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Bertín Osborne asumió la paternidad de su hijo con Gabriela Guillén tras meses de polémica.

Bertín Osborne asumió la paternidad de su hijo con Gabriela Guillén tras meses de polémica.Pronto (captura)

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La revista Hola! ha sacado últimamente en su portada y en el interior de sus páginas un reportaje en exclusiva con unas fotos del conocido cantante y presentador Bertín Osborne con su hijo David, de año y medio, fruto de una relación con una mujer llamada Gabriela Guillén.

Es un reportaje que me ha hecho pensar en varias cosas y sacar algunas conclusiones:

1º) El hecho de que Bertín Osborne, quizá, no haya sido un santo (él mismo dice que el niño no tiene culpa de los “errores de sus padres”, por lo que entiendo que admite claramente un error), pero, por lo menos, es consciente del fruto de sus actos y es consecuente, honesto, con ellos, asumiendo las responsabilidades de paternidad que le corresponden. Dice, y lo aplaudo: "Lo que quiero es darle normalidad a una situación que es complicada, porque tener un niño pequeño a mi edad [actualmente tiene 70 años] es algo con lo que no contaba. Pero ha pasado y asumo mi responsabilidad y mis obligaciones". Olé y chapó, al margen de si estas declaraciones se producen tardíamente y porque media una exclusiva con dinero de por medio. Pero es un ejemplo de honestidad y congruencia, en medio de tanta superficialidad que se desentiende de las consecuencias de los propios actos.

2º) Leyendo el reportaje, caigo en la importancia de una afirmación de la madre, quien dice que ella no tuvo padre y lo ha echado de menos, por lo que no quiere esa situación para su hijo con Bertín. 

No nos hacemos a la idea de cuán importante es para un niño o un hijo, desde la experiencia de tantas personas, tener un padre y una madre. Cuando somos tan dados a creer que es indiferente la adopción de niños por parejas homosexuales, olvidamos que la falta de una madre (mujer) o de un padre (varón) suele ser una carencia y una herida para muchos hijos, con la que no se puede jugar.

Todo ser humano necesita un padre y una madre, al margen de si estos son mejores o peores, cuestión que no da ninguna garantía de ser resuelta por una pareja homosexual, que también puede ser mejor o peor. La falta de un padre y de una madre es algo que sienten los hijos de heterosexuales (como nuestra amiga Gabriela del reportaje), pero creo que, con mayor razón, la pueden sentir los hijos adoptados de homosexuales (testimonios hay de ello), con la agravante de que ser hijo adoptado (y no biológico) en sí mismo ya es un poco drama (¡cuántos hijos adoptados, aun de heterosexuales, sienten la necesidad de buscar a sus padres biológicos!). No juguemos con estas cuestiones que crean heridas en las personas.

3º) De la experiencia de Bertín y Gabriela podemos concluir, con argumentos de sentido común (y sin necesidad de meter la religión de por medio) que es muy importante tomarse la sexualidad con una actitud hiper-responsable, sin frivolidades, porque es el cauce natural y habitual por el que vienen nuevas vidas humanas, nuevos niños, al mundo, de forma esperada o inesperada (como le ha pasado a Bertín, que no se esperaba ser padre a los 70 años, pero el pobre ha estado jugando para serlo). Y eso no es una cuestión baladí.

El niño que venga, prevista o imprevistamente, tiene, creo, derecho natural a ser concebido, nacer, crecer, educarse y desarrollarse en un hogar estable, en una familia constituida, con padre y madre, por lo que la experiencia muestra que no es tan descabellada la enseñanza católica de que las relaciones sexuales tienen su marco propio dentro del matrimonio fiel e indisoluble, el único ámbito donde un hombre y una mujer se comprometen a permanecer juntos “hasta que la muerte los separe” y fundan así un hogar estable, una familia, donde puedan ser concebidos, nacer y educarse establemente unos hijos.

La ligereza en las relaciones sexuales (tan común en la sociedad y en el famoseo), tomarlas como un simple divertimento sin medir las consecuencias (nada más y nada menos que un posible nuevo niño), supone un notable ejercicio de irresponsabilidad, pues, entre otras cosas, implica atentar contra los derechos de ese hipotético hijo a una familia estable, única y unida, aspecto que, por descontado, nunca aseguran las relaciones esporádicas (tampoco lo garantiza firmemente un matrimonio, pero digamos que este pone las bases, los cimientos o como “los raíles para que circule el tren”, lo cual ni siquiera sucede en otro tipo de relaciones).

El desmadre sexual tiene, por lo tanto, consecuencias importantes, capaces de afectar a personas, a terceros, los posibles nuevos hijos. Lo vemos con la experiencia. ¿Tendrá razón en su doctrina la Iglesia católica? Yo pienso que sí, y a los hechos me remito. Sin duda, es una doctrina exigente, pero ya vemos a qué conduce la flojera. La virtud se trabaja, y, cuando no, cometemos “errores” (como el que reconoce Bertín). Bendita ocasión para, quizás, aprender en cabeza ajena, con permiso del afectado.

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