De nuevo en las aulas, con esperanza

La enseñanza en las aulas tiene como entorno la fraternidad, un concepto de raíz cristiana.
Célebre fue el debate entre el sacerdote Frederick Copleston y Bertrand Russell transmitido en 1948 por la BBC Radio. La polémica se centró en torno a la existencia de Dios. Ambos contendientes presentaron sus diversos argumentos a favor o en contra. La intensidad y profundidad de la discusión, así como la categoría de los participantes, contribuyeron a que fuera una de las polémicas más significativas del siglo XX.
Otro debate menos célebre, pero no menos significativo, fue el que tuvo lugar en 1935 entre Bertrand Russell y G.K. Chesterton, organizado también por la BBC Radio. En este caso el tema fue: ¿Quién debería educar a nuestros hijos? Se trató, a fin de cuentas, del enfrentamiento entre dos visiones filosóficas profundamente distintas sobre la libertad, la autoridad y el papel de la familia en la sociedad. Recientemente hemos tenido la fortuna de encontrarlo publicado, junto a otros debates y polémicas, por Ediciones Encuentro en el volumen La superstición del escéptico. Es una transcripción de aquel debate radiofónico, que a mi parecer está muy bien traducido.
Como sabemos, Bertrand Russell (1872-1970), profesor de la Universidad de Cambridge, fue una de las figuras más influyentes del siglo XX en el desarrollo de la filosofía analítica, desde una perspectiva lógico-empirista. Pero no fue uno de esos académicos encerrados en su despacho, sino que se convirtió en un activista del progreso, de la libertad sexual y de la defensa del Estado frente a los poderes tradicionales, como por ejemplo la familia. Es decir, fue un intelectual en el sentido pleno de la palabra, comprometido en extender a la sociedad su visión del mundo y del hombre.
Chesterton, por su parte, representa una visión muy diferente de la sociedad y del mundo. Con una gran facilidad para escribir con agudeza, ironía y sentido del humor, se enfrentó con el todopoderoso Russell, poseedor de una inteligencia extraordinaria. A diferencia de Copleston, que intervino en el debate citado con argumentos meramente racionales, Chesterton hizo uso de su habitual estilo de desmantelamiento de los argumentos del adversario en aquellos puntos menos esperados.
Así ocurrió con la siguiente afirmación de Russell: “Mi postura es que los padres, por naturaleza, no están capacitados para educar a sus propios hijos”. Cualquier otro interviniente hubiera desplegado toda su sabiduría para convencer a Russell de que no es verdad esta afirmación. Pero Chesterton, con agudeza desmedida, se dirigió directamente a la expresión más enigmática de la frase. ¿Qué significa, dirá, eso de “por naturaleza”? Y desarrolló a continuación una argumentación en la que hizo ver que la expresión “por naturaleza” era mucho más mística de lo que parecía. Así son los genios, van directamente al fondo verdadero de la cuestión. En este caso resultaría más inesperado (y doloroso) para Russell, ya que él se dedicaba especialmente al análisis lógico de las proposiciones.
Envueltos como estamos en diversas polémicas en torno a la educación, olvidamos con frecuencia que la verdadera cuestión de fondo no es el enfrentamiento entre el Estado y la familia. Porque no haríamos bien en concebirlos como meros antagonistas. Mucho menos en comprenderlos como opuestos “por naturaleza”. No puede ser así. El ideal más plausible al que debemos tender es hacia la colaboración entusiasta entre ambas instituciones. Es cierto que muchos pedagogos de pacotilla cargan las tintas sobre la importancia del todopoderoso Estado, a quien hay que adorar. Pero tampoco faltan otros entendidos piadosos que ven siempre al Estado como enemigo “por naturaleza” de la familia.
En medio de esta polarización comienza un nuevo curso escolar. Los alumnos vuelven a coger sus mochilas, con la mirada perdida y somnolienta, para dirigirse a los centros escolares. A mi modo de ver, debemos concebir esta vuelta al colegio como una nueva oportunidad de formación, de instrucción, de educación. Con alegría, con esperanza, con entusiasmo. La institución educativa debe acompañar a las familias, en la convicción (si es que las instituciones tienen convicciones) de que su función no puede consistir simplemente en desbrozar la labor realizada por los padres de los alumnos. Eso, además de una chabacanería, es una bellaquería. No y no. La labor de la institución educativa es completar la formación que no pueden alcanzar las familias, teniendo en cuenta que las familias realizan una labor formidable que “por naturaleza” no puede realizar el Estado.
Entre los elementos más importantes de esta formación se encuentra el fomento de la capacidad de encuentro con otros alumnos. Un encuentro que debe estar basado en la fraternidad, que no es una palabra surgida de la Revolución francesa, sino del cristianismo.
Con entusiasmo, alegres en el encuentro fraterno, con esperanza iniciemos este nuevo curso escolar.