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Erika Kirk, viuda de Charlie Kirk, asesinado el 10 de septiembre a los 31 años de edad.

Erika Kirk, viuda de Charlie Kirk, asesinado el 10 de septiembre a los 31 años de edad.

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La declaración de perdón de Erika Kirk al asesino de su esposo es probablemente el acto de mayor gloria a Dios por parte de una figura pública estadounidense en mucho tiempo. Ruego para que sea la ofrenda grata a Dios que ayude a transformar nuestro país.

Aparte del heroico ejemplo de perdón de Erika, que habla por sí solo, creo que hay otras dos cosas que podemos aprender de ella.

Entrevistada por The New York Times, declaró que no quiere implicarse en pedir la pena de muerte para el asesino de su esposo: "Le dije a nuestro abogado: 'Quiero que el gobierno decida esto. No quiero la sangre de ese hombre en mi historial. Porque cuando llegue al cielo, Jesús me dirá: '¿Ojo por ojo? ¿Es así como actuamos?' ¿Y si eso me impide estar en el cielo, estar con Charlie?"

Aparte de su prudencia al no querer arriesgar su alma con un acto potencialmente vengativo, lo que me sorprende es que Erika, incluso como víctima de un delito, asume su responsabilidad moral. En cambio, la ideología progresista (como una perversión del cristianismo) venera el victimismo como tal y afirma que ser víctima justifica cualquier reacción ante el propio dolor. Los cristianos saben sin embargo que solo Cristo es la víctima pura e inmaculada, y que el sufrimiento no necesariamente nos mejora moralmente a menos que lo unamos al suyo. Es necesario espiritualizarlo, no idealizarlo.

Recientemente leí un artículo que criticaba El triunfo del corazón, la excelente película sobre San Maximiliano Kolbe. A la autora (que claramente no había visto la película) le enfurecía la sola sugerencia de que San Maximiliano tuviera algo especial en comparación con otras víctimas del Holocausto. Parecía creer que ser víctima del Holocausto es algo tan intrínsecamente sagrado, que sugerir que no todas las víctimas fueron igualmente nobles, buenas o santas en su sufrimiento es una especie de blasfemia. ¡No puedo ni imaginar su reacción si alguien le dijera que algunas víctimas del Holocausto probablemente no fueron al cielo!

Por el contrario, incluso en su profundo sufrimiento, Erika Kirk alcanzó el humilde reconocimiento cristiano de que su propia condición de víctima, si no está guiada por el Evangelio, podría convertirse en algo monstruoso que conduzca al infierno, lo que en cierto modo traicionaría su propia pérdida, separándola de Charlie para siempre.

Cabe destacar que, con la declaración citada, Erika no dijo que el asesino no debía recibir la pena de muerte, sino que no quería involucrarse en la decisión, dejándola en manos del Estado. Algunos católicos quieren que vaya más allá y que haga campaña contra la pena de muerte para el hombre que mató a su esposo. Pero, sea cual sea la obligación general de los católicos de oponerse a la pena de muerte debido a la política actual de la Iglesia, quizás sea injusto e irrealista atribuir esa responsabilidad a una viuda afligida que tiene muchas otras responsabilidades.

Pero puede haber también en Erika Kirk otro testimonio importante, muy específico para nuestro momento cultural, al perdonar a su asesino sin pedir que reciba una sentencia leve en este mundo. Hoy en día, la caridad cristiana se ha pervertido en una falsa compasión, de modo que el castigo que el Estado impone con justicia es denigrado por muchos como un mero pretexto para el odio personal y la venganza. Mucha gente piensa que amar a los enemigos significa no esforzarse en derrotarlos, y que perdonar a los criminales significa dejarlos libres.

La misma actitud se mantiene hacia la justicia de Dios: la gente no entiende por qué sería necesario el purgatorio después del perdón de nuestros pecados (e incluso muchos católicos contradicen inconscientemente la enseñanza de la Iglesia al negar que el purgatorio sea de naturaleza punitiva). Y generalmente se olvida que el arrepentimiento es necesario para beneficiarse del perdón que se nos ofrece.

Debido a que la compasión pseudocristiana se ha utilizado como excusa para que los criminales campen a sus anchas en nuestra sociedad, algunos en la derecha han concluido que el cristianismo fomenta la debilidad y es fundamentalmente incapaz de defender nuestra civilización de sus enemigos. Algunos incluso han criticado el acto de perdón de Erika Kirk por esta razón.

En este contexto, perdonar públicamente al asesino pero no pedir una sentencia indulgente es un testimonio (no sólo ante la izquierda falsamente compasiva sino también ante la derecha nietzscheana) de que debemos perdonar a nuestros enemigos y de que el perdón no significa que el Estado deje de castigar a los malhechores.

Tal vez no esté mal que la familia de una víctima solicite que el asesino no sea ejecutado; de hecho, a menudo sería loable. Pero, dado que tanta gente está observando lo que sucede en este caso para extraer una lección práctica sobre el asunto, creo que sería potencialmente escandaloso que el perdón se equiparase con oponerse a un castigo justo. Independientemente de lo que deseemos que el Estado decida -dada la postura prudencial actual de la Iglesia sobre la pena de muerte- es sin duda importante que la gente vea, como un ejemplo real de esta distinción, que Erika Kirk deja que la justicia siga su curso.

De hecho, esta aparente dualidad ya está provocando un debate sobre la relación entre el perdón y el castigo temporal, un debate que seguiría siendo necesario incluso si se aboliera la pena de muerte.

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