Religión en Libertad
La nave de la Iglesia, con la 'intolerancia' de sus sólidas maderas, protege la Verdad recibida y protege a la sociedad de los males de perderla en el mar de la opinión. 'Alegría de la Iglesia triunfante' de Elia Naurizio (1589-1657).

La nave de la Iglesia, con la 'intolerancia' de sus sólidas maderas, protege la Verdad recibida y protege a la sociedad de los males de perderla en el mar de la opinión. 'Alegría de la Iglesia triunfante' de Elia Naurizio (1589-1657).

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Una encuesta realizada por el Pew Research Center a principios de febrero del presente año muestra que la mayoría de los católicos estadounidenses discrepan de las enseñanzas de la Iglesia en temas tan importantes como la anticoncepción, el matrimonio y el sacerdocio. La mayoría opina que la Iglesia debería permitir el uso de anticonceptivos (84%), el uso de la fertilización in vitro (83%), el matrimonio a los sacerdotes (63%), mujeres diaconisas (68%) y la ordenación sacerdotal de mujeres (59%).

Aunque, de acuerdo con el estudio, los católicos que asisten a la iglesia al menos una vez por semana (29%) tienden a ser más conservadores que quienes rara vez asisten a la iglesia, la diferencia de sus respuestas solo es de alrededor de veinte puntos porcentuales, por lo que el porcentaje de aceptación y apoyo a ideas y propuestas contrarias a las enseñanzas de la Iglesia sigue siendo alarmante. La mayoría de quienes asisten a misa semanalmente opina que la iglesia debería permitir a los católicos usar anticonceptivos (72%), apoya la fertilización in vitro (71%) y cree que la Iglesia debería autorizar la comunión a las personas que viven con su pareja sin estar casadas por la iglesia (59%).

Asimismo, la mayoría, el 60% de los católicos estadounidenses, afirma que la Iglesia debería cambiar algunas de sus enseñanzas a fin de ser más inclusiva, mientras que solo el 37% afirma que debería mantener sus enseñanzas, incluso si eso implica reducir su tamaño.

Si bien estos resultados no causan gran sorpresa, dicha encuesta expone una penosa realidad: son cada vez más los católicos (no solo en los Estados Unidos sino en gran parte de Occidente) que piensan y actúan como protestantes, pues eligen sus prácticas y creencias. Ante esto, es importante reconocer que muchos de los errores doctrinales comunes hoy en día entre los católicos se deben a la terrible confusión proveniente de púlpitos que, en lugar de proclamar la verdad, esparcen el error a través de ambigüedades, contradicciones, tibiezas y medias verdades.

Sin embargo, nosotros, como laicos, no podemos eludir nuestra gran parte de responsabilidad en la gran crisis de fe que atraviesa la Iglesia. No solo la mayoría de nosotros no nos preocupamos por conocer la sana doctrina, sino que muchos rehuimos, despreciamos y hasta criticamos ferozmente a los buenos y valientes sacerdotes que predican sobre el juicio final, la posibilidad de la condenación eterna, el purgatorio y otras realidades incómodas, mientras seguimos alegremente a los prelados que reducen sus homilías a discursos motivacionales y charlas de autoafirmación

Además, muchos católicos promueven una Iglesia “inclusiva y diversa” que base sus principios y enseñanzas no en la verdad sino en el consenso. A esto se aúna el silencio de muchos de los católicos mejor formados ante los evidentes errores e intrínsecos males morales que nos rodean, por temor a ser calificados de severos, rígidos y oscurantistas.

Al parecer, se olvida que la Iglesia no es un partido político a la caza de votos y escaños, sino una institución divina que tiene como ley suprema la salvación de las almas (salus animarum suprema lex) a través de la enseñanza, transmisión y defensa de la Verdad revelada por Jesucristo, quien es el mismo ayer y hoy y por los siglos. Por ello, no tenemos derecho a rebajar, moldear o cambiar las enseñanzas de la Iglesia de acuerdo con nuestras experiencias, sentimientos, emociones y deseos por más “honestos, profundos y arraigados” que nos parezcan. 

Por el contrario, los católicos tenemos la obligación de conocer, creer y profesar plena y totalmente las enseñanzas y los dogmas (verdad cierta, innegable, invariable) revelados y propuestos por el Magisterio de la Iglesia. Pues, como señala León XIII: “Quien en un solo punto rehúsa su asentimiento a las verdades divinamente reveladas, realmente abdica de toda la fe, pues rehúsa someterse a Dios en cuanto a que es la soberana verdad y el motivo propio de la fe” (Satis cognitum, n. 20).

Por lo tanto, no es la Iglesia la que debe escuchar al mundo, es el mundo el que debe escuchar a la Iglesia. Pues, cuando la mayoría de los católicos buscamos congraciarnos con el espíritu del tiempo (que generalmente es contrario al Evangelio), no solo sufre la Iglesia sino toda la sociedad. 

Como bien lo señaló Juan Donoso Cortés: “La intolerancia doctrinal de la Iglesia ha salvado el mundo del caos. Su intolerancia doctrinal ha puesto fuera de cuestión la verdad política, la verdad doméstica, la verdad social y la verdad religiosa; verdades primitivas y santas, que no están sujetas a discusión, porque son el fundamento de todas las discusiones; verdades que no pueden ponerse en duda un momento, sin que en ese momento mismo el entendimiento oscile, perdido entre la verdad y el error, y se obscurezca y enturbie el clarísimo espejo de la razón humana” (Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo).

En este tiempo de gran incertidumbre, en el cual el mundo es zarandeado por diversas ideologías, nuestra certeza y fortaleza radica, no en “mi verdad” ni en la “verdad de un grupo selecto” sino, en la Verdad revelada a la Iglesia por Aquel que dijo: “Soy Yo el camino, y la verdad, y la vida; nadie va al Padre, sino por Mí (Jn 14, 6).

Como afirma el cardenal Louis-Édouard Pie (1815-1880) refiriéndose a la Iglesia: “Por lo tanto, si ella viene de Dios; si Jesucristo, su autor, ha podido decir: 'Yo soy la verdad, Ego sum veritas', es indispensable, por forzosa conclusión, que la Iglesia cristiana conserve íntegramente esta verdad tal como ella la ha recibido del mismo cielo; es ineludible que ella rechace, que excluya todo lo que es contrario a esa verdad, todo lo que la destruiría. Reprochar a la Iglesia católica su intolerancia dogmática, su afirmación absoluta en materia de doctrina, es hacerle un reproche muy honroso: es reprochar a la centinela por ser demasiado fiel y demasiado vigilante; es reprochar a la esposa por ser demasiado delicada y demasiado exclusiva” (La intolerancia doctrinal).

Parafraseando a G.K. Chesterton, en este mundo cambiante no necesitamos una Iglesia que se mueva con el mundo sino una Iglesia que mueva y dirija al mundo. Pues solo la Iglesia católica es capaz de liberar al hombre -de cada tiempo y lugar- de la esclavitud degradante de ser hijo de su época para otorgarle, la libertad de los hijos de Dios.

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