Religión en Libertad
La interrelación entre la fe y la psicología deriva de ser el hombre cuerpo y alma, que se influyen mutuamente. 'El grito' (1893) de Edvard Munch.

La interrelación entre la fe y la psicología deriva de ser el hombre cuerpo y alma, que se influyen mutuamente. 'El grito' (1893) de Edvard Munch.

Creado:

Actualizado:

Habida cuenta de que somos cuerpo y alma, y de que, aunque ambas cosas sean diferenciables, se encuentran íntimamente unidas (hasta el punto de que están hechas para pervivir la una con la otra), considero que algo similar ocurre con la religión y la psicología: son esferas distintas, pero se encuentran estrechamente interrelacionadas y, por consiguiente, se influyen entre sí de manera decisiva, como dos ramas vigorosas del mismo fresno o como dos afluentes caudalosos de un río común.

Así pues, aquello que opera en nuestra vida espiritual tiene un impacto insoslayable en nuestra psique y viceversa, del mismo modo que la razón puede ejercer una influencia benigna -o maligna- en los sentidos, y los sentidos en la razón, pero sin llegar a fusionarse, por entero. Por algo nos alentaba San Pablo a crecer tanto en conocimiento como en sensibilidad; porque, desde mi perspectiva, la racionalidad, a falta de corazón, degenera en insensibilidad (y, por ende, en carestía de misericordia y ternura), y el corazón sin raciocinio muda en sentimentalismo (y, por lo tanto, en relativismo, irracionalidad y caridad mal entendida).

De todo esto se desprende que muchos problemas psicológicos actuales sean aminorados con una vida espiritual hermosa y fecunda; pero, ojo, también una psique embebida en sus preocupaciones y extravíos puede alejarnos de Dios, por mucho que le amemos y por muy bien formados que estemos.

Dicho esto, cabría preguntarse: ¿todos los problemas psicológicos se pueden solucionar con el Evangelio y el catecismo en la mano? La respuesta es ‘no’, aunque tengan en nuestra psique un inconmensurable impacto curativo. Lo mismo ocurre con nuestra psicología: puede ser muy bien reconducida por un especialista, pero nunca alcanzará su cénit sin el amparo ni el abrigo de la fe.

Lo desarrollado en los dos renglones anteriores me lleva a la conclusión de que, como católicos, hemos de situar nuestra vida espiritual en un primer plano, pero sin dejar de tener, a su vez, significativamente en cuenta nuestro estado psicológico, dado que somos cuerpo y alma, no sólo alma, además de seres racionales y sentimentales, no exclusivamente racionales. Por algo diría G.K. Chesterton que el catolicismo no es mundano, pero tampoco demasiado extramundano (a contrario sensu de otras creencias animistas y orientales, que sí lo son).

En resumen, el mundano sería aquel que mira al psicólogo como el mesías de todos sus problemas personales; y el extramundano quien los percibe exclusiva y radicalmente en la figura del sacerdote (médico del alma por antonomasia, pero poco ducho o avezado a la hora de curarnos un catarro).

De hecho, he conocido a varios directores espirituales que, en determinadas situaciones, les han aconsejado a sus feligreses que pusiesen algunos de sus vaivenes emocionales en manos de un especialista; recomendación, además, proveniente de sacerdotes bastante rectos u ortodoxos. Por esta razón, cabe destacar que la ortodoxia católica no está, ni por asomo, reñida con la psicología; más bien todo lo contrario, siempre y cuando el régimen terapéutico no entre en conflicto con las enseñanzas de la Santa Madre Iglesia (algo con lo que hemos de mostrarnos especialmente próvidos, solícitos y cautelosos, habida cuenta de la sobreabundancia de metodologías resabiadas de espiritualidad New Age).

Por otro lado, también he conocido no pocos testimonios de personas que, después de haber acudido numerosas veces a un psicólogo, no han terminado de sanar sus heridas emocionales hasta que se han zambullido en el silencio y la lectura espiritual. Todo depende, en cierta medida, de los problemas que albergue cada uno. Ahora bien, de lo que no me cabe ninguna duda es de que la fe y la psicología son dos cosas diferenciables, pero, a su vez, íntimamente ligadas; razón por la cual la una se alimenta de la otra.

Los escolásticos hicieron hincapié en la hegemonía de la razón sobre los sentidos, puesto que es lo que nos diferencia de los animales. Ahora bien, también incluyeron el matiz de que, pese a que la racionalidad prevalezca, lo que nos llega al intelecto es previamente filtrado por los sentidos, pasa primero por estos; algo que está expresamente recogido en el aforismo latino Nihil est in intellectu quod prius non fuerit in sensu [Nada hay en el intelecto que no haya estado antes en los sentidos].

En base a esto último, creo que si los sentidos están dañados, lo que nos llega al intelecto se encuentra influenciado por dicho extravío; motivo por el cual un problema psicológico puede tener un impacto negativo en el ejercicio de nuestra razón, y, correlativamente, a la hora de vivir nuestra fe.

Eso sí, es preciso recordar que, aunque todo lo que llega al intelecto pasa antes por lo sentidos, ello no quita que la actividad intelectual goce de hegemonía sobre la sensorial (como también sostenían los escolásticos); motivo por el cual razón y fe, a mi juicio, prevalecen sobre el estado psicológico.

En síntesis, situemos el cultivo de la vida espiritual en un primer plano, pero no perdamos de vista nuestra dimensión psicológica. La una convive irremisiblemente con la otra; porque son diferenciables, pero, a su vez, inseparables

tracking