«Mater Populi Fidelis» y la gratuidad

'La Virgen y el Niño en la Gloria' (c. 1680), obra conjunta de Carlo Maratti y su discípulo Giovanni Paolo Melchiori.
La nota doctrinal Mater Populi Fidelis "sobre algunos títulos marianos referidos a la cooperación de María en la obra de la Salvación" del Dicasterio para la Doctrina de la Fe da respuesta a las inquietudes de muchos pequeños que viven su fe bajo el manto de María, que han descubierto su poder, sus milagros, su ternura, el enorme valor que tiene en sus vidas, porque María es nuestra mamá y no es sólo una figura indispensable dentro del Plan de Salvación, sino que le ha sido dado el poder de aplastar al demonio en la tierra y en la vida cotidiana y de sanar y liberar más que ninguna otra persona, porque no sólo está llena de gracia, sino que su capacidad de colmarse de ella está fuera de nuestro entendimiento.
El documento, en mi humilde opinión, deja intacta y trasciende la figura preciosa de María y además confirma la predicación de varios padres dominicos que produjo mi conversión en el grupo Maranatha, de la Renovación Carismática Católica en el Espíritu: la justificación gratuita en Cristo Jesús, que no está nada clara para mucha gente y que algunos miran con desconfianza, porque creen que es un concepto protestante.
Dice la Nota: “Sólo los méritos de Jesucristo, entregado hasta el fin, son los que se nos aplican en nuestra justificación”.
Iluminar la Palabra es la obra del Espíritu y en cada época va resaltando alguno de los atributos y obras de Jesús, rostro de Dios y del Cuerpo que formamos toda la Iglesia, viva y resucitada. El Espíritu se amolda a la libertad del hombre en la historia, para seguir su diálogo. Ahora nos pone el foco en Jesús como único salvador.
Piropear a la Virgen nos sale del corazón, de mil maneras y todas son insuficientes para describir el milagro de su vida; en ella Dios se ha desbordado con una locura inalcanzable para nosotros. Pero no podemos quedarnos en eso, que puede haber sido de gran utilidad para la fe en momentos en los que la religiosidad popular la mantenía viva.
En estos tiempos nos sentimos inundados por la pena y la impotencia, porque vemos que para la gran mayoría de la población todo eso se está desmoronando, vaciando, ya da igual Navidad que Halloween.
Para evangelizar, el resto que queda tiene que hacerse una piña en Jesús. Por eso el Espíritu está alimentando a este resto, que es siempre de pobres, para que pueda crecer en la fe y transmitirla hasta el final de los tiempos.
Esta fe nos hace percibir el fuego de amor de la Trinidad en nosotros, incluye el amor a María y nos reconduce desde cumplimientos vacíos, para intentar ganarnos lo que ya hemos recibido. Los nuevos retos exigen llevar el estandarte de Jesucristo y que María vaya a la cabeza del pueblo de Dios.
La Nota dice que la gracia santificante no es simplemente una ayuda, sino que “es el don gratuito que Dios nos hace de su vida infundida por el Espíritu Santo en nuestra alma”, que se puede describir como inhabitación de la Trinidad en lo más íntimo. Habla en el punto 50 de este “entrañarse” en el alma, con el verbo que usa Santo Tomás de Aquino, para salvar individualmente, sin violentar la libertad y la identidad de la persona; se entrega como amigo y realiza su elevación y transformación.
Santo Tomás dice: sólo Cristo puede merecer para otro la gracia primera. Es decir, que lo único que nos salva son los méritos de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo.
La gracia sacramental actúa de la misma manera y produce el mismo efecto: Dios produce el efecto del sacramento en el interior del alma. Cita a San Buenaventura y recuerda que Dios no es un intermediario, es el que obra, es absolutamente inmediato y lo hace sin anular a la persona.
Si vamos recibiendo y acogiendo la donación de la Santísima Trinidad, nuestras obras van siendo las obras que ella misma nos suscita, buenas para nosotros y para los demás. Nos encauza en Jesucristo, nos eleva desde nuestra racionalidad a la vida en el espíritu y nos empuja a las obras que están conformes con el Plan de Dios, muchas veces incomprensible para la razón y para el mundo. Nos da la paz, porque nos rescata de la angustia del mundo y de muchas cargas que nosotros mismos nos imponemos, buscando salvarnos o agradar a Dios.
La transformación hacia la santidad es inalcanzable para nosotros y gratuita, nos es regalada. Y la diferencia entre la doctrina protestante y la católica es precisamente que vamos viviendo la transformación, la cruz y las obras de Dios que ya se realizan en nuestra vida. Recibimos a Jesús: “Ya no soy yo, sino Cristo quien vive en mí" (Gál 2, 20).
Si llegamos al Padre con Cristo dentro, estamos salvados y pasaremos la Eternidad alabándole con María.