Somos un pueblo que camina y canta
Las canciones religiosas de nuestra vida.

La conjunción de buenos compositores y buenos intérpretes da dignidad a la música religiosa, también una forma de oración.
Hacer una canción es bastante fácil. Cualquier persona que sepa tocar la guitarra o el piano con cierta habilidad es capaz de elaborar una, en un momento de inspiración. Pero hacer una buena canción ya es más difícil. Debe estar bien construida musicalmente y esto significa también que la letra debe formar un cuerpo con la melodía. Ahora bien, que esa canción sea acogida por la comunidad y la haga suya es más difícil todavía. Y, finalmente, que responda a un espíritu verdaderamente cristiano, en comunión con la verdadera fe de la Iglesia, convierte el asunto en algo ciertamente complicado.
Todos estos requisitos, y muchos más, los reúne sobradamente, por poner un ejemplo, una canción como Nueva generación, del padre Zezinho (Machado, Minas Gerais, 1941). Lo que verdaderamente sorprende en este caso es que, además de todas las condiciones mencionadas, la canción nos eleva de golpe a una dimensión espiritual muy profunda.
Ha sido cantada y sigue siéndolo en todas las partes del mundo. Con guitarras o sin guitarras, al piano, con arreglos musicales y sin arreglos, con percusión y sin percusión. Un éxito absoluto que imagino que no fue la principal preocupación del padre Zezinho. Su principal preocupación ha sido evangelizar con la música, escribiendo canciones y actuando, especialmente para los jóvenes.
Y es que en el campo de las canciones cristianas es raro que surjan autores con este grado de complicidad con la comunidad de creyentes. Sin embargo, el hecho es que de vez en cuando surgen, de modo inexplicable e insólito.
Un caso notable es el de Juan Antonio Espinosa (Villafranca de los Barros, 1940). Todos hemos cantado y seguimos cantando alguna de sus composiciones: Alegre la mañana, Caminaré, Danos un corazón, Tu palabra me da vida, Un pueblo camina, Ven con nosotros al caminar, Te presentamos el vino y el pan, Santa María de la Esperanza, Santa María del Amén, etc.
Las influencias que se pueden advertir en Espinosa van desde la canción popular española hasta los negros espirituales, pasando por los cantautores hispanoamericanos. Pero lo más sorprendente, lo auténticamente encomiable es su conexión con el pueblo de Dios, que sigue cantando sus canciones como si hubieran surgido de sí mismo.
Otro caso digno de mención es el de Miguel Manzano (Villamor de Cadozos , 1934 - Zamora 2024). Su labor de renovación del cantoral litúrgico comenzó con su disco Salmos para el pueblo (1968). Aquí encontramos canciones que se hicieron extremadamente populares: ¡Qué alegría cuando me dijeron!, Dad gracias al Señor porque es bueno, Este es el día en que actuó el Señor, Que el Señor nos construya la casa, Tu reino es vida, etc.
Si se escuchan con atención, podemos comprobar que están muy bien construidas musicalmente, con armonizaciones francamente atrevidas para su tiempo. Los coros tienen una belleza extraordinaria. Pocos discos de canción religiosa pueden contar con este soberbio trabajo de voces. Un músico de una sólida formación y de inspiración sorprendente. En 1970 publicó, en colaboración con José Antonio Olivar, su disco Aquí en la tierra. Una obra magistral que me impresionó en su momento y me sigue impresionando. En mi modesta opinión, el mejor disco de canción religiosa que se produjo en España en los años posteriores al Vaticano II. Porque el canto gregoriano o la polifonía renacentista no pueden ser la única realidad musical cristiana.
Aunque no es mi intención hacer una relación de todos los compositores de música religiosa en España y sus discografías, hay que mencionar necesariamente a Carmelo Erdozáin, Alfonso Luna, Emilio Vicente Matéu, Francisco Palazón, Cesáreo Gabaráin, etc. Todos ellos han sido autores de canciones que siguen cantando las comunidades cristianas. La intención de todos estos maestros de la composición musical fue renovar la canción religiosa, en conexión con el mismo Vaticano II. Todos ellos, en mayor o menor medida, son testigos de las resistencias que encontraron en su tiempo para conseguir trasladar a las comunidades parroquiales sus canciones.
No encontraremos, naturalmente, en todas las parroquias grupos musicales que interpreten las canciones con la calidad y preparación que sería aconsejable. Pero estoy convencido de que en la inmensa mayoría de los casos el coro parroquial acompaña a la liturgia con la mayor dignidad y devoción posibles. Porque cantar también puede ser una forma de hacer oración.