o menos según nuestra santidad– hacia el Bien, la Bondad y la Belleza del prometido Cielo.

Estamos en una época que indica el inicio de una nueva era. Sin duda, por este motivo es más importante aún que nuestra elección sea la acertada, porque con nuestras obras marcamos el surco del camino que llevará nuestro mundo a las futuras generaciones. Nuestro ejemplo y nuestro testimonio serán la siembra de la semilla que germinará en un futuro que ya estamos viviendo, si mantenemos valientes esa actitud orante y creadora que nos proporciona la fe y nos vivifica.

¡Así vivimos en plenitud la grandeza de la vida! Lo destaca en un reciente libro en que habla del futuro de la Iglesia Georg Gänswein, arzobispo actual secretario personal de Benedicto XVI y prefecto de la Casa Pontificia con el Papa Francisco. “Nuestro tiempo necesita testimonios valientes y convincentes. El testimonio es una fuente de alegría, una alegría grande y fuerte. ¡En esto la Iglesia tendrá futuro!”. Ahí lo aprendemos, en la vida lo constatamos. El futuro, pues, es nuestro… de la mano de Dios, en sus manos. ¡Agarrémoslas!

Publicado en Forum Libertas.

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